VALÈNCIA. Eleanor muere y llega a algo llamado the good place, el buen lugar. No es exactamente el cielo, puesto que no hay connotación religiosa, sino el sitio al que van a parar quienes han sido buenos en su vida. Este, en concreto, está diseñado para ella, porque cada uno tiene su good place en el más allá en función de sus gustos y su personalidad. El problema es que ella no ha sido buena. Para nada. Eleanor es egoísta, taimada, mentirosa y ruin, así que ha debido haber algún error. El problema es que la alternativa, el bad place, por lo que Eleanor va oyendo no parece muy acogedor, así que decide intentar ser buena para poder quedarse en ese mundo de colorines y amabilidad sin fin al que ha ido a parar.
Esta es la premisa inicial de The good place, la comedia que no está usted viendo y debería, si de verdad quiere pasar un buen rato. Aunque puede que su argumento no acabe de convencerle y se entiende. Al fin y al cabo está protagonizada por muertos. Y la premisa no parece tener mucho recorrido, francamente, los intentos de alguien por ser bueno en un lugar más bien cursi que parece una ciudad de caramelo no seducen a priori. ¿Más buenismo? ¿El bien y el mal así, a palo seco, a estas alturas? Venga ya. A la serie le cuesta un poco arrancar, no lo vamos a negar, y sus primeros capítulos son simpáticos, pero titubeantes; perfilan muchas cosas sin acabar de encontrar el tono y desde luego no apuntan lo lejos que va a llegar. Lo bueno es que, si hay una serie que va de menos a más, a mucho más, es esta. Además de quemar trama cada vez a mayor velocidad, ofrece giros muy inesperados pero muy bien trabados con los que la serie se va transformando y cambiando sin ningún temor y con mucha libertad y osadía. El final de la primera temporada es antológico y abre la puerta a una segunda temporada verdaderamente trepidante y divertidísima.
La serie, disponible en Netflix, que estrenará este mes de septiembre su tercera temporada, es una creación de Michael Schur, un auténtico especialista en la comedia, surgido de las filas del Saturday Night Live, guionista y productor de la versión americana de The office y creador de Parks and Recreation y Brooklyn Nine-Nine. Al frente del reparto figuran dos estrellas de la televisión que demuestran una gran química y despliegan algo que solo podemos llamar encanto, por escurridizo que sea el término. Son Kristen Bell, la protagonista de la recordada Veronica Mars, y el gran Ted Danson, quien construye poco a poco un personaje lleno de capas verdaderamente inolvidable, que, con toda justicia, le está proporcionando nominaciones y premios muy merecidos.
Es difícil ser bueno ¿verdad? Incluso con las mejores intenciones se puede hacer daño, ya se sabe que de ellas está empedrado el camino al infierno, el bad place por antonomasia. Porque, claro, la bondad, el ser una buena persona, está directamente vinculado a un concepto que no goza de muy buena prensa hoy en día y del que casi nadie quiere saber, la responsabilidad. Y ese es el aprendizaje de la protagonista. Claro que los intentos de ser buena de Eleanor acaban, como era de esperar, en desastre, porque no duda en usar la mentira y el engaño para conseguirlo, ya que no conoce otro modo de hacer las cosas.
Para poder triunfar en su empeño decide recibir clases de filosofía de Chidi, un profesor senegalés que comparte el buen lugar con ella y que ve la oportunidad de hacer una demostración práctica de su saber y comprobar experimentalmente unas cuantas teorías. Esta es la excusa para introducir en la serie todo tipo de conceptos filosóficos, especialmente los que tienen que ver con la ética, y de hacer desfilar por ella a Platón, David Hume, Kierkegaard (que Chidi explicará a ritmo de rap), el utilitarismo de Jeremy Bentham, el existencialismo de Sartre o la ontología de Kant. Y, créanme, además de didáctico, el resultado es hilarante. Eleanor, aunque no solo ella, se verá enfrentada a todo tipo de dilemas y, sobre todo, a la consecuencia de sus actos. Un precioso ejemplo es el brillante capítulo de la segunda temporada dedicado al dilema del tranvía planteado por la filósofa británica Philippa Foot. El modo de usar la filosofía recuerda un poco a lo que hace The big bang theory con la ciencia, aunque el tono de ambas series es muy diferente.
Hoy en día, una parte importante del humor de las sitcoms (comedias de situación con episodios de 20’) se basa en mostrar a personajes que putean a otros, en quién ridiculiza a quién, en cruzar réplicas hirientes y cínicas, en la exhibición de la crueldad y la ruindad. The good place no se mueve en este terreno y cuando lo hace es de un modo distinto al habitual. Este es uno de los apartados donde la serie muestra gran parte de su grandeza porque logra ser al mismo tiempo ingenua y cínica. Hay mordacidad y amabilidad. Es afable, pero eso no le resta profundidad.
Otro de los elementos que le proporcionan grandeza es su capacidad de riesgo. La serie se atreve con todo y juega con nuestras expectativas a golpe de ingenio: cambios de ritmo, nuevos puntos de vista sobre los personajes y las situaciones, giros que cambian nuestra percepción, resoluciones inesperadas. Es una de las series menos acomodaticias que podemos encontrar actualmente. En este sentido, The good place es una buena muestra de lo mucho que las series han cambiado, y en este caso concreto, las sitcoms. En ella podemos comprobar el modo en que, gracias a lo ya recorrido, pueden saltarse convenciones narrativas y de género, jugar con clichés o romper reglas de todo tipo, sabiendo que el público está preparado para ello.
Porque nuestras expectativas cambian, nuestra percepción y valoración de los estereotipos o de las convenciones del género se han modificado; somos, si queremos expresarlo así, más cínicos como espectadores, sabemos mucho porque hemos visto muchas ficciones. El pacto con el o la espectadora, el que permite que aceptemos o no lo que cualquier serie quiera ir desplegando en su desarrollo, es un desafío y no siempre es fácil mantener el interés. Además, tenemos mucho donde elegir, la oferta es muy amplia, así que si una serie no nos gusta o no nos atrapa lo suficiente, hay cientos a nuestro alcance. Esto tiene su parte buena, la variedad y su disponibilidad, y su parte mala, y es que a veces no dejamos que una serie exponga sus cartas con tranquilidad y a su ritmo y no tenemos paciencia para dejarle que encuentre su tono. Así que les pido que no hagan esto con The good place. Véanla y disfrútenla, denle el tiempo y el espacio para mostrar todo lo mucho y bueno que contiene: inteligencia, ingenio, originalidad y risa, mucha risa.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos