VALENCIA. Aire, divino tesoro. Los humanos respiramos unas 16 veces por minuto y cada día absorbemos un total de 11.500 litros de atmósfera terrestre. El compuesto de gas es tan esencial para nuestra vida que algunos neumólogos pronostican que en un futuro el aire será como el oro. Las grandes ciudades con altos niveles de contaminación terminarán por instalar, en los interiores de viviendas y edificios, sistemas de aire potable para favorecer la salud.
Un sistema de aire potable: el paraíso de los asmáticos. El edén. Jauja. Que me pongan una pulserita de ‘todo gratis’ y me dejen ahí. Como asmática me embriago sólo pensarlo. Por el contrario, la falta de oxígeno se encuentra entre mis mayores pesadillas.
Con The Expanse, la serie de ciencia ficción producida por Syfy, ahora disponible en Netflix, la obsesión se vuelve recurrente. Estamos en el siglo XXIII. El mundo está dirigido por las Naciones Unidas, el sistema solar ha sido colonizado, y Marte es una potencia militar independiente. Es decir, la mayor parte de la serie ocurre en espacios cerrados, ya sean colonias, estaciones, o naves espaciales. Claustrofobia elevada al cubo.
Para mayor tensión, Tierra y Marte están al borde del conflicto bélico. En este ambiente de guerra fría nos muestran un tercer lugar, un cinturón de asteroides donde existe una estación espacial llamada Ceres, cuyo ambiente en las calles recuerda a la decadente Blade Runner. Desde esta zona neutral ambos planetas extraen recursos minerales como el hielo. Ceres es el África del futuro. Los trabajadores, llamados belters, viven prácticamente como esclavos. Están, lógicamente, bastante cabreados por las malas condiciones de vida que padecen, y sueñan con la independencia.
Estos ciudadanos jamás han conocido la gravedad de la tierra, la suya es artificial. De ahí que cuando se sirven una bebida, la caída no sea vertical sino en forma de escalera, para deleite del departamento de efectos especiales de la serie y del espectador. Como el resto de ciudadanos que habita en el espacio, y como los asmáticos, el miedo a la falta de oxígeno es su talón de Aquiles. Por ejemplo, cuando algún personaje del espacio quiere torturar a otro para que confiese, le castiga a una sala hermética donde se elimina el oxígeno para que sufra una hipoxia. Alegría. El nuevo mundo es un lugar peligroso y la vida es durísima. Sobrevivir es el único objetivo. Y respirar. Inhalen... Exhalen… Seguimos…
La serie se presenta en tres tramas que discurren separadas, y a medida que los capítulos avanzan, se entrelazan las piezas. En los primeros episodios es fácil perderse un poco, les aviso. En la primera línea argumental tenemos a Joseph Miller (Thomas Jane), un detective brusco de Ceres, vestido con el sombrero del clásico Sam Spade de Dashiell Hammett y con el mismo carácter. Su objetivo es investigar el caso de la desaparición de la joven rebelde Juliette Mao (Florence Faivre). Juliette proviene de familia rica, aunque se comporta como una chica rebelde ante los ojos de su padre. A medida que avanzamos los episodios descubriremos que su destino es mucho más enrevesado que una simple pataleta de una niña de papá. La investigación de Miller aporta el toque noir dentro del conjunto.
Después tenemos la clásica serie de aventuras en el espacio. Sus protagonistas son cinco miembros de la tripulación de un barco espacial que se dedica a la recogida de hielo en Saturno. Al inicio de la serie responden a la fatídica señal de socorro de otra nave. Los cinco supervivientes intentan comprender quién les atacó y por qué. El equipo lo componen el capitán James Holden (Steven Strait), la ingeniera Naomi Nagata (Dominique Tipper), el piloto Alex Kumar (Can Anvar), el mecánico Amos Burton (West Chatham), y el médico Shed Garvey (Paulo Costanzo).
Los lectores de la saga de libros originales de James S.A. Corey, seudónimo del dúo de escritores Daniel Abraham y Ty Franck, encuentran aquí la mayor diferencia entre los libros y la serie. En los libros el equipo se conocía bien desde el principio y se mostraba unido, mientras que en la serie aprenden a confiar los unos en los otros a medida que avanza la historia.
En último lugar conocemos a la subsecretaria de administración ejecutiva de la ONU Chrisjen Avasarala (Shohreh Aghdashloo), habitante de la Tierra. Su personaje está atrapado en un dilema político sobre las relaciones entre la Tierra y Marte. Es la Birgitte Nyborg de Borgen. La Ban Ki-moon que nos vende una gran preocupación por la paz mundial un tanto sui géneris. Entre sus tareas diplomáticas se incluye, por ejemplo, la de utilizar crueles métodos de tortura contra los belters sospechosos de ser terroristas de la OPA (la Alianza de Planetas Exteriores). Fomentar la paz a base de violencia. Ya saben, hipocresía política en su máxima expresión. Con esta tercera trama las intrigas políticas completan la radiografía de la serie.
La serie presume de haber sacado adelante el libreto con la participación de los escritores originales de los libros, Daniel Abraham y Ty Franck, éste último antiguo asistente de R. R. Martin, junto con guionistas reputados como Hawk Ostby y Mark Fergus, creadores de Iron Man y Cowboys & Aliens.
Un dream team capaz de crear una serie convincente, aunque algo densa en sus cuatro primeros episodios. La cantidad de información que nos exponen puede generar en esta etapa cierto desconcierto. Si tienen paciencia les aseguro que a medida que avanza, la obra va fortaleciéndose, hasta terminar la temporada con un final digno de Alien. Un cliffhanger lo suficientemente atrayente como para esperar con impaciencia la llegada de la segunda temporada, prevista para el mes de febrero en los Estados Unidos.