Hernán Migoya y Bartolomé Seguí han adaptado al cómic al personaje Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán. Un cómic que recorre una ciudad que ya no existe, cuando tímidamente empezaba a ser tomada por el turismo mientras se entrelazaban los mundos de los trabajadores manuales y los de los delincuentes, prostitutas y lumpen de cualquier clase. Con el desencanto y el nihilismo propio del género, lo más interesantes son las reflexiones del protagonista sobre aquella Barcelona y España de su tiempo
VALÈNCIA. Ha habido muchas subdivisiones en la percepción del cómic en España. Por supuesto, por un lado han estado los superhéroes. Hemos tenido la factoría nacional personificada en Bruguera y herederos. La ciencia ficción tomó al asalto el final de los 70 y principios de los 80 sustituyendo o complementando los tebeos tipo noir y western. Célebre es la división entre línea chunga y línea clara, sobre el estilo franco-belga y el underground local poco a dado a florituras y más a una expresión directa y corrosiva. Este cisma dejó atrás a la línea oscura, con abnegados dibujantes que copiaban fotografías hasta el último detalle. Y estaba el cómic underground internacional, Shelton y Crumb fundamentalmente, tendencia que tomó Hernán Migoya cuando se puso a los mandos de El Víbora como redactor-jefe. Eran los 90 y gracias a él conocimos las últimas novedades norteamericanas. Bagge, Clowes, Brown, Burns o los hermanos Hernández. Las europeas como König. O las españolas: Miguel Ángel Martín, Iron, Rabo o Mauro.
Todos estos autores tenían un denominador común, su libertad creativa. En el sentido de que no estaban sujetos ni política ni moralmente a ningún esquema preconcebido. En muchos casos, lo más importante era la ausencia de límites.
Guionista por vocación, Migoya también fue realizando guiones antes, durante y después de su experiencia en El Víbora, como ha contado en una entrevista en la revista Jot Down Smart de El País este mes de abril. En un inicio tenía una tendencia marcada a emular a sus maestros con giros de guión transgresores e incluso epatantes que buscaban dejar de vuelta y media al lector y arrancarle una sonrisa malvada. Su trabajo posteriormente se fue depurando y, sin perder el gusto por impedir que el lector se encuentre en una situación de confort, publicó obras de mayor densidad, como Olimpita o la muy brillante Plagio, en la que podríamos hablar de un guionista en su madurez.
Sin embargo, su trayectoria se vio si no truncada, sí alterada por la publicación de Todas putas. Un libro de relatos de ficción que fue acusado de realizar apología de graves delitos al tratarse, en algunos de los casos, de ficción en la que había presente personajes violadores. Uno era un monólogo en la mente abyecta de un violador, el otro era el caso de un pederasta, un padre que violaba a su hija. La acusación no se hizo por la atenta mirada que los políticos y periodistas de este país ponen en las publicaciones literarias, sino porque la editora de su libro obtuvo un cargo político por nombramiento del PP y este "punto flaco" fue utilizado para hacer propaganda política contra el gobierno. Si en los años de El Víbora hubo incidentes como el secuestro de la publicación en Venezuela, con riesgo para el distribuidor que lo importaba, o escándalos judiciales con los trabajos de Miguel Ángel Martín en Italia por su mezcla extrema de sexo y violencia, ahora era la izquierda -de la mano de Ana Botella- quien se sumaba a una campaña inquisitorial contra la ficción para adultos. Literatura cuya calificación, "adultos", se refiere a personas con capacidad de juicio para distinguir la ficción de la realidad.
Este problema, y algún otro, acabaron con el escritor en Perú. Lejos del mundanal ruido español. Pero trabajando igualmente. Y su última entrega ha adquirido una dimensión mayor de la que ya tenía su trabajo. Ha adaptado al detective Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán al noble arte de la viñeta.
Tatuaje, publicado por Norma Editorial dibujada por Bartolomé Seguí, sitúa al detective en el caso de la búsqueda de la identidad de un cadáver que ha aparecido en la playa de Vilassar de mar con la cara comida por los peces. Es difícil no caer rendido ante la documentación visual de las primeras páginas, con peluquerías con secadores de pelo de los 70, el cartel de guardar silencio de los hospitales que hemos visto los más viejos de lugar cuando éramos pequeños o no tanto, o la misma decoración del papel de la pared de los apartamentos. Estas viñetas pertenecen a nuestro universo y están elaboradas con cuidado y detalle.
Acostumbrados al hedonismo decadente de los detectives anglosajones, reconforta ver a Carvalho desayunar cava esbafado, que dirían en Aragón, porque le gusta más. Empieza así el álbum con regusto a otro héroe poco reivindicado de nuestro tiempo, el gran Toni Bolinga de Nono Kadáver.
Según Migoya, el valor de las obras de Vázquez Montalbán en esta saga no estaba en el género en sí, que no era más que una traslación de los clásicos de la novela policiaca, sino en cómo adaptaba la estructura a la situación española del momento, la Transición. Es ahí donde vemos cómo el personaje lidia con sus familiares gallegos a los que se les ha muerto una vaca y necesitan dinero. Cómo opina de la destrucción de las costas españolas que en aquellos años adquiría tintes dramáticos... Un 90% de los textos que ha adaptado el guionista están sacados de la novela.
En el making of de la película El corazón del ángel de Alan Parker, uno de los detalles más interesantes era cuando explicaban que, para recrear los años 60, procuraron obtener muebles y electrodomésticos de los 50, que era los que, lógicamente, abundaban en la siguiente década. En este sentido, un detalle bien elegido en Tatuaje es cuando el protagonista se pone en su coche a los Bee Gees -de los pocos grupos que han sido disco de oro y platino en los 60, 70, 80, 90 y 2000- y suena I can´t see nobody, single extraído de la cara B de su disco Bee Gees 1st de 1967 y luego I started a joke, de 1968. Un recopilatorio de sus temones de la década anterior.
En cuanto a conversaciones, encontramos a los brasas que debieron abundar por la época, como un borracho que, no sin razón, taladra el cerebro del protagonista hablando del legado árabe de nuestra historia. Dejan los autores para otra ocasión lo que tuvo que ser la efervescencia ideológica de aquel tiempo con el maoísmo causando fervor entre los futuros ministros del PP.
Con todo, lo emocionante es recorrer con un dibujo tan cuidado y bien coloreado la Barcelona y Cataluña de aquel tiempo. Cuando el turismo tenía una escala menor, pero ya dominaba ciertas localidades. Los barrios degradados y la ostentación modernista de la burguesía entre medias. Sobre todo el lenguaje y las vidas cruzadas de los trabajadores y el lumpen, delincuentes y prostitutas. Un acercamiento sin nostalgia, pero con cariño y respeto a un pasado mítico, sin instrumentalizaciones, a una época en la que se gestaron los cambios más importantes de España en la segunda mitad del siglo XX.