VALÈNCIA. En muchas ocasiones me encuentro con que, quienes son propietarios de obras de arte o antigüedades que les llegan de sus ancestros, incluyen mentalmente en su valoración económica personal eso que llamamos “el aprecio sentimental”, lo cual es comprensible pero incorrecto en términos de mercado. En el caso de que ese apego, esos recuerdos, sean tan fuertes que el valor económico del bien no compense o compense más bien poco, yo siempre digo que lo mejor es que se lo queden, siempre y cuando no haya necesidad de vender y se dispone de espacio. Ya entrando de lleno en los valores de mercado, no es baladí recordar que, a pesar de lo que hayan escuchado alguna vez o leído en otra ocasión, el arte, las antigüedades no siempre suben. Lo contrario sería absurdo, puesto que, estos, como los demás bienes están sujetos a los avatares y vaivenes del mercado, la coyuntura económica o los gustos decorativos y de colección imperantes. De ser así, es decir, si la escalada de precio fuera una cualidad intrínseca de estos bienes, la gráfica de precios apuntaría al cielo y sin límite puesto que la demanda sería también ilimitada (todo el mundo invertiría en arte y antigüedades aunque fuera necesario endeudándose). Recuerden que tampoco las casas subían siempre de valor a pesar de lo que nos decían algunos iluminados. Subían y subían… hasta que bajaron. Lo digo porque en más de una ocasión hay personas que me han planteado esta cuestión cuando me han ofrecido una pieza y les he revelado el valor de mercado actual “yo pensaba que las antigüedades siempre subían” me dicen. No hay que negar que hay épocas que ciertos artistas, corrientes artísticas o antigüedades muestran una clara tendencia al alza mientras que otros mantienen su valor o incluso bajan. Ejemplo de ello es el arte oriental o colonial respecto a otros estilos, en los últimos años, o algunas piezas de alta época en la actualidad, por no hablar de ciertos artistas contemporáneos en los últimos años.
Antiques Roadshow, con su variante norteamericana, es un fantástico programa en la cadena británica BBC1 que desde hace décadas se emite los domingos en horario de máxima audiencia (sobre las siete de la tarde). En las islas británicas hay gran afición al coleccionismo de toda clase y las ferias y mercados de antigüedades que se celebran los fines de semana en la campiña son un clásico. En una de las secciones del programa la gente hace grandes colas para que los expertos les iluminen sobre aquellas piezas que tienen en sus casas desde tiempo inmemorial y que su bisabuela ya les dijo eso de que “eso valía mucho”. El experto en la materia viste elegante chaqueta twedd y pañuelo en el bolsillo, y los examina con media sonrisa en plan “estos no saben lo que tienen, les voy a dar la noticia del día”. En ocasiones las sorpresas son morrocotudas, lo que hace especialmente entretenido el programa. Recuerdo esa especie de maceta que los incautos empleaban para plantar sus orquídeas, firmada por Lalique y valorada en veinte mil libras. Momentos divertidos para el fin de semana. Muchos de ustedes recordaran también, ese reality que se desarrollaba en una casa de empeños de Las Vegas que personal de toda clase y condición llevaba a vender objetos de la más diversa índole. En muchas ocasiones-formaba parte del show- el propietario o alguno de sus hijos llamaban a un tal John o Peter que era que lo sabía todo sobre armas de fuego, condecoraciones o la cultura sioux.
Es evidente que no todas las herencias son como la de los Rotschild pero es llamativo lo poco que se recurre a los expertos por estas latitudes-frente a otros países- a la hora de solicitar una tasación para repartir equitativamente los bienes de una herencia o división de patrimonios, lo que produce situaciones claramente desiguales, por no decir injustas. La tasación de obras de arte o antigüedades es un recurso que se emplea más habitualmente en lugares como Francia, en la que existe una figura específica, la del Commisseur Priseur que, generalmente-por prestigio- se encarga de valorar y, en su caso, subastar los bienes. Como sucede en el mundo de lo jurídico, en muchas ocasiones pedimos que intervenga el experto cuando el lío ya se ha armado. A veces pecamos de osadía y en este país todos sabemos de todo y más del precio de las cosas. El mundo del arte es vastísimo, e incluso los profesionales nos vemos en la necesidad de asesorarnos por quienes están especializados en determinadas materias, técnicas o períodos artísticos. Mis conocimientos, por poner un ejemplo en numismática, en libros de época o en arte oriental es muy limitado y siempre que me toca valorar librerías necesito ayudarme de quien sabe mucho más que yo. La dificultad en la valoración de arte y antigüedades estriba en que, en primer lugar, se ha de identificar la pieza, dilucidar sobra su autenticidad o se trata de una reproducción cuando no una falsificación y, finalmente, otorgarle un valor de mercado en función del estado de conservación, si está restaurada o no, la rareza y, en definitiva, la demanda de esta en el mercado de, por ejemplo, 2018 circunstancia esta última que es definitiva a la hora de darle un precio. En cuanto a esto último, no todos los mercados son iguales y según diversas circunstancias la pieza, en ciertos contextos, será más apreciada que en otros lo que se traduce en su valor (iconografía, capacidad económica del país o región, demanda de esa clase de bienes, coleccionismo etc).
Finalmente, se tiende a confundir lo que es una solicitud de tasación con pedir el precio que un anticuario o una galería pagaría por una obra, una pieza o un conjunto de estas (que, por otro lado, nunca correspondería con el valor de tasación de mercado de la pieza). La tasación es un servicio profesional-y que puede ser verbal o, lo que es más habitual y recomendable, escrita- que se solicita con independencia del destino final de la obra. Se puede solicitar con multitud de finalidades: para contratar un seguro, para realizar un reparto familiar ya sea en vida o post mortem, para dividir con equidad una comunidad de bienes o un patrimonio disfrutado y adquirido en común, para emplearla de base a la hora de redactar un testamento o simplemente para conocer el valor con el fin de tomarlo como punto de partida para el caso de que se quiera vender a terceros.