VALÈNCIA. Llega al buzón Negroscuro. Onda siniestra y afterpunk en España. El libro lo firma Pablo Martínez Vaquero, estudioso de movimientos culturales como fue del de los mods y ahora también de esta corriente que en España gozó de gran acogida. El trabajo de Pablo, además de ser enciclopédico y abarcar todo aquello que es susceptible de caber bajo el epígrafe que da título al libro, llega en muy buen momento. A los músicos que podían estar adscritos en esta modalidad musical, que era muy amplia, y que iba de The Cure y Siouxsie & The Banshees a Bauhaus, también se les llamaba góticos. Siniestro y gótico son dos adjetivos que en España tienen gran raigambre, iba a decir que desde las pinturas negras de Goya, pero no sería de recibo olvidar nuestro gótico flamígero y menos aún la Santísima Inquisición. Lo siniestro nos persigue sin remedio a través de las décadas y aquel oscurantismo que la mayoría de los grupos revisados por Martínez Vaquero se tomaban con cierto humor y bastante entrega estética, hoy parece un valor en alza cuando leemos o escuchamos las noticias. A saber qué ocurriría hoy si un grupo indie sacase una canción llamada ‘Quiero ser santa’. Seguramente sufrirían una lapidación virtual que culminaría en una bonita demanda. ¿Podría existir una portada como la de El acto? Aquella cubierta de Parálisis Permanente que erotizó a la España indie de entonces, con aquella mujer en bragas de cuero, llena de arneses y complementos de línea sadomasoquista. ¿Llegaría hoy un solo disco de una banda como Desechables a salir de la fábrica? ¿Se vería Poch sometido a un escrache por cantar lo de vírgenes sangrantes en el matadero / es un buen plan para el fin de semana? Por supuesto que sí, y seguro que me estoy quedando corto.
Reconozco que en su momento, lo siniestro me atraía hasta cierto punto. Como nunca he sido muy amigo de los uniformes –como miembro de una tribu urbana nunca he tenido ningún futuro-, la onda siniestra era algo que me complacía más admirar y disfrutar que practicar. Me fascinaba el look de la etapa final de Alaska y los Pegamoides, y por supuesto, el de Eduardo Benavente y Ana Curra en Parálisis Permanente y Seres Vacíos. Incluso desarrollé brevemente mis tendencias siniestras escribiendo algunas letras para el grupo valenciano Ceremonia –Pablo da fe de ello en su libro y yo se lo agradezco porque, aunque estas cosas no pasen de lo anecdótico, soy partidario de que al César se le dé lo que es suyo, aunque lo suyo no sea más que una fruslería-. Aquellas letras eran una especie de texto en plan “escuche a los Pegamoides y Parálisis Permanente y después escriba unos versos siguiendo la línea de puntos”. Supongo que esa fue la cumbre de mi relación con la música siniestra, al menos desde dentro. Desde fuera disfruté escuchando a Bauhaus, Siouxsie –a la que se le atribuye el haber inventado el género con el álbum Juju en 1981-, The Cure y Killing Joke, los grupos que me parecían las patas importantes de todo aquello. Bandas posteriores como Alien Sex Fiend, que tanto predicamento tuvieron por estas tierras –el que no tuvieron en ningún otro lugar más, diría yo- me parecían chistes sin gracia.
Negroscuro habla de aquellos años de negrura impostada y los consiguientes ejercicios tenebristas que tuvieron ramificaciones por toda la península. Cementerios, crucifijos, pentagramas, patas de pollo, cuero negro a mansalva. Treintaytantos años después de aquella eclosión, el libro funciona también como recordatorio de que siempre hubo un tiempo pasado en el que las cosas eran más divertidas, aunque esto creo que tiene que ver con el hecho de que dichas cosas coincidían con la juventud de uno. Las discotecas de la costa durante los ochenta eran una pasarela de siniestros; los valencianos, a quienes siempre se tacha de coloristas, abrazamos con fervor aquel culto a la oscuridad. Y no fue sólo en València, Alicante también se lo curró con ganas. No es tan extraño si pensamos que lo siniestro fue a su vez una degradación a la policromía del movimiento inmediatamente anterior, los new romantics, que aquí calaron con fuerza como no podía ser de otra manera, con esos atuendos que en algún caso servían para ir a la ofrena.
Así que ya es paradójico que un libro que celebra lo oscuro me haya alegrado los días. Al margen del estupendo texto de Pablo, que me consta que ha trabajado en este proyecto dejándose la piel, con una ilusión enorme; al margen de que siempre está bien refrescar la memoria y hacerlo de la mano de alguien que sabe lo que dice –en este caso, el autor fue testigo a la par que partícipe de los hechos documentados-, le veo yo a este libro un interés adicional. Ejerce como buen antídoto para esa corrección moral que todo lo coge con pinzas y lo saca de quicio y que es como esa antigua inquisición pero en versión moderna. Recordar a estos grupos que tenían tanto de heroico por su defensa de una estética tan concreta, viene bien también para combatir esa homogeneidad en la que se va sumergiendo la música contemporánea. Estoy hasta las narices de que me digan que fulanos o las zutanas hacen pop luminoso. ¿Cómo no va a recalentarse el planeta, si encendéis todo la luz para hablar de cualquier grupo que os parece alegre, optimista o divertido? Estoy hasta el gorro de falsos seres autodenominados positivos y de luz cuya imagen luego no se refleja en los espejos. Estoy hasta el pirri que no llevo de gusiluces de toda índole, empezando por las que se inventan palabras tan horrendas como paniaguados para justificar lo injusto. Camarero, por favor, una ración de tinieblas de todos los santos, y que el infierno nos pille confesados.