El último proyecto de La Coja Dansa es un análisis de los estereotipos masculinos
VALÈNCIA. Los chicos no lloran. Los chicos tienen que pelear. Los hombres son fuertes. En casa, manda el varón. Y en la calle. Y en la oficina. Los estereotipos de género han encasillado (también) a la colectividad masculina. Así lo señala y denuncia la compañía La Coja Dansa en su última producción, Medul·la, un proyecto sobre los clichés machistas que, sin embargo, son formulados por mujeres. En este montaje interpretado por cuatro bailarines, Miguel Sweeney, Ivan Colom, Santiago Martínez y Santi de la Fuente, son sus pares femeninas las que articulan el discurso.
“El punto de partida es invertir los roles. Es un planteamiento inicial simbólico, en el que las mujeres nos situamos fuera del poder y de la toma de decisiones, y los hombres, dentro, recibiendo nuestras órdenes”, avanza la directora de escena, Eva Zapico.
Completan el contubernio femenino, Raquel Vidal en la producción, Nerea Coll a cargo de los audiovisuales, Begoña Jiménez en labores de iluminación y Clara de Luna, integrante junto a Carlos Luna del tándem musical Luna y Panorama de los insectos.
El equipo de esta propuesta está integrada en un 80% por chicas. No obstante, la pieza da voz a los bailarines. Los daños, las heridas y los miedos que han experimentados en carne propia han sido transformados en material escénico.
En palabras de Iñaki Moral, ayudante de dirección de la obra, Medul·la es “un método de ensayo y error hacia la disolución de ese constructo doloroso que es ser hombre”.
El nombre con el que se ha titulado el montaje hace referencia a una realidad que viene de serie. A un conjunto de conceptos totalmente integrados en el eje de una persona por nacer varón. Al núcleo de la masculinidad.
Este cuestionamiento del heteropatriarcado, pero desde la experiencia viril está programado del 5 al 10 y del 15 al 17 de diciembre en La Rambleta.
Los cuatro bailarines visten pantalón de boxeo, lucen cadenas de oro y uno está tocado con una corona. El símbolo monárquico simboliza la autoridad que el hombre tiene per sé. “Es una forma de sintetizar los privilegios que se les otorgan, entre ellos, el de mandar, tomar decisiones y erigirse en responsable de todo”, ahonda Zapico.
La propuesta coreográfica se fundamenta en la deconstrucción de esas imágenes referenciales sobre la formación de lo masculino. Durante el proceso de documentación, han analizado material visual relacionado con deportes de lucha, como el boxeo y las artes marciales. De ahí se han extraído movimientos arquetípicos, ligados a disciplinas “de hombres’, que implican rivalidad y enfrentamiento, agresividad y proactividad.
“El trabajo inicial ha sido físico, porque el sistema patriarcal construye físicamente, predispone y anticipa unas cualidades en los chicos que han de asumir como dadas”, explica la directora escénica.
El hombre ha de ser fuerte, violento, imperativo. Los protagonistas han imitado esos movimientos y luego han realizado una reflexión en común para analizar cuáles de las presuposiciones adscritas a su género les duelen y no siente como propias.
En resumen, “Medul·la es una exploración de los límites del concepto clásico de masculinidad. Una aproximación al dolor de vivir dentro de esa frontera y al peligro de acercarse a sus márgenes”.
En ese cuestionamiento, los bailarines no han caído la trampa de viajar hacia lo femenino, “sino hacia un lugar informe y blando”, describe Eva Zapico.
La idea ha sido hacerse preguntas y dejar a los ejecutores de esta obra en un lugar de vaciado, a fin de deshacer la construcción de lo masculino. A fin de desprogramarlo.
“Si pudiéramos volver a un punto cero y construir el género, igual nos iría mejor”, desea la directora, que ya planteó, al alimón con Patrícia Pardo, en Cul Kombat, la eliminación de las categorías en este mundo basado en la desigualdad.
En opinión de la dramaturga, directora y actriz, tanto en Cul Kombat como en Medul·la, conceptualmente, se está hablando de lo mismo. En ambas piezas se aborda “cómo un sistema patriarcal previo que nos construye nos afecta por igual a hombres y mujeres en cuanto a la obligación de estar sometidos a una construcción. Pero el discurso feminista está más articulado y es un movimiento tremendamente rico, que es necesario poner continuamente en práctica”.
Para lograr erradicar el tipo de organización social en el que vivimos, en el que la autoridad la ejerce el varón, hay que implicar a los varones. Los bailarines de esta obra ya lo están.
“Me encuentro con un equipo de chicos que tiene una conciencia social, que son sensibles y se hacen preguntas e, inevitablemente, asumen como propio el discurso feminista en la medida en que es igualitario”, agradece Eva.
Lamentablemente, el cuarteto que conforma el cuadro de baile es una minoría. Zapico cifra en un 80% el porcentaje de hombres que todavía no están dispuesto a renunciar a sus privilegios de género.
“Lo más difícil es que para que las cosas cambien tienen que asumir que han de dejar de hacer uso de sus prerrogativas por el hecho de ser hombres. Y es difícil porque es educacional y está arraigado en ellos. El reto, es dar un paso atrás”.