El documental, premiado en Sundance y disponible actualmente en Netflix, reconstruye de forma autobiográfica el rodaje y posterior hurto del proyecto cinematográfico de una adolescente estudiante de cine en Singapur
VALÈNCIA. 1992. Singapur. Una soñadora chica de 19 años aspira a rodar una road movie tras participar en un curso de cinematografía. Con la ayuda de sus dos mejores amigas y el tutor del taller de cine, se embarcan en la aventura y filman el guión. La sorpresa llega meses después, cuando el profesor desaparece con las 70 latas de negativos.
Premio a la mejor dirección en Sundance, el documental Shirkers (2018), disponible actualmente en Netflix, narra en primera persona la historia de Sandi Tan, la joven cineasta que sufrió el inexplicable robo. Dos décadas después, las latas se recuperaron en perfecto estado, momento en el que la documentalista decidió regresar a Singapur desde Estados Unidos, donde vive actualmente, para revisar la historia alrededor del nacimiento de la película, su rodaje, las motivaciones que le llevaron a embarcarse en aquella peripecia siendo tan joven, las posibles razones de su hurto y lo que significó aquella pérdida.
La fascinante historia de la cineasta singapurense intercala material original procedente de aquellos negativos con entrevistas actuales a las personas que trabajaron en el proyecto, junto con multitud de cartas, fanzines de rock ochenteros, grabaciones de audio en casete, fotografías e incluso la que podía haber sido su banda sonora.
Las escenas originales de aquel documento inacabado, extraño y la vez cautivador, sin dejar de ser un experimento infantil contenían un puñado de guiños cinéfilos, obra, por otra parte, de su tutor. Los extravagantes personajes, la mayoría familiares y amigos, bien podrían haber aparecido en una película de David Lynch, como la mujer que siempre estaba fumando o la enfermera que paseaba por la ciudad con su perro gigante.
El documental se eleva cuando la cineasta recoge todo ese material y lo edita, veinte años después, con su mirada ahora experta, sorprendiéndonos a cada paso con nuevos guiños cinéfilos, una historia detectivesca toques de humor, y escenas de vibrantes colores de un Singapur desaparecido tras el boom económico de los 90. Cabe recordar que en la actualidad el país asiático tiene una de las rentas per cápita más altas del mundo. La mayoría de situaciones cotidianas y rincones de la ciudad en expansión, vistos en el metraje, desaparecieron tras el impulso inmobiliario que la convirtió en un Disneylandia futurista de altos rascacielos, centros comerciales y frondosos parques. Los fotogramas cobran, por tanto, un extraordinario valor más allá de la historia íntima de Sandi Tan, al captar imágenes de una urbe que se ha transformado completamente. Precisamente ese es uno de los grandes temas de la película: la importancia de la memoria, del recuerdo, de ser capaz de rememorar todo lo vivido sin necesidad del negativo. El valor de no olvidar.
Su maestro y mentor en aquella proeza adolescente, el carismático y encantador profesor de cine Georges Cardona, era un cineasta frustrado con un evidente síndrome narcisista (punto de vista que jamás se confirma en el film, sino que mantiene en todo momento una postura ambivalente) que aseguraba a sus alumnos estar a punto de traer al rodaje al director de producción de Apocalypse Now o ser el creador del personaje interpretado por James Spader en Sex, lies y videotapes. Semejantes afirmaciones, que ahora provocan al espectador sonoras carcajadas, para aquellos adolescentes fascinados por el celuloide resultaban tan mágicas como creíbles y, aunque no lo fueran, se transformaban, sin duda, en su vía de escape. “Creía que la libertad se encontraba construyendo mundos imaginarios”, dice Sandi Tan en un momento de la película.
“Hay muchas sorpresas en esta cápsula del tiempo. El paisaje de una Singapur que había olvidado… el vestuario de aquella época o Jasmine mascando chicle en actitud desafiante, cuando estaba prohibido”. Jasmine Ng, miembro del equipo de rodaje, y quien posteriormente debía haber sido la montadora de la película sino la hubiera sisado el profesor, aparece efectivamente en una de las tomas sujetando la claqueta mientras masca chicle. El gesto, que para cualquier occidental no tendría la mayor importancia, en Singapur, un país donde existe la pena de muerte, significaba una cuantiosa multa.
El acto subversivo se confirma al investigar sobre las leyes de Singapur: desde 1992, el primer ministro Goh Chok Tong prohibió la goma de mascar con el argumento de la falta de civismo de los ciudadanos, que al parecer pegaban los chicles en los sensores de las puertas de los vagones del metro, provocando retrasos en las líneas. Como ocurría en España durante la época de Franco, cuando los ciudadanos viajaban al país vecino para ver películas prohibidas o comprar discos y libros no permitidos, los rebeldes singapurenses cruzaban hasta Malasia para comprar la apreciada chuchería, con el riesgo de sufrir un año de cárcel por contrabando. El gesto de Jasmine, junto a la fascinación de este grupo de adolescentes por la música rock y el cine indie norteamericano, demuestra el inconformismo latente de este precoz grupo de amantes del cine.
En la actualidad, su amiga de la infancia Jasmine, la única que vive todavía en Singapur, es una firme activista por los derechos LGTB en un país donde la homosexualidad está prohibida. Contrastes que la cineasta no deja en el tintero mientras nos cuenta una historia tan personal.
“En todo amanecer dorado, están los que se mueven, los que se agitan y los que huyen”, concluye de forma poética en el documental Sandi Tan. Una vibrante obra, ahora al alcance de los suscriptores de la plataforma de video bajo demanda, que no deberían perderse.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas