VALÈNCIA. En la Florencia de finales del siglo XVI un monje dominico llamado Savonarola, dedicó parte de sus esfuerzos a bramar contra la decoración ostentosa de las iglesias, y parte de la población de la hermosa ciudad de la Toscana se puso de su lado. En su sermón del domingo de Cuaresma de 1496 se dirigió a la grey en estos términos:
“Vosotros, pintores, hacéis mal; si supierais el escándalo que ocasionáis y todo lo que yo se, no pintaríais así. Introducís todas las vanidades en las iglesias ¿creéis que la Virgen María iba vestida como la pintáis?. Yo os digo que iba vestida como una pobre mujer, con sencillez, mostrando apenas la cara. Deberíais quitar enseguida estas figuras pintadas de forma deshonesta…”
Con el tiempo en Florencia y más allá de la ciudad del río Arno, muchas obras artísticas fueron alteradas cuando fondo o forma no obedecían a los cánones o las modas impuestas en ese lugar en cuanto al decoro, el patetismo, los atributos del personaje etc. Para ello la solución técnica era sencilla: se repintaban tablas y lienzos por otros artistas con mayor o menor fortuna. En unos casos era por presentar posturas poco decorosas para el personaje, en otros eran retratos femeninos que se convertían en Santas (en este caso, un famoso retrato de una dama cortesana pintada por Puligo que sostenía una partitura en su mano fue convertida en una Santa y la partitura borrada para introducir en el papel las enseñas propias de esta última), en cuanto a la decoración los fondos dorados de muchas tablas de los siglos XV y XVI fueron alterados, según las tendencias del momento, introduciendo paisajes y poblaciones en la lejanía.
Existe un caso conocido. Se trataba de un cuadro con una Santa Catalina que se tenía como una obra manierista de tercera fila, habida cuenta cómo había sido resuelta técnicamente. El legendario historiador del arte italiano Roberto Longhi (1890-1970) detectó que existían incongruencias en los volúmenes de la figura, en relación con el manto que vestía, así como la existencia de atributos decorativos (como el caso de un medallón) que no pertenecían a la iconografía de esta santa. En la restauración se procedió a detectar repintes y retirarlos, pero más que repintes se trataba de toda una transformación de la pieza, con lo que, tras la Santa Catalina, emergió una obra de Rafael de Sanzio de un tema profano. Se trataba de un enigmático retrato de una dama con un unicornio en sus brazos. Una obra que nada tenía que ver con la anterior. Parece que aquel se tuvo como una obra intranscendente y “reutilizable” para aprovecharla y reelaborar otra de una evidente menor calidad, pero con un significado iconográfico y utilitario allá donde fuera a colgarse, más adecuado a su destino.
No es fácil hallar un conjunto arquitectónico en nuestra ciudad que no haya sido objeto de las tendencias de cada momento histórico. Que el Colegio del Corpus Christi, conocido como El Patriarca, se encuentre prácticamente intacto desde que se erigió a finales del siglo XVI, sin ser zarandeado por las modas de cada período, constituye un milagro, aunque indagando en la idiosincrasia de la institución tampoco es algo tan extraño. Una excepción, puesto que, si hacemos un repaso por la mayoría de iglesias góticas de la ciudad, estas fueron “transformadas” al menos en su apariencia interior según el momento. La iglesia del Salvador es todo un salón académico, San Esteban puede presumir de magníficos esgrafiados barrocos, San Nicolás y los frescos de Dionis Vidal no necesitan presentación, Los Santos Juanes también recibieron el arte de Palomino en la bóveda y magníficos estucos de Aliprandi en sus muros y así con otras iglesias.
Sin embargo, algún templo ha sucumbido a cierta tendencia actual, que no sirve para todos los casos, de recuperar el gótico que subyace después de que una tendencia anterior nos privara de su visión. Ida y vuelta. El caso más llamativo de València es el de la Seu puesto que fue objeto-muchos se acordarán de ello- de lo que se entendió como un embellecimiento neoclásico “a la moda” recubriendo la piedra tallada y plementerías de ladrillo, en su integridad, de lujosos estucos diseñados por Antonio Gilabert (1716-1792). Ya en el último tercio del siglo XX, la tendencia a recuperar el gótico original repristinó los muros y elementos de sustentación de las naves, aunque dejando las capillas laterales con la neoclásica ornamentación. En mi opinión, una acertada intervención. Ríos de tinta han corrido en un sentido y en otro en cuanto a la oportunidad de la “vuelta a los orígenes” y la forma en que esta se ha llevado a cabo.
No nos vamos de la Catedral: tiempo atrás, en el siglo XVII, los extraordinarios ángeles músicos de la Catedral quedaron ocultos tras una magnífica bóveda de Pérez Castiel, doscientos años después de que fueran pintados por una simple tendencia o moda. Lo que hoy nos parece sorprendente, sucedió: los ángeles dejaron de tener interés en el siglo XVII y se decidió la colocación de una bóveda dorada ocultando las extraordinarias pinturas. No se puede criticar aquello con los criterios actuales puesto que la mentalidad de la época era muy distinta a la que hoy en día ha decidido la retirada de esta última, para poder contemplar los frescos renacentistas de los italianos Pagano y San Leocadio.
La sobria aunque conmovedora iglesia de San Juan del Hospital no fue siempre un templo de configuración gótica en lo que a la decoración interior se refiere. También sucumbió a la tendencia del siglo XVIII aunque dicha ornamentación fue retirada hace unas décadas. Hoy en día luce en toda la nave y capillas la piedra gótica del siglo XIII.
Hace pocas fechas cayó en mi mano un cuadro que más allá de sus virtudes tenía una peculiaridad que no es detectable a simple vista. Se trataba de lo que en su día fue una pintura sobre tabla del siglo XVI que había sido traspasada a lienzo y esta era su apariencia actual. De hecho, varios cuadros de nuestros museos (principalmente cuelgan en las paredes Del Prado) tienen esta peculiaridad cuya moda o tendencia hay que buscarla en la Francia de los siglos XVIII y XIX. En el Louvre concretamente puede hablarse de plaga por la cantidad de obras que sufrieron esta extravagante alteración. Al igual que me pregunté yo, imagino que se estarán inquiriendo sobre como rayos se hacía esto.
El procedimiento técnico era delicado, complejo, largo y laborioso, y aquí me voy a ahorrar pasos intermedios: protegida la pintura con gasas encoladas, se procedía a recuperar el plano original de las tablas de madera que tendían a convarse o curvarse con el paso del tiempo (esto se hacía con humedad y empleando cuñas). Se volteaba la tabla y se procedía a serrarla de forma horizontal y vertical, logrando que pasase de los más de tres centímetros de espesor a uno. Tras ello, la madera era cepillada hasta alcanzar un grosor de apenas dos milímetros. Con otro cepillo se dejaba la obra como si se tratara de una hoja de papel de madera. Tras ello se aplicaban aceites y los más diversos productos y se dejaba hasta tres meses secando, imagínense que trabajazo. Tras otra suerte procedimientos para tratar la obra se adhería ésta a un lienzo de lino y éste a un bastidor. Y voilá, obteníamos un óleo sobre lienzo. No hace falta que les explique las alteraciones que sufrían las obras por no hablar directamente de estragos, pero la tendencia o la moda fue esta en una mentalidad del momento muy diferente a la actual.
Las modas o tendencias a las que se ha sometido muchas artes aplicadas son en no pocos casos debidas a cuestiones meramente estéticas: por mucho que ahora nos echemos las manos a la cabeza, por aquel entonces lo tenían claro. Se redoraban los marcos que habían visto envejecer su oro auténtico, se pintaba en negro el mobiliario isabelino (hecho que hoy en día lo hace prácticamente invendible), se convertían en lámparas elementos antiguos como columnas de retablos, se coloreaban los grabados del siglo XVIII y anteriores para dar más gracia al asunto o se cambiaba la luna antigua de los espejos por otras nuevas con lo que se perdía por completo el carácter de la pieza, por no hablar de recortar los marcos antiguos para encajar la medida de un cuadro. Hoy, algunas de estas prácticas están vistas como aberraciones, y lo que conducen es, precisamente, disminuir considerablemente su valor en el mercado.
Este artículo ha sido más sencillo gracias a las inestimables aportaciones de Isabel González-Conde.