MURCIA. Pueden empeñarse todo lo que quieran los amargados defensores de la moral carca y caduca que esto no hay quien lo pare. Cierto es que estos intolerantes nos van a dar algunos quebraderos de cabeza y no hay que bajar la guardia, que a insidiosos y cansinos no les gana nadie, pero la realidad les va a pasar por encima. Y la ficción tiene un gran papel en ello. Puede que en los colegios de sus hijes no quieran maricones, ni bolleras, ni bi, ni trans, ni sexo, ni nada de esas cosas que tanto les espantan, pero desde aquí les aviso: en las series de cualquier cadena o plataforma, franja horaria o procedencia sus hijes van a encontrar eso que tanto miedo les da: la diversidad y la libertad sexual. Y cada vez en mayor cantidad. Lo que viene siendo la vida, vaya.
Hace unas semanas, el escritor Alberto Torres Blandina escribió uno de sus excelentes artículos con el título Occidente es progre. Creo que es importante incidir en las ideas que allí planteaba. Su artículo culminaba con la siguiente reflexión: “Hasta los conservadores justifican, desde su cosmovisión, lo que ya es imparable: que vamos hacia una sociedad donde seremos libres de ser y sentir lo que nos dé la gana”. Efectivamente. Y el mundo de las series no hace más que ayudar a conseguirlo.
Estos días se ha hablado mucho de Luimelia, uno de los trending topics de la semana. Luimelia es la miniserie que recoge la historia de amor de Luisita y Amelia, dos personajes de Amar es para siempre que viven su romance clandestinamente en la España de los 70. Un romance a la hora de la sobremesa seguido con pasión y total entrega por el público en redes y en bares. Todo el mundo ama a Luisita y Amelia. El título de la serie, Luimelia, procede del hashtag creado por sus numerosísimos fans uniendo los nombres de las protagonistas, una práctica habitual de la comunidad fan con los romances que les gustan, sean reales (es decir, que sucedan en la serie o programa de tv), o ficticios (los crean los fans pero no existen en el mundo de la ficción o reality). Es un fenómeno conocido como shippeo o shipping, y se refiere al deseo romántico de unir a dos personas o personajes en un romance. Que, en este caso, mira por dónde, son del mismo sexo, para horror de fachas e intolerantes.
La miniserie, además, para satisfacción de la comunidad fan, ha optado por darles la posibilidad de vivir su amor y su deseo con la libertad que no tenían en los años 70, cuando transcurre Amar es para siempre. Y, por eso, han traído la acción a nuestros días, en seis capítulos de diez minutos que están siendo aplaudidísimos y comentados con fruición por todas partes. Y es así como el romance de dos mujeres es admirado y seguido por gente de lo más variopinta. Y diversa.
Claro que les hijes del facha a lo mejor no ven series de sobremesa y son más de plataformas a las que acceden a través del móvil o la tablet. Pues mira qué bien, porque ahí la diversidad es norma. Personajes LGTBIQ+ y formas heterodoxas de vivir la sexualidad y las relaciones amorosas son de lo más habitual en las series con y para adolescentes: Euphoria, Las escalofriantes aventuras de Sabrina, The end of the f***ing world o Élite.
Y Sex education, claro, cuyo título es explícito. Podemos ya disfrutar de su segunda temporada en la que ofrece toda la educación sexual que los intolerantes pretender erradicar de la escuela. Y lo hace de forma desenfadada y nada sufriente, con una preciosa naturalidad que no rehúye los conflictos ni las contradicciones. Una serie de instituto, para adolescentes y adultos, que juega con los tópicos, desmontándolos y ofreciendo una extraordinaria riqueza de personajes y situaciones. Sex education resulta un canto a la diversidad sin dogmas ni maniqueísmos y también sin grandilocuencia. El mensaje nunca está por encima de los personajes que nunca están tratados como conceptos. Esto no es un tratado ni un ensayo, sino la historia de un puñado de personas que intentan convivir consigo mismas y con las demás.
Pero no solo las series adolescentes reflejan la diversidad del mundo. El universo superheroico y fantástico comienza a llenarse de personajes LGTBI: Supergirl, Batwoman, Legends of tomorrow, Jessica Jones, Legion, American Gods, Arrow, The originals, Lost girl, El Ministerio del Tiempo, Sense8. Y las sitcoms familiares y comedias como Día a día, Unbreakable Kimmy Schmidt, Modern Family. O procedimentales como 911, Person of interest o Chicago Fire. Y Riverdale, The good fight, Master of none, Please like me, Orange is the new black, Vis a vis, Anatomía de Grey, Las chicas del cable… En realidad, podría llenar todo el artículo solo citando títulos.
El boom de las series y las plataformas tiene muchos efectos. Unos podemos detectarlos ahora y otros iremos descubriéndolos en el futuro. Algunos pueden no ser beneficiosos, como cierta homogeneidad en la estética o la reiteración de fórmulas narrativas (de esto hablaremos en otra ocasión con calma), pero otros lo son sin lugar a dudas. Quizá el mayor beneficio sea la diversidad: de historias, de rostros, de cuerpos, de miradas. Cada vez hay más producciones protagonizadas (y escritas y creadas) por mujeres de todo tipo, edad, estética y condición, que viven historias impensables hace no tanto. Cada vez hay cada vez más personajes LGTBIQ+ que nos obligan a romper estereotipos. Y cada vez hay más ficciones decididas a mostrar una variedad en las formas de vivir la sexualidad y las relaciones personales que no es más que la que ofrece la vida. Así que, contra esa idiotez del pin parental, además de resistencia y ni un paso atrás, series.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos