El primer texto publicado por la sala es el ganador de la V Convocatòria d’Autoria en Ultramar
VALÈNCIA. Epígrafe 476.1 del IAE, prefijo editorial de ISBN y depósito legal son términos con los que no estaba familiarizada Mertxe Aguilar, ni falta que le hacía, porque no guardaban relación con su trabajo al frente de la Sala Ultramar. Hasta que a finales del año pasado decidió modificar las bases de la convocatoria anual de autoría del teatro que dirige. Tras cuatro años en los que sus ganadores han visto sus textos tomar vida en una lectura dramatizada, el seleccionado en la quinta edición -y con suerte para la vida teatral de esta ciudad, los que vendrán-, ha visto su imaginario dramatúrgico impreso en papel. Sólo quedará la lluvia, de Carlos Ruiz, es la primera publicación de la nueva editorial Sala Ultramar Edicions. Un revulsivo para la profesión y un quebradero de cabeza para Aguilar, quien no obstante, entiende como necesario este salto en la trayectoria de un concurso que aspira a fomentar las nuevas dramaturgias al tiempo que impulsa la formación en la escritura teatral.
Los autores precedentes fueron Mafalda Bellido, Sònia Alejo, Nani de Julián y Paula Martínez, que precisamente, entre el 3 y el 13 de diciembre se instala en la Sala Ultramar con el montaje del monólogo sobre la soledad por el que fue elegida en la cuarta convocatoria, Huésped.
“Los autores, de manera inconsciente, limitaban el número de personajes y la escenografía para ir a favor del presupuesto cerrado. Su escritura estaba muy condicionada por la lectura dramatizada. Ahora, al editar sus textos, no sólo van a dejar de sentirse coartados, sino que sus trabajos quedan plasmados”, comparte la directora artística de la sala ubicada en la calle Alzira.
La Convocàtoria d’Autoria en Ultramar ha vuelto a contar con el apoyo de la SGAE, que respalda la iniciativa desde su primera edición. Este año se ha sumado el IVC, a través de las ayuda de libre concurrencia a teatro y circo en la modalidad de investigación y formación.
La propuesta vuelve a plantearse como un proceso de trabajo en el que se ofrece una ayuda económica y tutorías con un dramaturgo o dramaturga de prestigio, pero en esta ocasión, y en las venideras, se sustituye la lectura dramatizada por la publicación del texto, y así varía la posteridad del escrito escénico.
“Hay que felicitarse por una iniciativa que apoya la autoría dramática, ya que la publicación de textos teatrales no es especialmente boyante, ya que no cuenta con el apoyo ni la difusión necesarios por parte del mundo editorial ni de los medios de comunicación”, expone el profesor de teatro de la Universitat de València Ramon Roselló, que completa la publicación con un texto introductorio que da peso teórico al libro
Sólo quedará la lluvia está publicado en una edición bilingüe diseñada con la exquisitez habitual de la diseñadora de la imagen y la cartelería de la Sala Ultramar, Marta Pina. Las páginas presentan una gradación azul como la lluvia que anega las emociones de los personajes y la separata entre el texto en castellano y su traducción al valenciano la conforman dos páginas de gotas racheadas.
Para la escritura del estremecedor texto, a Ruiz lo han emparejado con Begoña Tena. Cuando le llamaron para comunicarle quién iba a ser su “madrina”, el autor novel afirma que supo que “todo iba a ir bien”. Ni siquiera les ha supuesto un obstáculo una pandemia global. Los cafés presenciales los sustituyeron por encuentros virtuales por Zoom, Skype, WhatsApp y cualquier plataforma que no se bloqueara en pleno arrebato creador.
En todas las obras previas de Ruiz aparece una madre. Esta vez no iba a ser la excepción, sino todo lo contrario, porque adquiere rango de protagonista. Razón de más para el alborozo del dramaturgo al saber que iba a bregar con la escritura bajo la aguda y humana mirada de Tena, “una voz y un pensamiento femeninos que me podían asesorar en los caminos sin salida”.
El autor había escrito piezas breves para festivales y microteatro, “destinadas a formatos cuya vida no suele extenderse más allá del espacio y la muestra para los que han sido creados”, lamenta.
Sólo nos quedará la lluvia es su primer texto largo. La primera máxima que Tena le transmitió fue que su universo creativo debía ser ilimitado. “Como estoy habituado a una escenografía acotada a un módulo negro y a una silla, me coartaba al escribir, pero ella me instó a que escribiera lo máximo”.
Tanto es así, que los secundarios desdibujados de su primer borrador cobraron una fuerza inusitada para su propio creador. El resultado es una obra coral, con un equilibrio en la presencia de los personajes.
“Nada más empezar, tenía muy estructurada la pieza, pero le propuse que probáramos a enfrentarnos al vacío. Carlos se ha atrevido a dejar de lado los prejuicios, a no imitar voces ni intentar parecerse a nadie. Tiene una gran habilidad para mezclar géneros. En el texto hay momentos kitsch y pop, pero también una profundidad apabullante”, describe su tutora.
Así, en el texto ha irrumpido la poesía de un padre camionero, que rompe con los prejuicios habituales hacia este oficio al comunicarse de manera elevada, y la danza de su hija, que expresa a través del lenguaje corporal las emociones que no puede trasladar al espectador mediante palabras.
Para Tena, la experiencia del acompañamiento también era nueva. “Aunque he co-escrito, es un proceso muy personal e íntimo y trabajarlo como tutora me ha ayudado a explorar por qué escribo y con qué herramientas, y a descubrir cómo ayudar a otros en la hecatombe de los procesos de escritura”.
La dramaturga de Castelló describe Sólo nos quedará la lluvia como una road movie detenida. La trama se desarrolla en elipsis punteadas a lo largo de tres paradas en otras tantas estaciones de servicio. La primera marca el tono: los lectores se embarcan en un viaje emocional hacia el perdón y la catarsis. A partir de ahí, los personajes van cambiando su posición en el tablero marcado por Ruiz.
La memoria y el recuerdo cobran un peso fundamental en el relato. Hay cintas de casete que guardan recuerdos de viajes, mensajes guardados en el buzón de voz del móvil, fotografías de instantes congelados... Como señala a lo largo de uno de los monólogos el personaje del hijo, “una fotografía es una promesa. Cuando fotografías a alguien, le estás prometiendo que será recordado. Que siempre existirá una prueba de su paso por el mundo. Pero, a la vez, hay algo de crueldad en ese acto. Con el tiempo, la fotografía pasará a sustituir a la propia persona y será como si solo hubiese existido en ese instante”.
El libro de Carlos Ruiz es ahora esa prueba, como las fotografías, de que su obra será recordada, pero a diferencia de la crueldad de los momentos detenidos, su texto puede vivir muchas vidas en montajes de teatro.