Un reportero de la BBC viaja a la rusa profunda a conocer y entrevistar a los ultras de este país después de los incidentes de la Eurocopa que asombraron al mundo por su extrema violencia. Cientos de jóvenes que disfrutan pegándose por pegarse
VALÈNCIA. Las primeras imágenes del documental parecen una película de acción. Son de Marsella, durante la última Eurocopa de fútbol en Francia. Los hooligans ingleses estaban tranquilamente tomando cervezas por la mañana en las terrazas cuando empezaron a escuchar sonidos guturales. Cánticos, gritos. Eran los rusos. Venían a por ellos y no hicieron preguntas.
No era solo eso de llegar y darle un puñetazo a alguien, cuenta un inglés entrevistado, llegaban, golpeaban y machacaban. Los hooligans ingleses, tan macarras en otras ocasiones, temieron por su vida. Había regueros de tíos inconscientes envueltos en charcos de sangre por la acera, recuerda otro. Dos fallecieron.
Un hooligan inglés que era veterano de la guerra de Iraq dijo que pasó más miedo esa mañana por las calles de Marsella que en cualquier día de sus años en la guerra. Los rusos prepararon la agresión con tácticas que parecían militares. Fue por sorpresa, bien organizado y contundente. El documental de la BBC presenta esta situación y deja caer la noticia: el año que viene el Mundial se celebra en Rusia.
Documental completo
Lo más inquietante llegó después. El diputado Igor Lebedev, del partido de Vladimir Zhirinovsky, felicitó a los ultras rusos por defender el honor de su país en las calles de Marsella. Y el portavoz de la policía rusa añadió que los agentes franceses no habían podido evitar las peleas porque estaban más acostumbrados a actuar en el Orgullo Gay.
La connivencia de los ultras del fútbol con los políticos es un secreto a voces en los países del Este y el sudeste de Europa. El documental de la BBC se preguntaba si Putin podría acabar con ellos. La respuesta la podemos encontrar en la experiencia de otros estados.
En Serbia, el Orgullo Gay de 2010 fue una batalla campal que pasó a la historia por lo vergonzoso con miles de hooligans atacando a los manifestantes y a la policía. El Orgullo tuvo que dejar de celebrarse. Cuando luego accedió al poder un partido conservador y nacionalista y la Unión Europea dio un toque de atención sobre el hecho de que los colectivos LGBT no pudieran manifestarse -importante para la adhesión a la UE-, ha habido ya varios Orgullos sin el más mínimo incidente. ¿Casualidad?
Si bien es cierto que incidentes violentos en las gradas de los estadios rusos los hubo desde los tiempos soviéticos, y muy al principio, normalmente, los estereotipos que se cumplen en los perfiles de estos hooligans son el de juventud desorientada que se radicaliza en el campo de fútbol por diversas causas. Son países con fuertes problemas económicos, grave deterioro social tras las prolongadas y extenuantes crisis del postcomunismo, en los que el adolescente, a falta de futuro, encuentra una identidad, un grupo y un esquema de valores tradicionales nacionalistas en los que se siente protegido. Un subidón de autoestima que un entorno donde el paro y la explotación están tan extendidos no pueden facilitarle.
Luego estos grupos pueden servir de iniciación para las prácticas mafiosas, tráfico de drogas, delincuencia de cualquier tipo y sobre todo matonismo mercenario. Los esfuerzos que hacen estos países para contener esta amenaza y sus consecuencias son muy onerosos, con la movilización de grandes efectivos policiales e incluso militares, pero también existe la sospecha y los casos probados de alianzas entre hooligans y autoridades.
Se ha explicado y publicado mucho sobre este fenómeno, pero lo que ha encontrado la BBC en Rusia es diferente. El documental, 'Russia´s Hooligan Army' va más allá. Una chica entrevistada dice que Rusia no tiene nada que ver con Moscú, que solo hay que salirse 15 kilómetros para que todo sea radicalmente distinto y haya zonas a las que no es recomendable ni asomarse. Verdaderos niños de la calle, menciona.
El reportero lo hace y entrevista a diferentes ultras que le explican su filosofía. Un grupo de encapuchados cuenta que en Marsella fueron los ingleses los que les insultaron y les provocaron. Otro comenta que encontró a un tío en el suelo y le dio una patada en la cabeza como si chutara un penalti, "y fue un buen penalti", recalca.
Estos ultras, que parecen sacados de una escena de La Naranja Mecánica, le enseñan las banderas de las aficiones rivales. Sus tesoros. Pero el parecido no es al de la película de Kubrick, hay otro mucho mayor. Al de El club de la lucha de David Fincher.
Conocemos a unos chavales que se entrenan en el gimnasio para la pelea cuerpo a cuerpo. El monitor lo explica: "Hay gente que colecciona sellos, otros que nos peleamos en mitad del campo". Y, efectivamente, así es. Acuden en grupo a un descampado en las afueras de su capital de provincia y dos pandillas se dedican a molerse a palos.
El porqué, el honor. No hay nada más. Los dos grupos se dan como si quisieran matarse, pateándose el cráneo, reventándose los morros, el reportero de la BBC, echado a un lado, teme que alguien no salga de ahí con una lesión seria e irreversible.
Pero en un momento dado todo acaba, un aplauso a los ganadores y para casa. Todos tan amigos. Parecería saludable de no ser porque luego empiezan a aparecer vídeos de otras peleas con centenares de personas zurrándose. Por lo visto, lo hacen en mitad del campo porque las autoridades rusas lograron que dejaran de hacerlo en el centro de las ciudades.
La conclusión del documental es que antes la policía estaba acostumbrada a lidiar con hooligans británicos borrachos que en el peor de los casos arrancaban los asientos y se los tiraban. Ahora se trata de una amenaza completamente diferente, mucho más agresiva y mucho más entrenada.
Uno de estos caballeros asegura que en el próximo Mundial, en Rusia, su objetivo serán los ingleses, porque son los padres del hooliganismo. La verdad es que si la BBC quería hacer una campaña para boicotear e impedir que los aficionados de su país no pisen Rusia el año que viene, le ha quedado una obra de arte. No obstante, por el respeto que merece el oficio de esa casa periodísticamente, el acojono cuesta quitárselo de encima.
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