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DEL 21 AL 23 DE JUNIO EN LA MUTANT

Ruido, ritmo (y poca melodía): El Tagomago invoca el espíritu de la No Wave

Lydia Lunch cantando a Suicide. James Chance y su saxo, acompañados de uno de los Contortions. La quinta edición del festival valenciano reúne en su cartel a una interesante pléyade de músicos de culto de finales de los años setenta y principios de los ochenta, tanto norteamericanos como europeos

30/05/2019 - 

VALÈNCIA. La No Wave fue una corriente musical fugaz. Nacida a finales de los años setenta en la ciudad de Nueva York, podría describirse como una deformación virulenta del punk, y una contestación frontal al rock, tal y como se conocía hasta entonces. Más abrasiva y radical, definitivamente emancipada del corsé de las melodías y las estructuras de versos, coros y estribillos. La No Wave fue una anti-etiqueta que dio cobijo a formaciones absolutamente dispares y con personalidades muy marcadas. Allí entraba desde DNA y MARS hasta Bush Tetras. Muchas de estas bandas fueron recopiladas por Brian Eno en uno de esos LPs que todo melómano del punk debe tener como fondo de armario: el No New York, cuya primera edición publicó el sello Antilles en 1978.

La No Wave era el cenáculo de artistas que querían trascender la condición de músicos para explorar también las posibilidades de la performance, la poesía y el sonido. Les unía acaso una fascinación común por el ruido y el ritmo. Hablamos por tanto de una corriente muy poco comercial, y aun así profundamente influyente. Algunos de sus representantes han sido convocados, en cuerpo presente o de forma simbólica, al quinto aniversario del festival Tagomago, que se celebrará del 21 al 23 de junio en La Mutant.

Uno de ellos es James Chance, pieza imprescindible en aquella jungla creativa del Lower East Side por la que pululaban seres irrepetibles como Arto Lindsay, John Lurie o Glenn Branca. Con el curso del tiempo hemos asimilado todo tipo de hibridaciones (la música de ESG se escucha estos días para anunciar coches en la tele), pero hay que recordar que fueron formaciones como The Lounge Lizards o los Contortions de James Chance las que fundieron por primera vez el free jazz, el funk y la música disco. “Solo me gusta la gente que es extrema”, decía en aquella época este mítico saxofonista, que actuará por primera vez en València acompañado del guitarrista de una de las formaciones de los Contortions, Manlio Maresca, y con apoyo de dj para la sección rítmica. Nacido en Wisconsin en 1953, Chance llegó a Nueva York a los 24 años. Formó Teenage Jesus & The Jerks junto a la que entonces era su novia, Lydia Lunch. Precisamente, esta música, poetisa, fotógrafa y performer encabeza también el cartel del Tagomago de este año. No nos brindará, como en otros casos, un espectáculo de spoken word ni cantará en principio las canciones de su último disco. La incombustible neoyorquina viene con un proyecto especial que revisa y rinde homenaje a otra banda fundamental de la No Wave: Suicide. Le acompaña sobre el escenario el músico, productor y cineasta francés Marc Hurtado, cofundador del dúo Etant Donnes en 1977. Ambos están vinculados por su relación personal y artística con Martin Rev y Alan Vega, autores de temas como “Ghost Rider”, que son a la historia de la música post punk experimental lo que el “It’s Like That” de RUN D.M.C. al hip hop. 

Harald Grosskopf, el "primer percusionista de la música electrónica"

La quinta edición del Tagomago -también la más ambiciosa, ahora que cuenta además del Ayuntamiento con la colaboración del Consorci de Museus- no se queda en el otro lado del Atlántico. Sin alejarnos demasiado de las fructíferas décadas de los setenta y ochenta, encontramos en el cartel un nombre importante de la escena krautrock alemana original. Harald Grosskopf, vinculado a grupos esenciales como Tangerine Dream y con artistas como Klaus Schulze y Manuel Göttsching, está considerado como el primer percusionista del mundo de la música electrónica. El pico de su carrera corresponde sin embargo a un disco en solitario, Synthesist, que es precisamente el que interpretará en directo en La Mutant.

Es necesario hacer hincapié en la atención que se presta en esta edición a las “damas” fanáticas de la música experimental, como la berlinesa Gudrun Gut, fundadora de bandas legendarias de los ochenta como Eistürzende Neubauten, Malaria! y Matador. Desde la década de los noventa hasta ahora no ha perdido comba, posicionándose como una figura importante del techno experimental de la escena de clubs berlinesa. Dentro del panorama nacional, Tagomago también ha incluido entre los djs invitados a Rosa Pérez, cuya vasta carrera profesional como promotora y locutora de programas como Secuencias o Fluido Rosa fue reconocida en los Premios MIN 2017.

Asistiremos también a la actuación de un artista mítico de la escena electrónica underground española, cuyo LP Orfeón Gagarin (1986) es una obra de cabecera fundamental que en su día solo se editó en casete, y ahora va a ser reeditada en vinilo por el sello valenciano Verlag System, cuyo fundador, Toni Aura, es a su vez uno de los socios fundadores del festival Tagomago. Detrás de Orfeón Gagarin está Miguel Ángel Ruiz, reconocido como influencia básica por artistas como Francisco López y grupos como Esplendor Geométrico. Ruiz está presente en el cartel por partida doble, ya que también forma parte de la banda madrileña de influencia krautrock Zytospace.

La electrónica experimental que se produce en la periferia

Uno de los méritos del Tagomago es su atención a la producción de música electrónica y experimental que se produce en la periferia nacional. Porque es necesario recordar que existe mucho talento “raro” más allá de Madrid y Barcelona. Bienvenidas sean por tanto propuestas como la de los canarios Gaf y la Estrella de la Muerte (avant rock, jazz experimental, krautrock); los murcianos Espiricom (avant rock psicodélico nacido de las cenizas de Schwarz); los valencianos Tercer Sol, que publicaron recientemente un hermosísimo disco de rock psicodélico; Pedro Trotz, artista de música industrial electrónica de Mallorca cuya trayectoria se remonta a los años ochenta; la también mallorquina asentada en València Adriana Petite o los asturianos Cicada, cuyo disco homónimo, mezclado por Óscar Mulero, plantea un viaje onírico de drones hipnóticos, loops de viola y densas polirritmias.

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