VALÈNCIA. Últimamente estoy escuchando ‘I Feel Love’ por encima de mis posibilidades.
Para no obsesionarme con ‘I Feel Love’ y todo lo que esta canción conlleva para mí -es como un ritual de invocación de carácter sexual-, me concentro en otros asuntos. Entonces caigo en la cuenta de lo feas que son algunas palabras. Tardeo, por ejemplo, es espantosa. A pesar de lo antipáticos que son algunos términos, la gente lo emplea sin ningún miramiento y la fealdad encuentra una vía más para expandirse. Ya lo decía William Burroughs, el lenguaje es un virus del espacio exterior. Si alguien utiliza una palabra, no importa lo viscosa que resulte, los demás también la emplean. Si usas palabras que están de moda imagino que da la impresión de que uno también está de moda. Yo creo que las palabras tienen su propia personalidad. Pero los usuarios del idioma castellano no parecen demasiado preocupados por esto. En mi ramo -la crítica musical- hubo una época en la que la palabra empero brotaba igual que las amapolas en el campo. Te topabas con esa palabra en artículos sobre música cada dos por tres. Como si el autor, en lugar de estar hablando sobre los Rolling Stones o Chemical Brothers estuviese hablando sobre Mariano José de Larra. En otra época aún más lejana, si por casualidad escuchaba un programa deportivo, alguien terminaba pronunciando la palabra galeno. Llegué a pensar que los locutores y presentadores forzaban sus intervenciones para poder hablar de algún tema médico y poder decir así galeno. También es tremendamente chirriante cuando en la tele o la radio se refieren a Rafa Nadal como el manacorí. Manacor debe ser un lugar maravilloso, no me cabe ninguna duda, pero empeñarse en incrustar ese gentilicio en una crónica es muy poco considerado. Fonéticamente, el término resiliencia es menos incómodo que manacorí, pero también tiene lo suyo. Es una de esas palabras feas que de tanto usarla parece que ya no lo sean. Como si al decirla o escribirla diera la impresión de que en el fondo estás hablando de algo muy importante. Es escuchar la palabra resiliencia y pensar automáticamente en aquella película de terror de Chico Ibáñez Serrador.
Llego a todas estas conclusiones y me doy cuenta de que son tan inútiles como la mayoría de cosas que pienso. Para alejar esta sensación, acabo seleccionando de nuevo ‘I Feel Love’ en la playlist del teléfono que lleva por título Gimnasio.
Tengo una pesadilla angustiosa. Sueño que vivo una situación similar a la de Donald Sutherland en La invasión de los ultracuerpos (la versión de dirigida en 1978 por Philip Kaufman; volví a verla durante el confinamiento y me pareció tremendamente contemporánea). En la pesadilla, había cada vez más personas con la banderita española en la mascarilla, todos ellos me miraban peor porque yo no la llevaba. De repente una desconocida me explica en voz baja en una esquina que los de la mascarilla con bandera obligan a hacer la mili a quienes llevan una mascarilla sin bandera. Cuando intento huir, un señor con modales de Ortega Smith me corta el paso. Me mira fijamente y los ojos empezaban a girarle en las órbitas igual que a Marujita Díaz (que cantaba aquella canción sobre la pobre banderita, que al final no tiene la culpa de nada), intentando hipnotizarme. Yo logro escapar a su hechizo (Marujita nunca me hizo la más mínima gracia, y Dinio menos aún), mientras mi acosador levanta el brazo y me señala, alertando a los demás enmascarados abanderados para que me persigan. Me despierto agobiado y sudoroso y ya no logro conciliar el sueño. Al día siguiente salta la noticia de que han llenado la playa de la Malvarrosa con 53.000 banderitas de España.
Para contrarrestar esta sensación de estar volviendo al pasado, opto por elegir yo el momento de ese pasado al que quiero volver. Ver de nuevo Furtivos (José Luis Borau, 1975) me resulta de gran ayuda. La grabé cuando se emitió en Historia de nuestro cine, en La 2 y siento que este es el mejor momento para verla de nuevo. A pesar de no ver ningún canal de televisión desde marzo (me niego, utilizando una frase amable, a que el bigote de Miguel Ángel Revilla forme parte de mi vida), tengo tantas películas y series y documentales acumulados en listas de favoritos que me pierdo. Selecciono Furtivos. La sensación de regresar a algo que me impactó hace mucho siempre es atractiva. Comprobar que lo que te gustó hace mucho tiempo -siendo casi un crío- te sigue gustando casi del mismo modo ahora es algo muy placentero. Me ocurre con la Carrie original, por ejemplo, o con Taxi Driver, que la vi con mi padre un sábado por la tarde en el Artis (o en el Serrano, no lo tengo muy claro), uno de los cines que iluminaban la València de mi niñez y adolescencia. Mi primer recuerdo de Furtivos es la imagen -supongo que publicada en Fotogramas- de Ángel y Milagros copulando en el bosque, el culo de Ovidi Montllor al aire en una época en la que los desnudos estaban prohibidos, así como la polémica que suscitó por la violencia contra los animales y las escenas de sexo. Me gustaba mucho el tema principal de la banda sonora. Lo tenía en un álbum de Círculo de Lectores que recogía temas de bandas sonoras de películas de todo tipo, de Tiburón a Los pájaros de Baden Baden. Fue así como conocí a Vainica Doble, autoras de la banda sonora. Y de algún modo, también a Iván Zulueta, ya que el cartel era diseño suyo.
Por más que lo intento, no consigo olvidarme del virus de las banderitas. No quiero distraerme escuchando ‘I Feel Love’. Me pongo a leer la biografía de Jaime Gil de Biedma que escribió Miguel Dalmau. Pero como voy por la parte final, la que habla de su vida sentimental y sexual, es peor. Me fascina que una escritura tan brillante, un verbo tan deslumbrante, provenga en muchas ocasiones de la onda expansiva que provoca el placer, su antes y su después. Cuando termine el libro llamaré a Pablo Sycet, que fue amigo suyo, para dotorear.
Llego a un pacto conmigo mismo para tranquilizarme respecto al tema de la banderitis. Esto es una moda, me digo. Hay gente que lleva mascarillas -bueno, y cinturones, tirantes, pulseras…- de estas por ideología, pero quiero creer que hay todavía más personas que se la ponen solamente porque la llevan los demás. Como si fuese una moda. Hay hombres que se hacen un moñito y hay personas que llevan mascarilla con la banderita española. Igual que a otros les da por decir tardeo o resiliencia. Entonces leo un comentario de Marta Sanz en IG en el que también hace alusión a este tema. Estoy empezando a asustarme, dice. Bien, si llega el momento de buscar refugio, sé que al menos podré guarecerme en Malasaña, en casa de Marta y Chema.
Busco entre las novedades discográficas para olvidarme de ‘I Feel Love’. Descubro el vídeo del nuevo tema de Man On Man. La canción es muy chula y el vídeo, más chulo todavía, pero el efecto es muy similar a combinar ‘I Feel Love’ con la última parte de la biografía de JGdB. Ahora mismo no se me ocurre una manera mejor para plantarle cara a mis pesadillas.