Es hora de reivindicar la figura de don Juan Carlos, sometido a una campaña de descrédito desde su abdicación. Los que no somos monárquicos ni fuimos ‘juancarlistas’ tenemos, si cabe, más autoridad para hacerlo. Aun con sus muchas sombras y episodios sin aclarar, su reinado es de lo mejor de nuestra historia contemporánea.
Créame, señor, si le digo que la campaña de desprestigio que soporta desde que abdicó se veía venir en un reino como el de España, donde todos, en mayor o menor medida, participamos del vicio nacional de hacer leña del árbol caído. Usted no iba a ser la excepción. Recuerde lo que le sucedió al general que lo nombró su sucesor en la jefatura del Estado. A los pocos meses de morirse apenas quedaban franquistas, salvo Girón de Velasco y otros representantes enloquecidos del llamado búnker. En cada rincón de nuestras ciudades y pueblos amanecieron demócratas de nuevo cuño, cuidando de que sus camisas azules quedaran a resguardo de la curiosidad de las nuevas generaciones.
Cuando abandonas el poder y cesa tu capacidad de influir en la vida de los demás, comienzas a añorar los elogios, por muy interesados que te pareciesen. Te has de acostumbrar a la indiferencia de la gente y, tarde o temprano, al olvido, esa pasión tan fieramente humana. Algo de esto le está sucediendo a usted, que se prodiga poco en actos públicos. ¡Qué feo estuvo no invitarle a la celebración del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas! Su hijo, que ostenta la jefatura del Estado con corrección pero sin brillantez, se equivocó al no invitarle al Congreso de los Diputados. Contadas son las ocasiones en que les vemos juntos. En política —y las monarquías contemporáneas son la forma más sutil de hacer política— el hijo siempre acaba matando al padre después de dedicarle las palabras más hermosas de agradecimiento.
Cuesta admitir y entender el trato injusto que usted, el rey español más importante desde Carlos III, ha recibido en los últimos años. Pero, si lo tiene a bien, habría que hablar antes de los acontecimientos que forzaron su abdicación. ¿Qué mano meció la cuna para provocar su caída? ¿Gente muy próxima a usted? ¿Por qué, después de tantos años sin hablarse sobre su vida íntima, comenzaron a publicarse informaciones que tenían el propósito de debilitar su imagen como monarca? ¿Quién dio la orden? Señor, ni usted ni yo creemos en las casualidades ni pensamos, a estas alturas, que exista alguien inocente en el corazón del Estado.
Fue víctima de un ajuste de cuentas y lo sigue siendo ahora, en que no dispone de tantos medios para defenderse. Sus enemigos (he leído el libelo del excoronel Martínez Inglés y me parece repugnante) han visto llegada la hora de ensuciar su obra con toda clase de calumnias. A falta de lo que dictamine la Historia, y con la escasa información de que disponemos, casi siempre torcida e interesada, su monarquía sale beneficiada en comparación con los regímenes que la precedieron. ¿Quién puede negar que usted trajo, aun con sus defectos y sombras, mayores niveles de libertad y prosperidad que las dictaduras de Franco y Primo de Rivera, la II República y la monarquía de su abuelo Alfonso XIII?
Así lo quería dejar por escrito alguien que no se confiesa monárquico, lejos de mí el serlo, ni tampoco tiene simpatía por el tipo de republicano que más se estila en este país, ese republicano desaseado, dogmático, anticlerical, ateo y enemigo de la propiedad privada. ¡No me confunda con esa chusma, señor!
Permítame que le diga, señor, que mi apoyo público adquiere mayor relieve pues no procede de un juancarlista. ¿Dónde está toda esa legión de juancarlistas que ejercían de palmeros allá donde usted iba? Las élites españolas, que siempre han ido a lo suyo, que son lo peor del país, han cambiado de caballo y apuestan ahora por su hijo, en el carácter muy distinto a usted, titular de una monarquía obsesionada con no cometer errores, una monarquía tan aséptica como aburrida. A su hijo don Felipe le falta un 23-F para ganarse la simpatía del pueblo. ¡Ojalá Cataluña le proporcione esa oportunidad!
A su hijo don Felipe le falta un 23-F para ganarse la simpatía del pueblo. ¡Ojalá Cataluña le proporcione esa oportunidad!
Creo haber dejada clara mi admiración hacia su digna persona, más allá de las habladurías sobre su vida privada y los tratos con sus amigos moros. Mi madre, sin embargo, es de las personas que dejado de tenerlo en un pedestal porque considera, como mucha gente de su edad, que un rey ha de ser también un marido fiel y un padre ejemplar. La Historia nos enseña que casi nunca ha sido así. Si además nos ceñimos a los Borbones, esa correspondencia se ha dado en muy contadas ocasiones. Siendo hijo del conde de Barcelona y nieto de Alfonso XIII, ¿cómo no íbamos a ser comprensivos con sus debilidades si estas le vienen dadas por los genes
Todo pasará; también esta campaña de desprestigio. Cuando usted muera —quiera Dios que el hecho biológico se demore—, quienes hoy le critican desfilarán compungidos ante su cadáver expuesto en el Palacio Real, dejando ver su tristeza durante el funeral de Estado. Los hombres de poder, con esa voz impostada que precede a las grandes mentiras, elogiarán su figura y su obra. Se escucharán discursos solemnes, pomposos y vacuos, muy vacuos. Toda España seguirá atenta la entrada de su ataúd en el Panteón de Reyes del monasterio de San Lorenzo del Escorial, donde sus antepasados alcanzaron la dicha de pudrirse.
Se hablará de acontecimiento histórico, de momento memorable, de pérdida irreparable de una figura egregia, etc. etc. Sólo la gente sencilla le llorará con sinceridad. Y yo, si aún estoy vivo para entonces, iré a la iglesia del Patriarca de València a rezar por su alma. Dios, que siempre ha sido indulgente con las debilidades de príncipes y reyes, víctimas de la pompa y del humo en sus vidas, atenderá mi modesta petición y le hará un sitio en el purgatorio. Allí expiará sus pecados antes de ser elevado al cielo donde le esperará, pacientemente, su mujer doña Sofía.