VALÈNCIA. Últimamente, a poco que le demos al mando y comencemos a navegar por una plataforma de televisión nos tropezaremos con alguna serie policíaca francesa. Es inevitable. Más o menos desde hace dos años han venido aterrizando en las televisiones españolas un montón de ficciones llenas de gendarmes y flics (polis) que van resolviendo crímenes por la bella geografía del país vecino: Chérif, Section de recherches (aquí llamada Unidad de investigación), Profilage: perfiles criminales, Alice Nevers, Candice Renoir, Prof T., Desaparecidas en el lago (Le mystère du lac, en su título original), entre otras.
Han venido acompañadas, además, de un bien nutrido grupo de telefilms que bajo el genérico título de “Asesinato en colóquese-aquí-el-nombre-de-una-ciudad-o-región” ofrecen crímenes y misterios de lo más variado, al tiempo que exhiben todo tipo de paisajes. Francia es más que París y sus series lo demuestran. Muchos de estos telefilms están financiados por las respectivas regiones y son una buena excusa para mostrar distintos paisajes y formas de vida y utilizarlas para construir la ficción y el misterio: lagos, bosques, montañas nevadas, pequeños enclaves rurales, playas.
En todo este conjunto de ficciones hay de todo, claro. Series interesantes, series malas, series que ni fu ni fa. Entre las más interesantes Candice Renoir y Desaparecidas en el lago. Entre las menos Section de recherches. Lo que sí comparten todas es el hecho de que en Francia son grandes éxitos. Section de recherches tiene 13 temporadas y una audiencia media de seis millones de espectadores. Profilage va por la novena temporada con un público fiel de cinco millones de personas. Los mismos que suma Alice Nevers, que tiene nada menos que 16 temporadas, o Chérif y Candice Renoir, que ya van por la sexta.
Aunque normalmente nos gusta hablar de series originales y diferentes, e identificamos el momento actual con grandes obras como Mad Men, El cuento de la criada o Juego de tronos, lo cierto es que el grueso de la programación de las cadenas en abierto está lleno de procedimentales (procedimental: dícese de las series constituidas por episodios autoconclusivos e independientes en los que se resuelve un caso) que tienen muchísimo público: los varios NCIS, Navy: investigación criminal, Ley y orden: Unidad de víctimas especiales, Hawaii 5.0, Mentes criminales, Chicago P. D., etc. Las intrigas criminales, los procesos de resolución de los casos y las historias de policías siguen y seguirán funcionando y llenando las parrillas de televisión.
Los procedimentales franceses comparten muchas características con los estadounidenses. Se trata de seguir a un equipo de trabajo con personajes de caracteres y habilidades diferentes y de mostrar los procedimientos policiales y forenses que llevan a averiguar la verdad. Cada serie mantiene un esquema repetido episodio tras episodio, ese que permite la fidelidad de una audiencia que sabe siempre lo que va a encontrar. Uno de los placeres de este tipo de este tipo de series está, justamente, en la repetición. Son un espacio confortable y seguro, no solo porque vencen la ley y el orden o porque se resuelvan crímenes y la verdad triunfe, por dura o desagradable que sea, sino porque ofrece una experiencia espectatorial segura y cómoda. Sabemos lo que vamos a ver. Naturalmente, la fidelidad también dependerá de lo que nos gusten los personajes, pero esto acaba siendo un poco secundario: si se persevera en el visionado, una acaba acostumbrándose a ellos.
El esquema es siempre el mismo: hallazgo del cadáver, comienzo de las pesquisas, aparición de diversos sospechosos, trabajo de campo de los policías y de la policía científica (incorporada, desde el éxito de CSI, a cualquier ficción policial que se precie), crisis de la investigación (ese momento “no tenemos nada, hay que volver a revisarlo todo”), interrogatorios y resolución del caso.
Pero hay varios aspectos que diferencian las ficciones procedimentales USA de las de Francia. Las más llamativa es que estas últimas son menos truculentas y espectaculares. No vamos a encontrar aquí la espectacularización de la muerte que ofrecen CSI, Mentes criminales o Bones, tanto en lo que se refiere a la exhibición de cadáveres en la escena del crimen, a la reconstrucción de los hechos, o a los posteriores trabajos forenses, mostrados con todo lujo de detalles en las series americanas. No encontraremos secuencias así en Section de recherches, Chérif o Profilages, que se centran mucho más en los avatares del procedimiento policial, más bien aburrido, en el trabajo de campo y en el proceso de deducción, normalmente colectiva.
Tampoco hay grandes secuencias de persecuciones, ni videoclips resultones, ni coches que explotan cada dos por tres. Incluso los tiroteos son pocos; de hecho, lo habitual es que se resuelvan los casos sin necesidad de ellos. La presencia y el uso de las armas marca una diferencia notable. También el tono, más reposado, incluso en aquellas series con un alto componente melodramático y muchos giros de guion, algunos verdaderamente rocambolescos, como es el caso de Profilage.
Esta última, Profilage, muestra bastante bien las diferencia de que hablamos. Su equivalente sería Mentes criminales, dado que se presta atención especial al perfil psicológico y la resolución del caso depende de él. La serie USA es todo grand guignol, tremendismo y sensacionalismo, a veces muy desagradable con sus cuerpos mutilados y torturados, mientras que en Profilage se ahorran la puesta en escena de estos detalles y, aunque haya casos escabrosos, no se espectacularizan.
La verdad es que asombra el éxito de algunas de estas series. Como el de Section de recherches, un procedimental sobre una unidad de investigación de la Gendarmerie de Burdeos. Desde el punto de vista visual es una serie de realización muy plana y elemental, muy funcional si se quiere ver más positivamente; hay que reconocer que van al grano y no se pierden en tramas superfluas o momentos de distensión. Gran parte de las secuencias acaban en los típicos (y un poco penosos) contraplanos de los rostros de los policías mostrando asombro o interés y mirándose entre ellos cuando algún testigo o sospechoso dice algo significativo, ya saben a lo que me refiero, ese subrayado tan torpe. Además, los protagonistas tienen poco carisma y los intérpretes son bastante limitados. A pesar de ello, seis temporadas y cinco millones de espectadores.
Por contra, el resto, Chérif, Profilage, Alice Nevers o Candice Renoir, sí que fían gran parte de su éxito a protagonistas de gran personalidad y carisma. Se suman a la moda de los investigadores raros o excéntricos que son legión en los últimos años. Y salvo Chérif, los personajes centrales son mujeres bastante interesantes, que escapan de los clichés habituales.
Toda esta proliferación de thrillers y series policiales es lógica si atendemos a la propia historia de la cinematografía francesa. Al fin y al cabo, inventaron el polar, el género policíaco a la francesa que se desarrolla a partir de los años cincuenta, con sus características y mitología propias. Pero no solo. Antes que el polar hay todo un cine criminal envuelto en brumas y sombras en los años treinta. O la obra imprescindible de Claude Chabrol y su implacable disección de la vida burguesa y provinciana a través del crimen y la investigación policial. Por no hablar de la enorme potencia de la novela negra y policial en francés.
La industria audiovisual francesa ha sido siempre la envidia de la nuestra y el ideal en el que nos miramos. Mejor dicho, el ideal en el que se mira la profesión pero, por algún extraño motivo sin resolver, no los políticos ni los responsables de la administración, a los que a veces les bastaría con copiar algunas de las fórmulas que allí se emplean para resolver algunos problemas. Con una envidiable cuota de pantalla de casi el 40% (esto es, el porcentaje de público que acude a las salas a ver películas nacionales), el cine francés es el único que en Europa es capaz de plantarle cara al dominio de Hollywood. Ese es su bagaje. Francia ama su cine y sus series.