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PERFILES CULTURALES 

Recetario cultural: las melodías de Jorge Tabarés

23/01/2020 - 

VALÈNCIA. La navidad remolonea en las calles de València en los días previos a Reyes y llena las calles de reclamos y luces tontorronas, hay un tumulto que se mueve como un solo alma por la zona comercial. Sin embargo, en la cafetería de la Nau el tiempo se recoge y las luces no lastiman, Luis Vives parece respirar sobre el pedestal del patio mudo y nos recuerda que hay otras velocidades dentro de un mismo compás. Crea otra voz dentro del coro.

Jorge Tabarés (Sagunto, 1996) es una voz distinta dentro del coro. Deja Nueva York estos días para visitar a su familia y trae a sus espaldas la doble titulación que acaba de completar con Honores en la Mannes New School for Music (piano y composición) y la Beca de Excelencia de la Fundación Rafael del Pino, con la que está a punto de concluir un doble máster con premio Beca del Presidente. La antigua sede de la Universitat es un sitio predilecto para él porque hace 5 años tocó en la Capilla de la Sapiencia, justo después de su primer año en Nueva York. También porque comparte la veneración del humanista valenciano por la cultura como institución. Culturplaza le entrevista en el silencio del patio y deja que se explaye sobre su carrera musical mientras la noche desciende y la penumbra borra los ángulos de la piedra.  

En los últimos años, Tabarés luce una barba tímida que tapa la redondez de su mandíbula y le imprime una gravedad que aún no ha cuajado, su risa fácil la desmiente. Si le preguntáramos, contestaría que prescinde de afeitarse porque necesita cada minuto para la música (toca y compone todas las horas del día). Pero es fácil imaginar que, una vez se deshace del negro estricto de pianista, este joven desea que le sigan tomando en serio.

Muchos maestros ya lo han hecho en estos años. Su currículum incluye premios internacionales como el Metropolitan Piano Competition en Nueva York, Cremona Competition en Italia y el Santa Cecilia de Portugal. Participa en la prestigiosa emisora americana WQXR y el que fuera crítico musical del New York Times, Robert Sherman, le eligió para rendir homenaje a Alicia de Larrocha. Asimismo, debutó como solista con la Orquesta Filarmónica de la Universidad de Valencia bajo la dirección de Beatriz Fernández: en la Sala Iturbi del Palau de Valencia y en la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza.

Preguntado por sus orígenes, no desmiente la leyenda familiar (su madre lo encontró con dos años imantado al televisor con el concierto vienés de Año Nuevo), pero ríe y admite que la música “siempre estaba ahí, no recuerdo un inicio”. Sus padres tuvieron reflejos y lo inscribieron en la única escuela de Música Temprana que había en Valencia, con el maestro Jesús García Martínez. A los 13 años, y hasta que dejó Europa, sus viajes a Barcelona y Francia eran continuos, donde estudiaba con la pianista Cristina Casale y el profesor de Musikene Emmanuel Ferrer-Laloë, respectivamente. Es bonito que no exista un momento iniciático, que el teclado haya estado siempre en su mapa neuronal como una extensión de sus órganos sensitivos. Se encoge de hombros como si le hubiéramos preguntado cuándo se animó a respirar.

El método Suzuki le permitiría asimilar la música como una lengua materna, pero asegura que pasaba más tiempo dibujando que tocando. Sabemos, no obstante, que no paraba quieto hasta que no dominaba un ejercicio al teclado, “¿Si me castigaban con no tocar? No, para nada”. Es una pequeña malicia porque salta a la vista que no ha debido de necesitar ni un castigo.

Bucea más allá y encuentra una fecha, los diez, doce años: “A esa edad empecé a fijarme con interés en las melodías, eso llegó con el inicio del repertorio serio. Algunas piezas para niños son horrorosas ─ríe y se disculpa por algo que no pide disculpas─, pero Shumann se salva: el Granjero Feliz, el Caballero Rusticano…recuerdo las primeras piezas simples de Mozart, las Sonatinas de Clementi, Beethoven. Supongo que es ahí cuando empiezo a estudiar armonía, conozco el contrapunto. Para componer hay que conocer todos los engranajes, yo a los quince sólo chapurreaba, improvisaba, tengo un montón de grabaciones horrorosas de aquellos años, ¡muchísimas! Y no las escucharé en la vida”, confiesa divertido. Le amenazamos con publicarlas cuando su fama sea internacional y finge estar espantado. “Integraba acordes que había memorizado sin darme cuenta”. Divagamos sobre la necesidad de copiar, sobre autores copiables y no copiables, en todas las disciplinas. “Sí, así es, y no me cohibo: creo que nada sale de la nada. Hay instituciones establecidas, por ejemplo una sonata: se le puede seguir el hilo a través de los siglos y las culturas”.

El salto a la composición lo daría con su llegada a la gran manzana, cuando en el 2014 fue admitido en la Mannes School of Music. “Llego a Nueva York y son tantos estímulos, tanta música nueva, allí hay conciertos todos los días, todas las horas, ¡abrumador! ¡Y todos unos musicazos impresionantes!” Los Nocturnos de Lowel Liebermann, uno de los compositores vivos más programado y grabado de los EEUU, le atrapan cuando su profesora de piano, Irina Mozorova, se lo sugiere para preparar repertorio. “Él fue clave. Me fascinó. Fue un detonante para que yo cogiera por primera vez el papel. Tenía claro que Liebermann debía ser mi maestro.” Cuando llevaba un año haciendo sus pinos y mirando de reojo a los alumnos de Liebermann por los pasillos de la escuela se preparó a conciencia las pruebas de acceso para la doble titulación. Sería compositor, pero no renunciaría a su carrera como intérprete. Como un director teatral con la hechura de actor, nos recuerda que “ayuda mucho serlo, en la partitura dejas anotadas las claves que el intérprete tomará como tú quieres que sea”. Un fajo de partituras, un CD y 20 minutos para dominar los nervios delante de “una mesa larga donde está toda la facultad, 8 ó 9 profesores, la inquisición al completo”, ironiza. Casi un centenar de candidatos y sólo diez admitidos, “y años de 5… tuve mucha suerte”. Preguntas afiladas acerca de los instrumentos, las armonías, las sonoridades elegidas y el porqué.

No menciona el clima de rivalidad que debe de respirarse entre las aulas, pero todos tenemos en la memoria las vicisitudes de los jóvenes aspirantes que pululaban por el Nueva York ochentero de la serie Fama. O las lágrimas en los actuales platós, con realities como OT. “La competitividad está ahí, no soy inmune, pero no me invade ni soy adicto. Y no es malo rivalizar. También está la camaradería de pertenecer a una escuela”. Se cuida mucho de criticar a nadie, todo son elogios para los músicos con los que convive, especialmente sus maestros. “Es una suerte enorme estudiar con Irina y Liebermann, ellos se preocupan por hacer escuela, por sistematizar sus conocimientos. Crean un sistema lógico con el que no se les tome el pelo a los alumnos. No todos lo hacen”. Preguntado por los detalles, ilustra el oscurantismo de algunos docentes que se embelesan con la retórica y las consignas oscuras. “Imagínate la playa, la puesta de sol ─le decía un profesor de este tipo al alumno atascado─… ahora piensa que te rodean tus seres queridos…─parodia con voz engolada─ ¿Sí? ¿Lo tienes? ¡Pues por eso no te sale! ¡Como no te pongas a trabajar no vas a resolver el pasaje!”

En vez de volar con la imaginación a una playa idílica, él se cultiva a fondo con la tradición literaria. Sus lecturas de cabecera incluyen a Rubén Darío (Azul, Cantos de vida y esperanza, Rimas, Prosas profanas y otros poemas), Garcilaso de la Vega (del que surgió su Canciones para Tenor y Piano). Repasamos su repertorio y se ilusiona del esfuerzo que debe hacer para listar todo trabajo de estos años, porque implica que su producción ha crecido más allá de su memoria inmediata. “También un romántico de EEUU, Henry W. Longfellow, de ahí surgió Canciones para soprano y piano, y Robert Frost, un poema suyo que estaba fuera del copyright”

Asegura que todos los compositores acuden a la poesía y que no es un capricho de su gusto personal acudir a autores remotos: los derechos de autor deben haber sido liberados para poder estrenar. En América esto supone un periodo más amplio, aquí se acaba de liberar Unamuno, del que tomó la inspiración para su Pieza coral para coro y solistas (“logré morir con los ojos abiertos…”, cita con entusiasmo). Esto le sirve a su vez para conocer la música de la época, “que está inexplorada en la tradición hispana, lo que no sólo implica España, sino Hispanoamérica al completo”. El Siglo de Oro español le embelesa, “Calderón, las Novelas Ejemplares de Cervantes, ese humor peligroso, tan satírico y burlesco…”. Entendemos que debe de añorar el sarcasmo español después de tantos años rodeado de anglosajones y ríe de forma tibia, pero desmiente nuestras sospechas. “Más que nostalgia es por tomar conciencia de dónde viene uno. Todos pertenecemos a una doctrina, el que diga que no es porque no se ha analizado y no sabe de dónde viene su mezcla. Mi enseñanza musical es, como todas, de la tradición austro-germana, pero al componer yo intento acudir a mis raíces y no importar de fuera. Eso me sostiene. Y es de una riqueza enorme, sobre todo en contrapunto y polifonía. A lo largo de todo el Renacimiento abundaban las sociedades corales y la obra coral es gigantesca. Es tan rica y está tan poco estudiada. Cómo no mencionar las Glosas de Antonio de Cabezón, un grande del Renacimiento que es mundialmente conocido…”. También le apasionan las formas y géneros barrocos, “los Tientos, las Diferencias, las Jácaras, el Pasacalle…estas formas no se han explotado tanto en otras tradiciones europeas, los Pasacalles tempranos españoles son muy ricos y originales”. Dos valencianos son referentes para él: Juan Bautista Cabanilles, que tiene “una polifonía increíble y la mejor obra para órgano de la época”, y Vicente Rodríguez Monllor, contemporáneo de Bach, “con obra para clavicémbalo riquísima, ¡y lo que cuesta encontrar grabaciones de estas sonatas!” Lo califica de im-presionante y separa la primera sílaba para subrayarla, casi parece que la masca, la paladea. Cuando busca las palabras y ha usado ya tres o cuatro veces la misma hipérbole, se confirma que debería haber traído el piano para que lo dijera con música. Hay un umbral que su mente ha traspasado y las palabras se quedan atrás como al que se le enredan los tobillos en un seto: una parte de su cerebro ha dado ya el salto al otro lado como un animal joven y lleno de impaciencia. Desde allí parece que nos espera y esta es la impresión que transmite cuando se le escucha en un concierto y le ve transportado.

“Una pieza que hice hace poco, Dos danzas hispanas, en la que quería estudiar la danza en Sudamérica y España, me llevó muchísimo trabajo. Ya ves tú, unas danzas modestas, de instrumentación sencilla, y me fue muy difícil hacerlo porque el material bruto que encontré era tan extenso. Me di cuenta de que, sólo el mundo de la danza, que no es música pero se conecta con ella, es riquísimo. El folclore hispano es dificilísimo de estudiar, y el repertorio es inagotable”.

Menciona el folclore y su discurso viaja directo a Oscar Esplá, el autor alicantino que, para él, es un grande del S. XX injustamente olvidado. “Es un genio y no se ha oído su nombre en América. Estudió mucho el folclore levantino, también la tradición de Castilla, para que todo no fuera siempre Andalucía. Suena con otro color”. El músico valenciano, cuyas partituras tienen una estructura paralela a los textos literarios, se revela como el autor al que Jorge Tabarés querría parecerse. Un autor complejo y multidisciplinar que, como Azorín o Unamuno, hombres del 98, se preocupó por la regeneración del arte y la cultura. “Estudió con Saint-Saëns en Francia, y con Max Reger en Alemania, con lo cual recogió algo del posromanticismo alemán y del impresionismo francés, pero no renunciaba a integrar el folklore levantino de forma sutil”.

Desglosa los avatares del autor de Lírica Española, y le enciende comprobar la poca difusión que tiene su obra. “Fue un musicazo con mucho criterio. Y muy perfeccionista. Se propuso crear un lenguaje modernista, renovado sin renunciar a la raíz. Lo hizo, aunque no sea tan conocido como Falla o Granados. Como ellos, universalizó la música española y además fue un erudito con una cultura enciclopédica. Cuando toqué el pasado verano en Barcelona en el Centre Sant Pere Apóstol, incluí una de sus obras y el programador de conciertos admitió que en veinte años aún no lo había oído. Y me lo agradeció. Fíjate: el mismo maestro Leopold Stokowski dijo que Don Quijote Velando las Armas era una de las obras orquestales más importantes del Siglo XX, ¡un tesoro! Y a pesar de ello ni se conoce ni se toca en el extranjero”.

¿Ser tan trabajador como Esplá significa aparcar la vida personal para entregarse a la música? “Personal mío hay poco en mis obras ─contesta embalado─, no lo veo como algo donde volcar mi subjetivismo psicológico”. Sigue ilustrando su estética y desconoce que ha respondido tangencialmente a nuestra pregunta. No es un requiebro, simplemente sigue ahí, detrás del seto. “La música es más fuerte cuando sale de una institución. Hoy se habla mucho de encontrar tu personal voice, pero para mí un compositor joven no debe estar preocupado por esto. Para mí se trata de lo contrario. Denuncian lo mío de derivative, que deriva, y me lo tomo como un elogio. No se puede salir de la nada: si lo haces, estás vacío”. Hablamos de cómo la voz propia se crea por decantación, al cabo de mucho trabajo, y asiente. “Escuchas a Beethoven y reconoces pequeñas firmas. Pero es mucho más importante la Institución, el autor la coge y la opera: la Institución no se opera a sí misma”.

Denuncia a los adalides de la singularidad y coincidimos en que si eres plano, saldrá algo plano. Por ello, como Esplá, él se cultiva todo lo que puede. Además de los poetas, acude a narradores como García Márquez (Cien años de soledad, Del amor y otros demonios), y alterna con artistas que tocan juntos y debaten acerca del materialismo filosófico en la música. En Nueva York ha sido natural que los músicos latinos se aglutinen y compartan vicisitudes y gustos. Incluye a directores de orquesta, violinistas, músicos de viento, metal, contrabajistas… y de nuevo se queda sin palabras para elogiarlos.

Puede que su alma esté aquí, en su Levante natal, desentrañando los tesoros musicales de nuestra tradición, pero es obvio que su carrera musical le seguirá empujando por otros aires. La atmósfera musical de Nueva York no termina entre los muros de las grandes escuelas de música, como la mítica Juilliard (él desmiente que sea la única escuela rica en grandes maestros). Existe todo un campo alrededor de la formación en música de cine (los famosos soundtracks, que a Tabarés no le interesan de momento, pero que fagocitan a músicos de todo el planeta) y, por supuesto, en el jazz, donde sí se deja arrastrar. “Admiro muchísimo a Keith Jarrett y sus famosas improvisaciones al piano, en las que puede pasar más de una hora creando dramas musicales impresionantes”. Siempre que puede se escapa a alguno de los muchos clubs de jazz de la ciudad donde “no se va a pasar el rato, sino a apreciar jazz de primera calidad”

Es difícil discernir si está viviendo ya un sueño o si éste está por llegar. Preguntado por sus ilusiones, no puede dejar de mencionar la ejecución de sus obras, “es lo que más valora un compositor: que sus partituras suenen a manos de músicos competentes”. Ya ha tocado este cielo con las yemas de sus dedos, por ejemplo cuando la soprano Ana Capetillo canta sus canciones en Nueva York, o cuando el pasado verano en el Percufest Festival se estrenó su Sonata para dos pianos y percusión a cargo de Josu de Solaun y Anna Petrova como pianistas y Paco Díaz y Josep Furió, de las Orquestas Filarmónicas de Tenerife y Valencia respectivamente; “grandísimos instrumentistas que hacen maravillas con tu música”. Y asegura que “yo lo que hago es componer un plano, como el arquitecto, pero son sólo grafías: el intérprete es quien compone en acto y, si es potente, la obra cobra sentido, si no, se derrumba”.

Termina la entrevista y la piedra barroca de la Iglesia del Patriarca es testigo de estas últimas palabras. Los muros oscurecidos y densos transmiten el rigor de los siglos pasados, del tiempo en que las cosas estaban hechas para perdurar. Un tiempo lento para un consumo lento. Es inevitable asombrarse de cómo combina un millenial como Jorge Tabarés esa lentitud que precisa la creación con el vértigo del siglo XXI y de la Gran Manzana.

El próximo mes de mayo saldrá publicado su primer disco en el sello KNS Classical. Habrá que desatender el ruido y la furia de este presente y dedicarle un tiempo lento para asimilarlo, como el que él cultiva al otro lado del Atlántico.

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