VALÈNCIA. Algunas personas se convierten en símbolo. Sin querer, acaban trascendiendo su propia vida y transformándose en emblema. El Ché Guevara es el rostro de la lucha popular, Marilyn Monroe el arquetipo femenino del siglo XX y Bin Laden el terrorismo yihadista. De pronto no damos cuenta de que -en un mecanismo que la publicidad y las religiones conocen bien- una idea se transubstancia en carne y es imposible ya separarlos.
Un ejemplo reciente es Donald Trump. Su piel naranja, su gesto soberbio y su ridículo peluquín conforman el icono que mejor define la democracia americana. En realidad todas las democracias. Ver a Trump en la televisión nos hace entender en qué se ha convertido aquel sueño democrático del siglo XVIII que comenzó con las revoluciones francesa y americana: en un señor multimillonario y ególatra que desprecia a los grupos menos favorecidos como las mujeres o los inmigrantes. Como esas imágenes del Románico que decoran las iglesias, talladas para que el pueblo analfabeto entendiese los dogmas de fe del cristianismo, Trump muestra, con un solo golpe de vista, el verdadero rostro de la democracia del siglo XXI. Podría estar páginas y páginas hablando de cómo las clases gobernantes están formadas por ricos ególatras sin ninguna empatía con el pueblo que hacen las leyes para beneficiar a los suyos. Pero no hace falta: observen a Trump y ya está.
Otro ejemplo diferente es Kim Jong Un, el dictador norcoreano. Su figura, más caricaturesca –si cabe- que la del presidente norteamericano, es el sueño hecho parodia de los ideales comunistas. Miren cualquiera de sus fotos: esas medallas militares, ese pelo extrañísimo y esa sonrisa de estudio de fotografía de barrio son la imagen perfecta de dónde puede acabar la izquierda cuando se fanatiza... Otras veces puede acabar enfundada en un chándal de colores, que para el caso también nos sirve.
Hay decenas de ejemplos de lo que les digo: piensen en la foto de Artur Más abriendo las aguas y verán en qué tipo de mesianismo se ha convertido el nacionalista catalán, piensen en Rouco Varela como la inquietante faz del catolicismo del siglo XXI (yo alejaría a mis hijos y mi dinero de esa imagen) o en Froilán y Urdangarín como la monarquía española. Mimados, corruptos e intocables. ¿Se dan cuenta? Mirándolos a ellos no hace falta dar más explicaciones. Una foto suya y lo complicado se hace simple. Las ideas se revelan en sus cuerpos con total nitidez. Como en un cuadro de Saura o en una película de Berlanga, dos artistas españoles que captaron las esencias que esconden los cuerpos. El alma tras el rostro.
Decía Berlusconi que la mayoría de los italianos querían ser como él y creo que tenía razón. Leí una vez que no votamos a la gente que es como nosotros, sino a la gente que es como nosotros querríamos ser. Los italianos votaban a Berlusconi porque todo italiano quiere en el fondo ser rico, fanfarrón y tener sexo con jovencitas. El rostro operado e histriónico de Berlusconi como icono grotesco: los sueños del italiano medio. Los rusos -poniendo otro ejemplo muy repetido- quieren ser tan machos y peligrosos como Putin: seguros, fuertes, de mirada fría y amenazante. Esto explicaría también el rápido ascenso en Francia que tuvo Sarkozy, tan bajito, petulante y prepotente como Napoleón, el héroe francés por excelencia.
La pregunta se hace inevitable: ¿Qué ideales representan nuestros gobernantes? Veamos: somos un pueblo mediterráneo heredero de las mercaderías y los trapicheos de fenicios, judíos y católicos. Nuestros ídolos son los pícaros y los bandoleros. Como dice mi vecina resumiendo el alma patria: ¿Que tú no robarías si pudieras? ¿O no colocarías a tu hijo si tuvieses el enchufe? Pues respondidos estamos. Nuestros gobernantes son el sueño hecho efigie del español medio: muchos querríamos tener nuestra propia tarjeta black, tener cuentas en Panamá o que nos diesen un master –o un sueldo- sin pegar ni golpe. Rajoy fumándose un puro como si nada fuese con él –ni su nombre en los papeles de la Gürtel ni la corrupción sistemática del PP demostrada en los tribunales- es un buen icono. También Bárcenas, con su pelo engominado y su abrigo Chesterfield calcadito del de Al Capone. La dentadura deslumbrante tras el moreno radioactivo de Zaplana.
Seguro que se les ocurren más ejemplos de esto que digo…
En realidad, he escrito este artículo para hablar de Evaristo, el cantante de La Polla Record (y más recientemente de Gatillazo). Evaristo es probablemente el músico de punk más importante e influyente de España. Tan importante que Evaristo ya no es Evaristo. Evaristo es la contracultura, es la provocación, es el margen y es la crítica social más despiadada y satírica. Sus grandes orejas y sus tatuajes son parte de la esencia del punk español. Las letras de La Polla Records fueron verdaderos himnos adolescentes que no dejaron títere con cabeza durante los 80 y los 90. Muchos jóvenes como yo crecieron con sus canciones porque expresaban la rabia que llevábamos dentro: rabia contra una iglesia corrupta (Salve), contra los políticos (El congreso de ratones), contra el nacionalismo español rancio (Cara al culo), contra los bancos (Sin escrúpulos)…
La Polla Records puso voz a la insatisfacción de muchos jóvenes que no entendían –entienden- un sistema donde siempre ganan los mismos: donde los políticos están al servicio de eléctricas o constructoras, donde los trabajadores siempre perdiendo frente a los bancos, donde la justicia es más laxa para el que más dinero tiene, donde la Iglesia roba y viola impunemente, donde el dictador Franco sigue teniendo estatuas mientras los muertos republicanos se pudren en cunetas… De alguna forma, acudir a los conciertos de La Polla Records y de otros grupos críticos con el sistema como Eskorbuto, Albert Pla, Soziedad Alkoholika, Ska-P o Los Chicos del Maíz era y es un canal para expresar la rabia juvenil. No creo que después de sus conciertos se quemen más contenedores, como se suele decir. Creo, más bien, que no se queman más contenedores gracias a esos conciertos que sirven de catarsis colectiva.
Valtonyk, Hasel o La Insurgencia son la muestra de que vivimos en un sistema cada vez más represivo donde la libertad de expresión está en peligro. Pero creo que no lo habíamos visto tan claro hasta ahora, hasta que la guardia civil se ha llevado a Evaristo, tras 30 años sobre los escenarios. Este leve gesto ha puesto en evidencia el retroceso de las libertades individuales al que nuestro gobierno nos está llevando… Y no importa que el cantante solo haya estado unas horas en la cárcel. Evaristo no es un individuo. Evaristo es el icono de la libertad de expresión en España. No amenazan a Evaristo, sino los valores de la democracia.
Señores del PP, no sé en qué se diferencian exactamente de Erdoğan, de Putin, del ayatolá iraní, de Hugo Chávez, de los hermanos musulmanes o de los populistas de uno y otro pelaje a los que ustedes critican tanto. Explíquenmelo, por favor… pero no por TVE, que hace tiempo que no veo la tele del régimen. No solo es que ya no me creo nada de lo que dicen en ella, es que me da vergüenza que se llame televisión pública a tal panfleto conservador y casposo.
Se ha visto demasiado claro: no quieren castrar La Polla, quieren castrar nuestra libertad. Y, señores gobernantes, igual nos cuesta un poco, pero les aseguro que no se lo vamos a permitir…
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