Con motivo de la reaparición de Raffaella Carrà en TVE para presentar la gala del 60 aniversario de la cadena, repasamos la moda excesiva de la italiana. Icono gay y del estilo 'showgirl', su imagen es tan reconocible como su golpe de melena
VALENCIA, Maria Raffaella Roberta Pelloni nació en Bellaria el 18 de junio de 1943 en una familia acomodada que pronto cambiaría Bellaria por Bolonia y después, Roma. Fue allí donde con tan solo ocho años Raffaella comenzaría su formación como bailarina en la Academia Nacional de Danza, años más tarde siendo aún muy joven, se inscribió en el Centro Experimental de Cinematografia donde se graduó con honores.
Después comenzó su carrera en el cine protagonizando varias películas y mudándose a Hollywood donde llegó a compartir reparto con Frank Sinatra cuando aún Raffaella era morena y no tenía flequillo. Sin embargo, la italiana decidió abandonar su carrera en Hollywood para volver a Italia y dedicarse a la televisión ya convertida en rubia y rebautizada por el director Dante Guardamagna con el apellido de Carrà -como el famoso pintor futurista-.
El golpe de melena platino con flequillo imperturbable, los estilismos de showgirl y las canciones pegadizas que todos acabaríamos cantando y bailando no tardarían en llegar. Había comenzado así la carrera de la gran Raffaella Carrà, leyenda italiana de la televisión, mito pop de nuestro tiempo e icono gay.
El éxito real, sin embargo, le llegó en 1970, gracias a los tres minutos de baile frenético durante el espectáculo Ágatha y tú de Nino Ferrer. A partir de entonces, la RAI coronó a Raffaella Carrà como la "reina del sábado noche" apareciendo en diferentes programas en horario de máxima audiencia como Canzonissima durante la década de los 70's y Millemilioni en los 80.
Fue su primer éxito, Tuca Tuca en 1971, la que convirtió a la Carrà en un fenómeno internacional llegando a nuestro país y cruzando hasta América del Sur. Su primera actuación en la televisión española fue en 1974, en el programa Señoras y señores.
A partir de ese momento despegó su carrera como cantante con temas al más puro estilo italo-disco cuyas letras son imposibles de olvidar sin una lobotomía de por medio. El combo perfecto de la italiana consistía en una canción pegadiza acompañada de una coreografía como solo ella sabe bailarla: con energía, brillos y golpe de melena.
Fiesta, En el amor todo es empezar, Explota, explota, Rumore, Caliente, caliente, ¡Qué dolor! o Hay que venir al sur, son algunas de sus famosísimas canciones que varias generaciones hemos bailado y cantado. La década de los 90 supuso el momento de mayor popularidad de la cantante en nuestro país, cuando su programa ¡Hola, Raffaella! se convirtió en éxito de audiencia y fenómeno social. Desde entonces, sus idas y venidas a nuestra televisión han sido constantes.
La energía de Raffaella Carrà parece inagotable y en los últimos años ha participado como coach en la versión italiana de La Voz y su éxito de 1978 Hay que venir al sur, vivió una segunda juventud gracias al remix de Bob Sinclair, volviendo a ser un éxito de ventas ahora a nivel mundial y sonando en todas las discotecas. Actriz, bailarina, cantante y presentadora, nada se le resiste al “ciclón Carrà”.
En 1970 Raffaella Carrà actuaba en el programa italiano Canzonissima interpretando el tema Ma che musica maestro, para la ocasión eligió un conjunto diseñado por Enrico Rufini de top y pantalón. No tendría nada de particular sino fuera porque el top, de inspiración algo bondage con cintas enrrolladas en los brazos, era tan corto que dejaba al descubierto el ombligo de la italiana. El atrevimiento de la Carrà pasó a la historia de la televisión italiana convirtiéndose en la primera mujer que enseñaba tan noble parte de su anatomía en la pequeña pantalla. El baile sinuoso y la visión del ombligo de la cantante creó tal revuelo en la conservadora Italia de los 70s que se ganó el apodo de “el ombligo de Italia” y el título de artista polémica.
Quizás por el atrevimiento natural de la italiana o porque rápidamente supo que la polémica es un eficaz potenciador de la fama, al año siguiente volvió a generar rumore, rumore con otra de sus apariciones televisivas. De nuevo en el programa Canzonissima, la cantante presentaba un tema con coreografía incluida que haría removerse otra vez a los conservadores italianos e incluso al Vaticano: el Tuca Tuca. En la canción Raffaella desplegaba toda su sensualidad bailando frente a un bailarín mientras le iba tocando rodillas, caderas, hombros y mejillas. Ahora nos parece de lo más casto, pero en su momento debió ser como el equivalente actual a algo así como un perreo electrolatino muy soez porque la RAI -la televisión pública italiana- censuró el baile.
Tiempo más tarde, Alberto Sordi, uno de los iconos del cine italiano fue invitado al famoso programa y le pidió a Raffaella bailar con ella el Tuca Tuca. Ante esa situación, Giovanni Salvi, director general de la RAI, terminó autorizando el baile y así el Tuca Tuca se convirtió en un fenómeno de masas en Italia y el resto de Europa.
Los brillos en todas sus variantes, el maximalismo y el look showgirl, han conseguido que el estilo de la italiana sea totalmente reconocible y que, junto a su imperturbable flequillo y melenita platino, constituyan el auténtico “estilo Raffaella Carrà”. Tanto es así que la moda nada discreta de la Carrà ha llegado hasta nuestros días sirviendo de inspiración para grandes estrellas como Madonna en su gira MDNA, Lady Gaga o Christina Aguilera.
La mayor parte del vestuario de la italiana se confeccionó a medida y siguiendo las indicaciones de la artista que siempre tuvo una visión del espectáculo cargada de purpurina y color.
La discreción nunca formó parte del vocabulario de Raffaella. Nadie como ella ha sabido combinar en un mismo estilismo un mono de color electrizante con camales acampanados, cristales de strass bordados y escote profundo hasta su famoso ombligo. En el fondo de armario de la Carrà más es más. Si deja a un lado las lentejuelas y la purpurina, solamente hay espacio para looks monocromáticos en rojo, morado o naranja confeccionados en lycra o satén -la clave es que brille-.
Y si la ocasión ha requerido el uso del negro, ha sido salpicándolo previamente de mucho strass, con grandes hombreras y sugerentes transparencias.
Una de las prendas fetiche de la Carrà, además de los monos acampanados, son los bodys con los que lucía sus ágiles piernas de bailarina sin ningún pudor, dando así una imagen a medio camino entre una showgirl y una patinadora. También los pantalones de piel y el látex han sido otros de sus grandes aliados para salir al escenario. Y es que el cuerpo fibroso de la italiana lo resiste todo.
Las grandes plataformas al estilo drag queen que se gastaba no impidieron jamás que la cantante bailara freneticamente de un lado a otro del escenario, acompañada por un grupo de bailarines cuyo vestuario combinaba con el suyo a la perfección.
Dejo para el final el distintivo más carácterístico de su imagen: la melena platino de corte Cleopatra y flequillo imperturbable. El latigazo cervical de la Carrà mueve su melenita con un golpe seco pero, sorprendentemente, todo sus pelos vuelven al mismo lugar. No importa las veces que repita el movimiento, siempre vuelve al sitio. Es lo que se llama un pelazo a prueba de bombas. El resto de las mortales si intentan copiarla tienen dos opciones: acabar con una contractura cervical o completamente despeinadas, en el peor de los casos ambas a la vez. Un motivo más para afirmar que Raffaella Carrà es inimitable.
Mejor que cualquier serie de Netflix o HBO son las entregas del programa Imprescindibles de RTVE y, en su plataforma, hay como doscientos episodios listos para ser vistos. Uno de los últimos, sobre Carlos Tena, nos descubre a un periodista musical difícil de ver hoy. Enfrentado con y contrario a los dictados del mercado, abierto de mente y ecléctico, con interés en lo antiguo tanto como en lo moderno. Un personaje singular que puso su granito de arena para que la explosión musical española de finales de los 70 fuese como fue