VALÈNCIA. El 10 de septiembre del 2001, un día antes de la caída de las torres gemelas, un respetado ciudadano británico, el comandante Charles Ingram (Matthew Macfadyen), logró el premio máximo, un millón de libras, en el popular concurso de ITV, ¿Quién quiere ser millonario?. El programa cosechaba por entonces unas audiencias de hasta 19 millones de espectadores. Sin embargo, aquella noche mágica no fue vista por el público porque que el programa fue grabado pero no emitido. El millonario participante, su esposa Diana (Sian Clifford) y otro concursante llamado Tecwen Whittock (Michael Jibson) fueron arrestados, acusados de una estafa que consistía en toser para indicarle a Ingram las respuestas correctas.
Un recurso tan sencillo como el sonido de una simple tos entre el público puso en jaque a los más afamados ejecutivos de televisión, los cuales creían que habían creado la metodología de un formato infalible, para mayor gloria de sus egos. El concurso se basaba en el Pub Quiz, un trivial tremendamente popular que se organizaba semanalmente en los pubs de toda Gran Bretaña desde 1970. “El Pub Quiz es un invento exclusivamente británico”, afirma un personaje durante la miniserie de tres episodios, disponible en Movistar+. “Combina nuestros dos grandes amores: beber y tener razón”, sentencia. Pese a su ADN local, el formato de entretenimiento fue vendido a múltiples países, con gran éxito en territorios como Estados Unidos, y no tanto en otros como España.
Dirigida por Stephen Frears (A Very English Scandal, Las amistades peligrosas) y escrita por James Graham (Brexit: The Uncivil War), la serie, primero obra teatral, retrata al matrimonio Ingram como posibles culpables del engaño durante los dos primeros episodios. En el tercer capítulo, por el contrario, el relato da un giro al sembrar la duda de que fueran inocentes, como siempre defendieron. El juicio, celebrado dos años después, les condenó, no sin antes ser defendidos con maestría por una abogada, Sonia Woodley (Helen McCrory), repleta de argumentos que rebatían todas las sospechas de culpabilidad.
Para los espectadores con conocimientos en televisión resulta evidente que la aparición de unas toses en el montaje final podría ser real o no. Lo habitual en el proceso de postproducción de audio es precisamente difuminar esos ruidos ambientales. Por tanto, sería perfectamente posible que se sincronizaran dichos sonidos en postproducción para acentuar su implicación en el resultado del relato. Basta recordar, en sentido contrario, cuando, en 2009 y en 2012, TVE rebajó el volumen de los pitidos por parte de los aficionados del Barcelona y el Athelic de Bilbao, durante la Copa del Rey, para que se escuchara sin interferencias el himno de España. Intención que buscaba oscurecer cualquier polémica política en el campo de fútbol y ensalzar la figura de la monarquía.
La sagaz abogada del matrimonio defendió su inocencia demostrando, precisamente, cómo en anteriores programas, donde se llegó a ganar el mismo premio, se escucharon también toses aleatorias entre el público. O cómo se escucharon un total de 192 toses durante el mismo programa. Argumentos lo suficientemente irrefutables como para que el espectador se cuestione si realmente hicieron trampas o no, o simplemente, como argumentó la jurista, la policía nunca puso en duda el contenido de la cinta del programa. Ya saben: todo lo que sale por televisión es verdad (sic).
Un atraco televisado
En el caso de que efectivamente hubiera sido una artimaña para ayudar a Charles Ingram a acertar todas las preguntas, estaríamos hablando de un hito sin parangón que causa bastante risa. Tres ciudadanos, normales y corrientes, dinamitaron un formato vendido en todo el mundo, creado por brillantes creativos de televisión, con una estrategia de colegio: soplando al otro las respuestas mediante una señal. La torpeza de los ejecutivos del programa fue múltiple. Por un lado, por elaborar un formato de concurso sin el perceptivo estudio de probabilidades vinculado al pago de un seguro, como se hace en múltiples concursos realizados para televisión. En segundo lugar, porque los productores, en vez de dar el premio, mejorar la metodología de la grabación en plató para los siguientes programas y, sobre todo, mantener viva la popularidad del formato, se metieron un tiro en el pie al denunciar al concursante. El caso se convirtió inmediatamente en objetivo de la prensa amarillista, dejando la reputación del programa por los suelos.
La conclusión defendida por la acusación, “Charles Ingram ha hecho trampa”, se convirtió inmediatamente en verdad absoluta pese a estar débilmente construida. El papel de la prensa sensacionalista fue fundamental para engordar la maraña hasta tal punto que el matrimonio sufrió todo tipo de persecuciones, asesinaron a su perro y tuvieron que sacar a sus hijas del colegio. Y lo más increíble: nadie puso en duda la credibilidad de la televisión.