a tota virolla 

Qué dejamos de mirar cuando miramos a l’horta... según quienes están detrás de la cámara

Creadores audiovisuales que transmiten l’horta a través de sus imágenes, reflexionan sobre la potencia del paisaje y la romantización de un espacio de trabajo

8/05/2021 - 

VALÈNCIA. Este texto debería llevar en su titular un asterisco del tamaño de una fanecà. Debería quedar así: Qué dejamos de mirar cuando miramos a l’horta... según quienes están detrás de la cámara*. Y resolverlo con una introducción descerrajada por el documentalista y periodista David Segarra cuando se le preguntó al respecto: “La huerta me inspira desde delante de la cámara. Hace veinte años cuando viví la tragedia, la resistencia y la valentía de las mujeres de La Punta. Después, descubriendo la dureza y la belleza de trabajar como jornalero con Vicent Martí en Alboraia. Y cada día, cuando me alimento con las hortalizas de los campesinos de Castellar-L'Oliveral. La huerta es protección, sostén y recuerdo permanente de quienes fuimos, de en qué nos hemos convertido y de qué podemos ser. Mi trabajo como periodista y documentalista es tratar de comunicar todo esto”.

Como Segarra, una cohorte generacionalmente variopinta transmite la realidad de l’horta, interpelada por algo más que belleza de un paisaje. La crudeza de sus entrañas. La imagen de l’horta es un material sensible entre las manos que puede acabar estallando por exceso bucólico. Quienes ejercen de transmisores visuales, la atraviesan por una pasarela estrechísima que depara el valor de sus imágenes: mostrar el impacto de una actividad productiva circundada por un continente bello, o quedarse en el romanticismo de una geometría humana tomada casi por objeto de diseño.


A propósito de esa tentación, los creadores audiovisuales Victor Serna, Manu Jaime y David Segarra enfocan desde su prevención:

Víctor Serna: “A la huerta se le debe tratar igual que a cualquier otra industria o servicio esencial. No es un capricho urbano ni un escenario turístico. Se debe proteger de cualquier ataque. No es un parque natural, es un medio de vida y una fuente de alimentos. Creo que la instalación en exceso, por ejemplo, de paneles explicativos o de carriles bici, puede hacer que la gente se tome la huerta como un espacio de recreo o un sitio donde pasar el fin de semana. Hay que educar a la sociedad para que trate a la tierra como se merece, con respeto y con educación.

Manu Jaime: “No lo veo un riesgo importante mientras exista la ética. Creo que es fundamental transmitir de que la huerta está viva, que no se vea desde fuera como un museo que solo podemos admirar. Poner en valor todo lo que ofrece la huerta es clave, el problema puede venir en convertirlo en una 'moda'... Esperemos que eso no ocurra”.


David Segarra: “El principal riesgo es que la sociedad moderna hace mucho tiempo que tomó la decisión política de acabar con la ruralidad. Recordemos la destrucción de la huerta sur durante el franquismo o de la huerta norte en plena democracia. Me gustaría destacar el papel de la industria cultural en imponer el mito de la gente campesina como paletos, brutos y atrasados. Los mismos que pintaban románticas barraquetas las mandaban demoler. Pero todo cambia, y hoy existe una nueva generación de jóvenes labradores y gente concienciada en los pueblos y las ciudades. Depende de todos nosotros que la huerta viva mil años más”.

Sobre esa generación renovada, Segarra, conjuntamente con Pepe Ábalos, estrenan ahora hace un año el documental Renaixem. Manu Jaime, también en 2020, creó el proyecto Señales de Humo, “contando la historia de David, un joven de 26 años que combinaba los estudios de magisterio con el trabajo en la huerta. El tercero de la generación que se dedicaba a trabajar el campo y de ninguna manera tenía pensado renunciar a perder lo que a su familia tanto le había costado conseguir. Para mí es digno de admiración”.

Siguiendo la máxima del diseñador Dani Nebot sobre cómo un cartel tiene la potencia de pasar de ser mensaje a ser paisaje, l’horta convertida en emblema estético corre el riesgo de perder su mensaje para limitarse a ser paisaje.

Cuál es ese mensaje escondido tras el paisaje

David Segarra: “Tal vez el principal valor de la huerta sea la resiliencia y la sostenibilidad. La huerta fue creada hace mil años por la unión de los clanes hispanorromanos liberados y los árabes y bereberes. Una nueva civilización que se fundó sobre la base de la alquería: unidades familiares campesinas autogestionadas. La huerta ha sobrevivido a incontables pestes, cataclismos y guerras. En una época de crisis climática y económica, su sistema basado en la diversidad productiva y la gestión comunal del agua es más actual que nunca. La huerta es nuestro seguro de vida. Durante la pandemia lo hemos comprobado”.

Víctor Serna: “Hace más de mil años que el agua corre por las mismas acequias. Las prácticas agrícolas son también milenarias. Creo que lo más importante que se debe transmitir de la huerta es que su existencia hoy en día no es por azar. Es el resultado de un trabajo que ha ido mejorando a lo largo de miles de años y que nos ha permitido crecer como ciudad. No hay que ver los campos que rodean València como solares donde todavía no se ha construido, sino como las tierras que han resistido y han permitido a la ciudad ser lo que es ahora”.


Desde detrás de sus cámaras (o desde delante, matizarán los asteriscos), Manu Jaime procura mostrar “la pureza. Veo en ella un ambiente sin filtros ni artificios que contrasta claramente con la ciudad, su gente, sus animales, la naturaleza… Todo es real. Me gusta conectar con las personas que la trabajan, que me cuenten sus secretos, sus vivencias y darme cuenta de que un mundo precioso, pero a su vez también muy duro. A la hora de disparar me gusta ir sin un guión definido y que sea el propio entorno el que me lleve a apretar el botón”. La pureza. Y la resistencia. En palabras de Víctor Serna: “Cómo, pese a todos los palos que ha ido recibiendo década tras década, el cinturón verde de València continua dando de comer a tantas personas. Ver el skyline de la ciudad al fondo de miles de hectáreas de huerta me da una imagen de lo fuerte que es, y cómo ha sabido resistir. Sólo hay que hablar con la gente que la trabaja. El día que les quiten la tierra, se mueren. Pues a València le pasa un poco igual, el día que desaparezca la huerta, la ciudad morirá y ya no será la misma”.

Qué frágil el equilibrio entre el souvenir y la herramienta. Tanto que, en ocasiones, propagar la excepcionalidad de l’horta genera el remordimiento de contribuir a consolidar la idea de la huerta como un producto turístico que recorrer como quien se apea del crucero. Mirar a quienes mejor la miran puede ser un antídoto.

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