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crítica de cine

'Purasangre': psicópatas millennials

17/08/2018 - 

VALÈNCIA. Desde sus inicios, el Festival de Sundace siempre ha apostado por la reivindicación del talento joven. De sus filas han surgido algunos de los mejores directores que ahora operan en el seno de la industria: los hermanos Coen, Steven Soderbergh, Todd Haynes, Quentin Tarantino, Wes Anderson, Guillermo del Toro, David O. Russell, Darren Aronofsky, Sofia Coppola, Christopher Nolan, Noah Baumbach… la lista es interminable.

Sin embargo, en los últimos tiempos la nómina no ha resultado tan apoteósica. Todavía se necesita un tiempo para tomar perspectiva y saber cuál será el rumbo que tomará cada nuevo descubrimiento en sus carreras, como ocurre en el caso de Jordan Peele, responsable del éxito Déjame salir. Pero lo cierto es que sigue siendo la mejor cantera posible a la hora de atisbar nuevas voces interesantes dentro del panorama independiente.

Uno de los últimos hallazgos en la pasada edición fue Cory Finley, un joven que todavía no ha llegado a la treintena, con experiencia previa como dramaturgo, que presentó una perturbadora y magnética ópera prima protagonizada por dos adolescentes disfuncionales que planean cometer un asesinato, el del padrastro déspota y clasista de una de ellas. 

La película, llamada Purasangre (Thoroughbreds), podría haber pasado desapercibida por culpa de una sinopsis no demasiado original, sobre todo teniendo en mente ejemplos previos como Criaturas celestiales, de Peter Jackson o Escuela de jóvenes asesinos, un clásico del género de los ochenta, pero lo cierto es que casi desde los primeros acordes nos damos cuenta de que nos encontramos ante un talento especial detrás de la cámara que sabe crear misterio y sugestión tanto a nivel atmosférico como a través de unos personajes en los que late el germen de la psicopatía. 

El título de Purasangre hace referencia a un caballo enfermo que Amanda (Olivia Cooke) se encarga de sacrificar con sus propias manos y de una manera un tanto gore. No veremos este episodio de manera explícita, pero la descripción verbal detallada de la ejecutora será suficiente para que la imagen quede grabada en la cabeza del espectador.

A Corey Finley no le interesa mostrar a través de imágenes la violencia sino adentrarse en los mecanismos mentales de sus protagonistas: en la ausencia de sentimientos y empatía de Amanda y en el odio, la represión y la manipulación psicológica que intenta ejercer Lily (Anya Taylor-Joy) sobre su mejor amiga para poner en práctica sus más oscuros deseos.

En realidad, ambas se encuentran presas en sus respectivos ambientes familiares y totalmente incomprendidas. Así que encontrarán el apoyo que necesitan a través de su anómala relación de dependencia y vampirismo.

El director parece amoldarse a las pulsiones de sus protagonistas a la hora de construir el relato. Por eso resulta extremadamente frío y hermético, aséptico y cerebral, aunque también hay momentos en los que se torna impulsivo y arrebatado. La cámara sigue a las protagonistas a través de las estancias de una mansión que no parece tener alma, como ellas mismas, mientras recorren sus pasillos como si se tratara de su propia mente laberíntica.

Mientras Amanda siente una total apatía por todo lo que le rodea, Lily parece concentrar todo el odio de su generación. Esta ausencia total de moral ha servido para emparentarlas con otros monstruos vengadores de la hipocresía burguesa como los que pueblan el cine de Michel Haneke, con Funny Games a la cabeza o Claude Chabrol y La ceremonia. Lily y Amanda son productos defectuosos dentro de una sociedad más preocupada por las apariencias que por los males que pueden estar gestándose en su interior. 

Podríamos considerar Purasangre como una obra de terror puro, aunque su coqueteo con la comicidad macabra y el noir trascienden cualquier filiación genérica. Pero sí entronca con ese espíritu de extrañeza que ya puso de manifiesto David Lynch al destapar en Terciopelo azul el mundo subterráneo en el que late la pesadilla junto al elemento cotidiano, en esos barrios suburbiales de una Norteamérica en la que solo hay que rascar en la superficie para destapar un enjambre de insatisfacciones, obsesiones, perversiones y vicios ocultos de la más diversa índole. Se ha definido a Purasangre como el American Psycho millennial. Sea como fuere, nos encontramos ante un magnífico relato en clave macabra en torno a una generación sin referentes, autista, apática y cruel que no hace sino imitar el desapego, la indiferencia y el egoísmo de sus progenitores convirtiéndolo en furia adolescente vengadora. 

La película se beneficia además de la interpretación de dos de las actrices jóvenes más interesantes de su edad: Olivia Cooke, a la que conocimos en Yo, él y Raquel y que ha trabajado recientemente a las órdenes de Steven Spielberg en Ready Player One, y Anya Taylor-Joy, cuya mirada magnética constituyó una de las claves del éxito del film de culto La bruja y a la que veremos en lo próximo de M. Night Shyamalan, Glass (Cristal). Además, esta película cuenta con la última aparición en pantalla de Anton Yelchin. Unos días después del rodaje fallecería víctima de un fatal accidente.


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