Tanto se ha hablado de la crisis global durante estos últimos diez años —¿tantos ya?— que hemos desatendido muchos sectores considerados “menores”, como el de las Bellas Artes. No sólo la ha padecido de forma brutal sino que ha logrado eclipsar un trabajo silencioso e infatigable oculto tras la individualidad de innumerables artistas. Con nombre, sin él. Nos deja sin una década de historia; eclipsa genialidad.
En el terreno cultural, sólo nos habíamos fijado en las Artes Escénicas, lo más próximo y reconocible, o en el mundo de la música. Mucho se ha hablado de las dificultades de sectores como el teatral, el musical o el cinematográfico por la ausencia de inversores, oportunidades, medidas proteccionistas e incluso impositivas, pero poco del lastre que ha supuesto para pintores y escultores estos años de zozobra, cambios e incertidumbre. La palabra o el sonido no cambian, sólo modifican su forma de expresión. Sin embargo, el arte evoluciona tan rápidamente como su propio tiempo. Él lo marca. Forma parte de su egoísta existencia. El arte representa la mirada individual de un creador que se enfrenta desnudo a su momento.
Más complicado es aún si se habla de arte contemporáneo, un territorio complejo y en permanente transformación. En él casi nada es fácil de explicar, todo cambia de forma repentina. Está necesitado de mayor sensibilidad y, sobre todo, de un marco inseparable de los cauces mercantilistas pese a su absoluta vulnerabilidad e independencia. El trabajo del artista es silencioso y solitario. Su universo creativo se encuentra en un estudio. Se crea desde la soledad.
En múltiples ocasiones he intentado conocer una explicación. Saber por qué esta circunstancia profesional tan compleja y comprometida con uno mismo resulta tan satisfactoria interiormente pese a dificultades e incomprensión. Pocos han sabido descifrarlo. El arte no es inspiración sino insistencia y trabajo del que nunca se está satisfecho. Ya lo decía Picasso, la inspiración si existe ha de sorprender creando.
La crisis ha sumido al mundo del arte en un mar de dudas. Al menos para el espectador. Bien es cierto que gran parte de culpa la ha tenido un mercado rastrero y falso manejado por marchantes, subastadores y galeristas sin escrúpulos. Durante años se intentó convencer que consumir arte no era un ejerció de placer individual sino de absurda rentabilidad. Fue un error al que todos jugaron o se dejaron llevar. A muchos les fue muy bien. Cuando las circunstancias aprietan lo primero que queda al margen es la cultura. Más aún, el arte. Esta crisis dejará ausente a toda una generación de artistas que no ha tenido la oportunidad de manifestar o mostrar su trabajo e incluso ha sido denostada por el sistema. Ha generado miedo entre coleccionistas, compradores, simples observadores. Hasta lo galeristas decían: arte sí, pero sobre valores seguros.
El resultado ha sido el casi desmoronamiento de un sector, el de las galerías, que ha ido cerrando sus puertas o ha encontrado su evasión en ferias, lo que ha disparado su dedicación y economía previa a una despedida. Para el artista todo han sido hándicaps, carencias de mercado e imposibilidad de visibilidad. Ni la crítica se reconoce. Menos la reconocen. Apenas tiene presencia. Ya no sirve. Los poderes políticos y económicos mutilan emociones y sensaciones si no participan de sus enunciados económicos y resultados inmediatos. Políticas de menudeo absurdas. Ser artista hay que considerarlo en la actualidad casi un acto de valentía o mejor aún de rebeldía. Antes todo valía, hoy hay que demostrarlo todavía más mientras las oportunidades escasean.
Por suerte quedan valientes e inconformistas. Uno de ellos es Willy Ramos, un histórico del arte en València que ha reaparecido con fuerza y ganas en un tiempo de auroras boreales e imágenes inexplicables. Lo ha hecho en la galería Alba Cabrera de València. Allí exhibe su ausencia de temor frente a los formatos, su lenguaje personal y reconocible y sobre todo sus ganas de continuar en el filo del riesgo o en el reto de un progreso creativo.
En un momento de claroscuros, Willy Ramos vuelve a reivindicar la explosión del color desde la abstracción o sus particulares reinterpretaciones personales del impresionismo, como si se tratara de particulares encuentros íntimos con el fauvismo, Twombly o Monet, pero desde una mirada personal y reconocible producto ya de un sello, de una marca de artista fácil de identificar a través de sus guiños. Sin miedo escénico. Sin temor a las circunstancias que suponen volver a mirar desde esa ventana vacía que significa un lienzo en blanco al que no sabes por dónde entrar pero acaba convertido en un alud de fuerza y color.
Hay artistas incapaces de abandonar bajo las nubes los pinceles a la espera de días soleados. La necesidad de enfrentarse a la pintura no sólo es un reto sino una obligación, una auténtica necesidad desde el silencio.
Willy apela de nuevo a los colores para llegar a las emociones en este mundo incierto que nos acompaña. Su sangre colombiana le permite salir de este paisaje de nubarrones que ha conducido a muchos artistas a un oscuro pasadizo de dudas. Pasear entre sus cuadros representa volver a un tiempo de vitalidad que renuncia a la monotonía momentánea y asume sus riesgos.
Pero más allá de esas pinturas a veces instintivas, intuitivas o sutilmente maduradas desde la personal expresión, Willy da otra vuelta de tuerca para mostrarnos que su cabeza continúa inquieta y es reflejo de carácter.
Y por ello sorprende con una serie de retratos femeninos en forma de esculturas de pared que al fin saca a la luz en toda su extensión. Retratos realizados a través de la superposición de metales soldados, ensamblados y coloreados que acercan y devuelven a su propio universo creativo y discurso estético.
Puede que el arte, como todo, esté en crisis o ande camino de salir de ella. Por suerte nunca lo estará la mente del artista cuya obra sobrevivirá al paso del tiempo y siempre nos permitirá alejarnos de las rutinas, dejar volar la imaginación, efectuarnos múltiples preguntas o ser un poco más felices. Lo que siempre han buscado e intentado las Bellas Artes. En este caso, Willy Ramos.