VALÈNCIA “Cultura está en una macroconselleria y eso es parte del problema […] Por espíritu práctico debería existir una conselleria de Cultura y, además, por una cuestión de visibilidad”. En estos términos se expresaba la directora general de Cultura y Patrimonio, Carmen Amoraga, en una entrevista concedida a Culturplaza en marzo de 2017. La socialista verbalizaba así un runrún que no era nuevo, el deseo de las industrias culturales de contar con un espacio propio en la administración autonómica. Hasta el momento había sido incluida en una conselleria junto a Educación, Investigación y Deportes, un maridaje que no acababa de convencer a ninguna de las partes, especialmente por lo que respecta a la primera de las áreas. El volumen de trabajo –y de presupuesto- de Educación acabó por dejar en un discreto segundo plano la gestión cultural, un papel secundario que se esperaba pasara a protagonista en el Botànic II.
No será así. A pesar de las peticiones de los profesionales de la cultura y de las promesas de los candidatos, que anunciaron su intención de repensar la mencionaba estructura, todo seguirá más o menos igual. El destino de Cultura seguirá unido al de Educación, con Vicent Marzà al mando, en esta nueva legislatura, convirtiéndose en la primera promesa incumplida por parte del nuevo gobierno. Efectivamente, todavía no ha empezado a rodar la renovada (o no tanto) administración y ya suman un tachón en un programa que ha durado poco inmaculado. Si Amoraga hacía explícito su deseo de trabajar en un área separada de Educación a mitad de legislatura, la conversación subía el volumen conforme se acercaba la cita electoral, una cuestión que se situaba en el centro del debate cultural.
Tanto es así que, en los almuerzos con candidatos organizados por Valencia Plaza, el propio President, Ximo Puig, calificaba de “interesante” la idea de separar Cultura de Educación. “Me gustaría que tuviera una conselleria propia para que la siguiente legislatura tenga un acento cultural importante”, declaraba entonces. En similares términos se expresaba Rubén Martínez-Dalmau, líder de Unides Podem. “No tenemos que tener miedo a que determinadas áreas de Gobierno tengan su propia conselleria […] En Cultura sería más eficiente tener una conselleria propia, aunque no sé si con apellidos”, explicaba el líder de la formación morada. Y es precisamente la cuestión de los apellidos la que ha generado un gran debate en las últimas semanas… para acabar dando un giro de 360 grados y acabar como estaba.
No eran pocas las voces que apuntaban a un posible idilio con Turismo, una unión que tendría sentido en tanto en cuanto esta área ya gestiona la promoción cultural en el exterior, cuestiones relativas al ámbito musical (como los festivales) o al audiovisual, por lo que respecta a la labor de las film offices. Sin embargo, la idea quedó en eso, una idea. Más cerca estuvo Cultura de acabar en Presidencia, una opción que, por un lado, la habría independizado de Educación y, por otro, habría pasado la gestión a manos socialistas, especialmente teniendo en cuenta que la conselleria ha estado liderada por Compromís los últimos cuatro años (aunque con Amoraga como directora general) y con un Ayuntamiento de València donde la gestión cultural ha estado repartida entre Compromís (Glòria Tello y Pere Fuset) y València en Comú (María Oliver). Habrá que ver que pasa en el consistorio de cara a la próxima legislatura para ver si los de la rosa ‘conquistan’ alguno de los espacios de gestión cultural en la ciudad.
En este debate, además, había una pieza no poco importante. Y tenía que ver con Madrid. La llegada de Pedro Sánchez a Moncloa resultó en una reorganización del gobierno tras la que se pasó del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Partido Popular al Ministerio de Cultura y Deporte socialista. Este movimiento hacía intuir que iba a tener un efecto espejo en el gobierno autonómico, una de las razones por las que la conversación sobre la conselleria de Cultura se avivó. Sin embargo, las negociaciones a tres bandas, con la entrada de Unides Podem en el gobierno, y ante la posibilidad de un cambio de cartas se ha apostado por la continuidad. Otra vez será.
Sea como fuere, el remozado Botànic llega con varios proyectos bajo el brazo, tal y como se refleja en el acuerdo programático firmado por el PSOE, Compromís y Unides Podem. Entre las medidas que incluyen, se encuentra la aprobación de la Ley de la Música así como el impulso del Estatuto de la Música con el objetivo de dar respuesta a la “falta de adecuación de la reglamentación existente en materia laboral y jurídica”, así como el aumento de ayudas para la adquisición de instrumentos. El gobierno también se compromete a mejorar la normativa para facilitar la contratación y gestión de subvenciones en el ámbito cultural así como a crear un Plan de Rehabilitación Patrimonial y una nueva ley de patrimonio cultural y paisajístico.
Todavía con la resaca de la elección de València como una de las finalistas para ser Capital Mundial del Diseño y, además, tras haberse anunciado que será sede de los European Design Awards, el documento plantea la creación de un Museu Valencià del Disseny, un espacio expositivo con el que poner en valor el sector. En esta línea, también se plantea la creación de un observatorio y un censo del patrimonio fotográfico y bibliográfico antiguo, así como “profundizar” en el plan de fomento de la lectura.