CASTELLÓ. Con 2020 en el retrovisor, el director, dramaturgo y guionista afincado en Segorbe Sergio Serrano está inmerso en la escritura de una obra de teatro dentro del laboratorio de dramaturgia En blanco de la Sala Cuarta Pared de Madrid, para el que fue seleccionado a finales de año. Ha sido la guinda a un periodo que aunque abrupto y desquiciante en lo personal y colectivo, ha resultado fértil en lo profesional. El guion de su largo Nazdrave amigo!, escrito en 2017, por fin despertó el interés de una productora, que lo rodó en junio. En octubre se alzaba con el premio al mejor guión de corto en el festival Quartmetratges por Switch On, Ready To Use. Pero su principal hito fue un corto rodado durante el confinamiento, Los perros ladran, seleccionado en Alcine. Filmets y el Festival de Alfás del Pí, y en certámenes de Irán, México y Argentina, La pieza de siete minutos fue reconocida con una mención especial del jurado de primavera del concurso internacional Short of the Year y forma parte de la selección Curts 2020, catálogo anual con el que el Institut Valencià de Cultura promociona los mejores cortometrajes valencianos. El suyo no ha sido un annus tan horribilis.
- ¿Cómo alivió este corto el encierro?
- Evidentemente hacía que el cerebro estuviera ocupado en otras cosas. Fue un reencuentro total con la cámara y el cine en el que, por pequeños instantes de tiempo, me olvidaba de lo que ocurría en el mundo.
- ¿Qué te supuso mayores dificultades, editar con el portátil, rodar con la lluvia o grabar a los perros?
- Editar un cortometraje con un portátil tiene que ser muy parecido a habitar el infierno; rodar con lluvia, como si hubiera alguien que quisiera hacerte la vida imposible; y grabar a los perros me hizo pensar que hay bandas organizadas de canes en las que en el momento en el que tienes que grabarlos, el jefe de la banda les dice a sus secuaces que dejen de ladrar. Todo era difícil. Aun así, disfruté las tres cosas como si fuera lo más sencillo del mundo. Me mojé, escuché cantar a los perros y no rompí el portátil con un martillo.
- ¿Fuiste tan mirón como tus personajes durante el confinamiento?
- Más que mirar, tenía muchas cosas que pensar. Desde mi ventana poco se ve con claridad que no sean las montañas de la Sierra Espadán. Por un lado, había más cosas que observar hacía dentro. Hacer introspección. Parar, respirar y revisar a Aki Kaurismäki, director que creo que, a su vez, fue el empujón para rodar el corto. Y, por otro, pensar e imaginar en todo lo que ocurría fuera, en cómo lo estaba pasando el resto de personas, a las que conocía y a las que no. Esta imaginación fue, a su vez, la otra parte del proyecto.
- ¿Cuánto y en qué colaboró la actriz Mafalda Bellido más allá de su papel protagonista?
- Mafalda puso cuerpo, voz, mirada y alma a Los perros ladran. Tuvo la paciencia de repetir los planos cientos de veces, la serenidad de no alterarse viendo como la casa se transformaba cada día para rodar un plano, el aguante de esperar a que todo quedará en silencio para grabar la voz en off, la mansedumbre de mojarse bajo la lluvia en el balcón mientras filmábamos, y, sobre todo, la calma de no matarme durante el proceso cuando a cualquier hora del día había que dejar todo y rodar ese plano que faltaba. Recuerdo que me decía: “Ese plano lo rodamos ayer y, también, anteayer”. A lo que yo respondía: “Ya, pero la luz de hoy es mejor, el de ayer estaba mal encuadrado, y en el de anteayer llovía menos. Además, creo que la cámara debería estar en otro sitio…”
- Tu compañía, La Zafirina, estrenó en 2018 una obra de teatro llamada Chucho ¿Por qué están tan presentes los perros en vuestras creaciones?
- Supongo que convivir con uno de ellos ayuda a que esté en todo lo que haces. Ellos sienten y viven el presente de verdad, con muy poco pasado y sin nada de futuro. Nosotros, en cambio, deformamos el pasado, lo utilizamos y lo olvidamos a partes iguales, estrangulamos el presente, manipulamos el futuro y hacemos daño a los demás. Si esto lo supieran los perros, ya hace años que nos hubieran abandonado. Ellos son como deberíamos ser nosotros. Tienen la humanidad que nos falta. Son la inteligencia. Hay una frase escrita por Mafalda para Chucho que suscribo: “Ojalá me acercara más a la animalidad y menos a la humanidad.”
- Se ha hablado mucho del momento creativo que ha supuesto la pandemia, para bien (por proyectos realmente inspirados) y para mal (por los que no se han madurado lo suficiente). ¿Qué tiempo de reflexión le dedicaste al tuyo?
- Esto es complicado. Es normal que ocurra, es muy complejo hablar de algo sin perspectiva, todos nosotros estábamos en la boca del lobo y aún no habíamos visto el huracán pasar. De hecho, seguimos sin verlo. No teníamos información, todo era una locura, así que en este aspecto lo mío fue algo más sensorial, quizá. Fue escribir desde las sensaciones que yo tenía. Escribir más desde el latido y menos desde el cerebro. Escribir desde lo humano. Escribir sobre la necesidad del otro, sobre la necesidad de no estar solos. Y este navajazo, esta herida de la soledad, ligada, por supuesto, al individualismo, es mucho anterior a la COVID-19. El virus simplemente lo sacó más a relucir. Además, el cortometraje lo rodé casi como un ejercicio, sin pensar en qué ocurriría. Al principio, mi idea no era estrenarlo, simplemente hacerlo.
- ¿Es el momento de saltar al largo como director?
- Con Nazdrave amigo! ya van a ser dos los largometrajes estrenados como guionista, aunque de lo que realmente tengo muchas ganas es de dirigir mi propio guion. Ahora mismo estoy con la escritura (aunque la idea es muy sietemesina todavía) de lo que pienso que será mi primera película larga. Una vez lo tenga, me lanzaré a producirlo como pueda y con los medios que tengo, igual que he hecho con Los perros ladran. La idea no me disgusta, es más, me atrae. Lo único que necesitas tener es una buena historia y una buena manera de contarla. Quizá no tenga la factura deseada, pero al final te das cuenta de que el tiempo lo arrasa todo y lo único que trasciende es lo que se cuenta. Puedes elegir el otro camino, que consiste en salir a buscar financiación sin tener contactos, a hacer pitching, a hablar con productores que te cuentan que una vez rodaron con Concha Velasco en Benidorm para luego decirte que te falta experiencia. En suma, perder la vida y el tiempo en el camino, cosa que ahora mismo no me apetece. Quizá por todo esto me acerco más al teatro últimamente. Por la libertad de contar.
- ¿Afectará la pandemia al estreno del texto que estás desarrollando para la Sala Cuarta Pared bajo la tutoría del dramaturgo Borja Ortiz de Gondra?
- Por ahora estoy muy contento con el material generado y tengo claro que voy a montar la obra. El proceso de escritura acabará en marzo y a partir de ahí veremos cómo se plantea la producción. Si todo está más estabilizado nos ahorraremos algún que otro disgusto y si, por el contrario, todo sigue inmerso en el caos, pues asumiremos los disgustos… Qué se le va hacer.