VALÈNCIA. La única cosa interesante que ha dicho jamás Juan Carlos de Borbón fue aquella frase que le espetó, hartito perdido, a Chávez cuando este andaba sumido en una de sus soflamas en aquella Cumbre Iberoamericana de 2007. Aquel ¿por qué no te callas? sonó a gloria. Trascendió a su contexto original para convertirse en carne de meme, en una de esas expresiones o manifestaciones que, sintetizadas y extrapoladas, sirven para definir, explicar o zanjar algo. ¿Por qué no te callas? Es una frase maestra incluso dicha por alguien tan poco dado a la maestría, más allá de lo concerniente a vivir como un rey, que en eso ha sido siempre un as.
¿Por qué no te callas? El otro día, Robert Smith, visiblemente tenso, espetó una frase que más o menos contenía ese mismo mensaje, o como mínimo, compartía la intención del original. La escena, que por supuesto se hizo viral, tuvo lugar en el fotocall del Rock & Roll Hall Of Fame. The Cure acababan de ingresar en tan insigne institución (perdonadme pero no se me ocurre una cosa menos rock & roll que el Rock & Roll Hall Of Fame, pero en fin). Entonces una locutora en visible estado de sobreexcitación, se acerco al músico y a su peinado nido de cigüeña (increíble lo que han de hacer algunas estrellas cercanas ya a la tercera edad para no traicionar a no se sabe muy bien qué) y, refiriéndose al acontecimiento le dijo: ¿Estás tan emocionado como yo? A lo que él, visiblemente incómodo por el tono de la muchacha, contestó: “A juzgar por cómo suenas, no”. Y se quedó tan pancho y por una vez en los últimos 15 años ni siquiera te llamaba la atención ese resplandeciente color negro ala de cuervo que lucen los cabellos de un tipo que quiere hacernos creer que es inmune a las canas.
Puede resultar algo rudo, incluso desmedido, pero realmente, ¿se podía contestar otra cosa o de otra manera en aras de la coherencia y del sentido común? A veces da la sensación de que la posibilidad de ser visto, de generar tráfico, de hacerse viral, legitima los comportamientos más absurdos, y también los más estúpidos. De hecho, inmersos como estamos en una especie de magma lingüístico en el que los mismos tics se reproducen constantemente, lo que hizo Smith me parece de lo más refrescante. Quiero decir, ¡fue sincero! Rompió momentáneamente con esa falsa versión de que todo está bien, todos somos fans de lo que se tercie si la ocasión lo pide. Nos hemos acostumbrado a la estupidez sin darnos cuenta y al final nos vamos a volver estúpidos. Viendo informativos en los que cada vez se habla peor y en los que se recurre a irritantes coletillas. La sangre me hierve cada vez que se dice aquello de saltaron todas las alarmas. Si hacemos caso de los informativos, el mundo vive sumido en una cacofonía creada por millones de alarmas sonando to el santo día, encadenándose unas con otras porque la cantidad de elementos sospechosos es tal que esto no hay quien lo pare. Suenan las alarmas. No una o dos, no. Suenan TODAS las alarmas. La única que está averiada es la del decoro. El presencial, el lingüístico, el que cada uno prefiera nombrar.
Cuando Robert Smith le espeta ese corte a la sobreactuada locutora, rompe con esa inercia en la que nos hemos sumido en la que parece que hay perdonarlo todo. Las preguntas recurrentes en las entrevistas. La ausencia de curiosidad real. El mogollón, ¡hala! venga todos a decir lo mismo al mismo tiempo acerca de lo que sea. Y no, no por ser más efusiva iba a ser ella más fan de los Cure, o a conectar más con su siempre atormentado líder. Y no por todo este pequeño lío del cual seguramente ya ni os acordabais porque sucedió hace ya algunos días, deja de ser evidente que algunas figuras célebres acaban convirtiéndose en su propia caricatura sin darse cuenta.