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'Poemas trizados': existe la poesía, lo dice Roberto Yáñez

El pintor y poeta chileno-alemán publica en Ultramarina un libro de trizas poéticas de su visión del ahora que habita, que es semejante al nuestro como son semejantes dos partículas elementales.

30/11/2020 - 

VALÈNCIA. Dicen que ya no quedan apenas poetas pero cuesta creerlo: dicen que la explosión de libros ha disminuido la poesía y puede que sea cierto. Quién sabrá: es verdad que es fácil decir que uno es poeta y es cierto: como tantas otras cosas que decimos ser, y luego resulta ser mentira. No sé. Sin embargo tienen que seguir existiendo los poetas porque existe la belleza y el hecho que alumbra la poesía. Hay tanto papel a la venta que la poesía yace bajo una terrible capa de novedades que no son tan nuevas: antologías de tendencias e historias oportunistas y también mucho verso supuesto que no es más que palabras encadenadas en líneas que no dicen nada, o dicen poco y mal. Los beneficios y el sálvese quien pueda y la oportunidad no son la materia que alumbra la poesía. Tampoco lo es la moda ni una amplia comunidad de seguidores espurios. ¿Hay últimamente más seguidores que lectores? ¿Hay más mejores libros del año qué lectores? Hay muchas revelaciones que solo revelan el vacío y la inercia industrial. No es bonito de ver, aunque sea comprensible desde el punto de vista de la supervivencia económica, del pagar las facturas, del mantener la infraestructura. La esclavitud de la velocidad de la estantería es un enemigo monstruoso muy difícil de batir. ¿Por qué entonces publicar poesía en un mundo de emprendedores voraces y de empresas rampantes? Y luego está todo esto que ha llegado como un huracán infinitesimal para poner las cosas todavía más difíciles, esto que ha sacudido las ganas de seguir adelante de las voluntades más quijotescas, que ha asfixiado el afán de construir cultura cuando cuesta un enorme esfuerzo pagar el alquiler. Pese a todo, incluso en este terremoto inesperado en un contexto donde es difícil confiar, crece la poesía. Existe la poesía.

No lo dice uno, sino que lo dicen los poetas. Lo dice por ejemplo el poeta chileno-alemán Roberto Yáñez al que se puede llegar a través de otros poetas valientes como Aldo Alcota o Iván Vergara: el empuje de la poesía es una búsqueda incansable que se cansa, pero que por alguna razón que escapa a la razón toma decisiones arriesgadas, desaconsejables, temerarias. Ahora que todo el planeta tiene la vista puesta en una inyección que nos saque del atolladero, aparece en el buzón un libro como Poemas trizados de Yáñez que publica Editorial Ultramarina C&D. Llega en una edición colorida que pide un tiempo muerto que dedicar a la poesía. Es difícil dar con la pausa aunque se disponga de muchas horas: cuando no es una cosa es otra, si no es una ocupación laboral desmedida es la parálisis de las preocupaciones. Sea como sea, si se encuentra, se abre el libro y pronto uno se adentra en una voz que dice, por ejemplo: “Es más real / la conversación de los adolescentes del barrio / que mi poesía / es más real / el pago mensual de los que retiran la basura / es más real la irrealidad del mediodía que el argumento de los antiguos / si buscas realidad / apártate de ella / decía el indio Juan / frente a una polvorienta casa de México / es más real / el pecado que el perdón / la crucifixión que la resurrección / mi poesía es tan irreal / como la de cualquier poeta”. En esta irrealidad real uno se sumerge y de pronto lo prosaico se ve desde un filtro diferente: leemos poca poesía, eso es seguro, para la que deberíamos leer. Puede que no nos hayan enseñado a leerla o puede que la poesía no disponga del espacio adecuado para prosperar. Cuando uno se topa con un poemario como el de Yáñez, irremediablemente piensa que debería leer más poesía

Sigue el poeta: “Una vez estando en América / en un monte bañado por el mar / que desborda el camino de los esqueletos vendados de los siglos / estando en el deber del río / que es el deber / de los que cargan agua / para regar el siglo que vendrá”. La poesía es capaz de decir estas cosas cuando las dice alguien como Yáñez. Escribir es ver, se dice habitualmente. Hay que saber ver o ver de un modo lúcido, y luego hay que saber convertir todo eso en un poema, en un poemario, en un artefacto literario como este que se lee y a la vez se escucha. Aunque no se haya escuchado nunca la voz del poeta Yáñez, sus versos se desencadenan también en lo auditivo. Habla Yáñez de lo que habla y del Big Nada, y en ese hablar dará cada cual con la revelación que le aguarde, por ejemplo: “Una cosa es Big Bang / otra cosa es el Big Nada / por eso el centro de la madre / queda sellado / cuidado con los sellos / son nidos de dioses mayores / secuencias de ángeles / que saltan los sellos / en orden correcto / el Big Nada explota / de forma inversa / detrás del laboratorio extremo”. De esta forma el poeta y la poesía demuestran su existencia y se revuelven y emergen de la colada fría y espesa de papel novedoso, último, mediático y fugaz. El papel que se ha convertido en vehículo sin conductor, en bólido suicida a toda velocidad y sin frenos directo a la destrucción del stock. Lo predijo Lem: llegaría un día en que sería tanto lo publicado que encontrar algo genuino, algo eléctrico y rutilante se convertiría en un trabajo heroico, o peor, en el rastreo de una aguja poética en el pajar de las palabras de saldo, todo a cien, copia de la copia, y habría entonces que considerar autores a quienes renunciasen a crear, porque su acto de no creación encarnaría la vocación de la creación artística o poética. Ese día por suerte no ha llegado: hoy todavía podemos dar con estas trizas de una verdad. 

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