VALÈNCIA. Es uno de los narradores más portentosos de nuestro tiempo. Sus largos y poéticos títulos se han convertido en marca de la casa. Todos adivinan cuando un libro es obra del argentino-madrileño Patricio Pron. Él ha ganado algunos de los premios más importantes de la literatura en español, entre ellos, el reciente Premio Alfaguara 2019 con Mañana tendremos otros nombres. Ahora publica (también en Alfaguara) Trayéndolo todo de regreso a casa, un volumen que reúne los relatos de sus últimos 30 años y que dibuja la evolución -de forma cronológica y precisa- de un escritor que ya hablaba de feminismo en los años 90 y que ha dedicado parte de su confinamiento a constatar que la literatura no es autoayuda o sanación sino, más bien, un enorme de depósito de vidas que nunca viviremos.
-En primer lugar, me interesa siempre de los libros de relatos cómo su autor los organiza, bajo qué criterio. En tu caso ha sido meramente cronológico y no temático. ¿Por qué?
-Alguien debería escribir en detalle sobre el orden de los libros de relatos que, como señalas, dicen tanto acerca de un autor como el contenido de esos libros. Por mi parte, tengo la impresión de que he sido tres o cuatro autores distintos en los últimos años, con intereses, ideas y propósitos, distintos en cada etapa. Y pensé que sería interesante que el lector o la lectora del libro pudiera encontrarse con todos esos autores en un solo volumen y decidir cuál prefiere, cuál le gusta más.
-Este libro son 30 años de vida y de escritura: ¿corregiste algunos para que todos tuvieran un similar estilo? Imagino que no eres hoy el mismo narrador que en 1990.
-No soy ese autor de los comienzos, por supuesto. Pero los primeros cuentos del libro, escritos entre 1990 y (digamos) 1999, son los que menos corregí. Y eso por tres razones: porque no hay nada humillante ni vergonzoso en ser un principiante, como yo era por entonces; porque pensé que tal vez los lectores que también escriban relatos breves podrán identificarse con ese joven yo que tenía la voluntad y el deseo de escribir pero todavía no tenía interlocutores ni sabía muy bien qué estaba haciendo; y, por último, porque me resultó muy difícil comprender en qué estaba pensando cuando los escribí. No fui capaz de recordar qué era exactamente lo que quería hacer con esos cuentos y, por lo tanto, tampoco fui capaz de mejorarlos: era como intentar corregir los textos de otra persona, algo muy difícil de hacer.
-“Narrar es tomar decisiones”, escribía Piglia en sus diarios y tú lo recuerdas en el libro. ¿Qué tipo de decisiones se toman en los relatos cortos en los que se juega a una tensión muy diferente a la de las novelas?
-La principal es, siempre, cómo narrar un mundo en pocas páginas; qué mostrar, qué ocultar y, sobre todo, qué decir que no haya sido dicho ya, a veces por escritores mucho mejores. No es una cuestión de economía narrativa: a cambio de la pérdida de consistencia en el tránsito de la novela al cuento, lo que se gana es una amplitud enorme. Y en ese sentido me atrevería a decir que el relato breve es una forma mucho más libre que la novela; al menos en mi práctica. Muy posiblemente, en el relato breve me lo permita todo, algo que no me parece posible en las novelas.
-Has dicho que la literatura que te interesa es la que sirve para poner sobre la mesa asuntos sobre los que no somos conscientes y me acordaba, por ejemplo, del relato de la vaca argentina lúcida que cree entenderlo todo junto antes de que todo cambie, antes de ser atropellada. ¿Esa vaca somos cualquiera de nosotros?
-Absolutamente. Todos hemos sido arrollados por unos acontecimientos que no comprendemos, cuya dimensión escapa a cualquier intento de reducción a un relato conspirativo, a una explicación exclusivamente médica o a un asunto de libertad contra restricciones; pero reconciliarnos con el hecho de que no sabemos, de que no podemos saber, parece imposible para algunas personas. Quizás lo que una a todos los “diarios de pandemia” con ciertas novelas distópicas recientes y cientos de editoriales de prensa es que, en todos ellos, alguien cree “haber comprendido”, sin que sea posible saber de dónde viene su comprensión ni qué lo habilitó a ella. Los últimos seis o siete cuentos de este libro fueron escritos durante la pandemia y proponen lo contrario, diría yo. Tratan de preguntarse por la naturaleza de nuestras preguntas, o de ciertas afirmaciones recurrentes como “el mal menor”, “la fuerza mayor”, el “estado de alarma” y el carácter supuestamente “excepcional” de la realidad en la que nos encontramos, y avanzar desde allí hacia una comprensión de ellos que, pese a ser ficcional, sea también verdadera de alguna forma.
-La pandemia te sirvió para ordenar los cuentos que tenías y para publicar algún inédito. ¿Fueron tu particular terapia pandémica?
-No. No creo que la literatura tenga nada que ver con la sanación, ni que sea ningún tipo de terapia. Su carácter es el de las cosas que se mueven entre lo que hay y lo que podría haber. Es un enorme reservorio de posibilidades que apunta a que nuestras ideas de género, de nación, de identidad, de ideología, son circunstanciales o provisorias; que podríamos tener otras, las de otras personas o las de unos personajes. Hay algo de eso que hace a la sanación de nuestras heridas como individuos y como sociedad; pero la literatura no es autoayuda, a pesar de que algunos la vendan como tal.
-Hay dos elementos que se repiten en los relatos y que, sin duda, también están en tu estilo en novelas: el humor y el surrealismo. ¿Dirías que son tus rasgos distintivos?
-Quizás sí. Tal vez sean producto de la forma en que veo el mundo, o de cómo se ve el mundo desde aquí. Pero, en líneas generales, diría que ensayar nuevas formas de narrar, cierta experimentación que es resultado de ello, y la identidad entre narrar y pensar son lo que mejor define a mi trabajo.
-¿En qué parte de la tradición del cuento latinoamericano te sientes más cómodo, si es que te sientes así?
-Un escritor nunca es el mejor crítico de su trabajo, ni siquiera aquel que, como yo, trabaja como crítico: hay una especie de miopía por proximidad que inhabilita para responder preguntas como la tuya… Mientras revisaba los relatos para su publicación me sorprendió descubrir que algunas cosas en boga en este momento como el “gótico latinoamericano” están presentes en mis comienzos como escritor; que las hice y luego me cansé de ellas y dejé de hacerlas. Supongo que eso coloca a mis relatos en cierto lugar de la tradición, pero sólo como punto de partida. Y lo más importante es siempre en qué lugar deciden colocar mis libros sus lectores, qué proximidades establecen, en qué sitio de sus estanterías ponen mi trabajo.
-En muchos cuentos hay una mirada hacia lo femenino mucho antes del #MeToo. No sé si era un tema que ya te preocupaba entonces y cuya revolución has seguido de cerca.
-Bueno, eso también me sorprendió: cuando comencé no había muchas personas escribiendo acerca de estos asuntos, que tal vez eran desestimados como “problemas femeninos”. Y sin embargo yo sí escribía sobre ellos ya, al parecer. Crecí rodeado de mujeres fuertes como mi madre y mi hermana y he tenido la oportunidad de conocer a muchas otras así, y creo que eso hizo que la idea de que una mujer es dueña de sí misma siempre, que diría que es una idea central en mis relatos, incluso en los primeros, nunca me pareció desconcertante o sorprendente, como parece pasarle a algunas personas, incluso a algunas que escriben. Así que no creo haber tenido que deconstruirme en ningún sentido especial; pese a lo cual, he seguido y sigo y apoyo las luchas que las mujeres están librando en estos momentos. Pero a veces me pregunto si no lo hago, también, en nombre del beneficio propio, ya que es evidente que esas luchas no están destinadas tan sólo a mejorar la vida de las mujeres sino la de toda nuestra sociedad, también la de los hombres. Esa lucha también es literaria, en el sentido de que es un reservorio de posibilidades, de vidas posibles, y alguien tendrá que considerar en algún momento cuánta literatura hay en ellas, que creo que es mucha.
-Por último, quisiera hablar del título que parece una vuelta siempre a lo íntimo, al hogar a la patria. ¿Tiene que ver con eso?
-No me gusta la idea de patria y no conozco a nadie que hasta el momento haya podido convencerme de que tengo una. Tengo amigas y amigos, tengo discos, tengo libros, tengo dos gatos e incluso tengo uno o dos pasaportes, pero patria.. Que sea la de la casa a la que los lectores se lo lleven todo...