Christian Salmon en su libro La era del enfrentamiento explica que esta época de hiperconectividad e hipermediatización se está caracterizando por la lógica de la imposición de la propia verdad, la que convenga a cada uno, como elemento clave para alcanzar (y mantener) el poder.
Vivimos en un mundo absolutamente mediatizado. La exposición pública ha alcanzado cotas nunca vistas, absolutamente todo está sujeto al conocimiento de los otros y, en consecuencia, sujeto a crítica por resto de la ciudadanía. Las redes sociales han ayudado a facilitar la comunicación entre nosotros, pero también han creado una situación de dependencia tecnológica como afirman los datos de nuevas adicciones.
En este contexto se mueve actualmente la política. Se necesita comunicar mucho (todo) y rápido, con el objetivo de imponer el propio discurso, el relato propio, la propia verdad. Y existen verdaderos expertos en alcanzar estos objetivos.
Los ejemplos de esta forma de operar son numerosos. Tal vez el caso más paradigmático sea el del presidente saliente americano, Donald Trump, cuyas actuaciones en las ruedas de prensa son ampliamente conocidas. Ante preguntas incómodas de los periodistas acreditados en la Casa Blanca, les retiraba el turno de palabra arbitrariamente cuando no profería ataques de carácter personal (legendarios son sus batallas con periodistas como Jim Acosta).
Paralelamente, ha utilizado las redes sociales, especialmente Twitter, para imponer su relato, su verdad. Un espacio cómodo para él, en el que no estaba obligado a contestar argumentos que acreditaban la falsedad de sus afirmaciones.
Acertadamente, la red social decidió suspender la cuenta del mandatario americano tras el asalto al Capitolio realizado por sus seguidores, una vez constatado que el presidente saliente persistía en su actitud de publicar información falsa que promovía la insurrección antidemocrática.
La respuesta a esta suspensión ha sido el traslado de sus declaraciones a la red social Parler, una plataforma que se jacta (falsariamente) de defender la libertad de expresión en su máxima amplitud. Mudanza a la que se han sumado gran parte de los movimientos de extrema derecha, entre ellos nuestro apéndice patrio, Vox.
Representantes del Partido Popular también han decidido unirse a esta plataforma como es el caso de Beatriz Fanjul, aspirante a encabezar las Nuevas Generaciones del Partido Popular quien asimila “Parlear” (utilizar Parler) con revolucionar.
Recomiendo al lector una breve visita (transitoria) a esta red social para que sean conscientes de qué estamos hablando. La columnista de The Guardian, Malaika Jabali, en su recomendable artículo He estado en Parler y es un pozo negro de racismo y odio sin tapujos, relata las declaraciones que allí se realizan. Afirmaciones del tipo "cada pueblo necesita decidir sobre un lugar de reunión donde una ciudadanía armada se haga cargo de todo... cada traidor debe ser ejecutado" se amparan bajo una torticera interpretación de la libertad de expresión para ser publicadas.
No en vano, estamos en la época de las “fake news” y es remarcable el trabajo que se está haciendo desde diferentes organismos y empresas, especialmente tecnológicas, para luchar contra la desinformación y las mentiras. La respuesta a esto, de los que defienden la teoría del enfrentamiento, es tan clara como falaz: se coarta la libertad de expresión, por lo que se deben encontrar nuevos espacios que garanticen esta pretendida, supuesta y falsaria libertad de expresión.
Y, sin embargo, esta consecuencia no es la más grave. Lo peor de todo es que evitamos el sano debate argumentativo. Rehusamos la contradicción de ideas basadas en datos medibles y cuantificables, sustituyéndolo por un espacio de comodidad en la que fanáticos aplaudirán aquello que publicamos debido a la comunión de ideas en nuestra homogénea ágora virtual.
Esto es grave, muy grave. Si las sociedades democráticas no son capaces de encontrar espacios de diálogo, de contradicción y, en última instancia, de acuerdo o sana discrepancia, la grieta en la convivencia es de tal envergadura que afecta al pilar básico de la democracia.
En 1934, tras el ascenso del nazismo en Alemania, Hermann Broch escribió lo siguiente: “Se ha apoderado un desprecio singular e incluso casi un asco por la palabra […]. Jamás el mundo ha admitido con semejante sinceridad y franqueza que la palabra carece de valor, que no vale la pena buscar una comprensión mutua”. La era del enfrentamiento ha vuelto para quedarse.
La responsable de la cuenta paródica ‘Hazmeunafotoasí’, disecciona las entrañas de la influencia en su libro ‘Cien años de mendigram’ (Roca)