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Olga Pericet se mira en el espejo de Carmen Amaya

La bailaora cordobesa visita el TEM con su homenaje a La Capitana

11/11/2020 - 

VALÈNCIA. Olga Pericet (Córdoba, 1975) recibió la noticia de que el Ministerio de Cultura le había concedido el Premio Nacional de Danza 2018 en Nueva York, donde estaba representando Enfoque. Era su segundo tributo a Carmen Amaya. Y habría un tercero. La Capitana la ha acompañado desde niña, cimbreándose alternativamente en las televisiones de sus padres y de sus abuelos. “La primera vez que la vi bailar exclamé: ‘Dios, esta mujer ¿qué es?’. Era fuego. Verla era como asistir a un terremoto. Su manera de bailar era muy animal”, recuerda la coreógrafa.

Su primer homenaje fue en 2013, con motivo de la inauguración de una sala dedicada a la bailaora de Somorrostro en el Mercat de les Flors. Entonces, Pericet esbozó una pequeña performance en la que combinaba el sonido de sus tacones con el movimiento de su sombra. 

“Ahí empezó mi curiosidad. Además, se unía a nuestro presente histórico: estamos en un tiempo de poder de la mujer, con representación femenina en la ciencia, en el deporte, en la cultura, en las empresas… Era su momento”, argumenta la artista andaluza.

Los 30.000 euros del Premio Nacional los invirtió en su veneración definitiva. Un montaje ambicioso y concurrido que lleva por título Un cuerpo infinito y con el que visita el Teatre El Musical el 14 de noviembre. 

Ese acercamiento le ha valido el Premio Max 2020 a la mejor interpretación femenina de danza. Pero en ese viaje no está sola, se ha rodeado de un equipo de 16 personas. Sobre el escenario la acompañan un cuarteto lírico, un par de actrices, tres músicos y dos cantaores. Todo un séquito para arroparla en su interacción con el recuerdo de la mítica bailaora que aprendió a moverse mirando las olas del mar. 

- ¿Cómo se dialoga con una leyenda?
- Para dialogar me planteé muchas preguntas, pero no solo me limité a la información que me aportó la investigación sobre su figura, sino que pensé que también era necesario contar con pensadores que me pudieran dar otro prisma para que las cuestiones que yo planteaba fueran más variadas y diversas. Cuanto más sabía de ella, más pensaba que teníamos que magnificarla en nuestro acercamiento. No quería que la propuesta se limitara, simplemente, a un diálogo de tú a tu, sino que viésemos a Carmen Amaya como la figura contemporánea y la mujer empoderada que es y que fue.

- ¿Qué ha significado Carmen Amaya en tu trayectoria?
- Alguien que ha hecho que hoy día la mujer en el flamenco baile de una forma determinada. Carmen dejó un eco que no se olvida y resuena en todas las que hemos nacido después. 

- ¿Qué recuerdo infantil asocias a su descubrimiento?
- Bailar y cantar forman parte de la cultura de mi familia. Soy andaluza y el flamenco está en las calles. De pequeña me impresionó ver a esta gran diva. Forma parte de todos los grandes que salieron fuera de España e hicieron nuestra cultura universal: Antonio el Bailarín, que conquistó Argentina, Pilar López… De ahí que uno de los ejercicios que plantee fue ver la reacción de la gente que no la conocía, porque viene de otro campo. Les puse una grabación de su arte les y pregunté qué veían. Su fuerza traspasa, como la de los grandes genios que han hecho descubrimientos que nos han abierto universos. La obra de Carmen Amaya cala muy dentro. 

- ¿Cómo es que la evocas con música lírica y no flamenco?
- Es muy curioso, la opera me da una espiritualidad en el escenario que me ayuda a invocarla y a que la energía no esté solo en su campo. Leyendo cosas de ella te das cuenta de que se la ha encerrado en los espectáculos de siempre, pero ella contactó con coreógrafos de danza española, quiso experimentar en otras tendencias. La gente se queda siempre en lo racial, pero su curiosidad iba mucho más allá. De ahí que en contraste decidiera meter a este cuarteto lírico, para introducir otros términos y frecuencias sonoras. A mí me pone los pelos de punta el diálogo de clásico y flamenco. Son dos fuerzas opuestas que hablan y sirven de contraposición al comparar a Carmen conmigo.

- ¿Qué ha aportado el dramaturgo Roberto Fratini a este trabajo coreográfico?
- Roberto me planteó que la buscáramos después de su muerte, en esos saltos cuánticos a Marte, la Luna, Venus… EE.UUU. llamó Amaya a un cráter de Venus. Nos pareció una simbología y una metáfora súper buena para buscar su cuerpo y su alma. Lo que aparece de ella es su fuerza, no una imitación, puedes ver las formas de su cuerpo, cómo transmuta, cómo me hace cambiar de temperatura... Como te decía antes, es una especie de invocación. Por eso la busqué a través de esa energía y de esos agujeros negros.

- Rehúyes la leyenda y te interesa más su dolor y su vulnerabilidad. ¿Es tu manera de humanizar el mito?
- No es que me interese más, sino que cuando mitificamos a alguien la memoria sólo registra ese deslumbramiento. Es un mito que crea adicción a medida que la vas descubriendo. A mí me interesaba ver a una Carmen más humana, porque homenajes ya se le hacen muchos, y yo lo que quería era que me sirviera de herramienta sobre el escenario, que fuera un motor eléctrico que moviera todo. Me parecía interesante acercarla para que sepamos que nuestros héroes no son súper héroes, sino personas que aman y se entregan a su trabajo. Amaya no era de la Marvel, sufría grandes dolores, como todos los bailarines, y padecía una enfermedad renal. Es más coherente decir lo grande que era cuando enseñas su fragilidad y su vulnerabilidad. Su cuerpo era infinito y la engrandecía.

- Y sin embargo, era de cuerpo menudo. ¿Cómo te ha ayudado a acercarte a su obra que compartierais estatura?
- Ha sido muy curioso meterme en un cuerpo que es semejante a mi forma y a mi tamaño. Caso contrario, hubiera sido más difícil Me parecía muy inquietante que una persona tan potente midiera lo que yo. La inspiración, como consecuencia, ha sido más natural, porque la danza es un movimiento de energía, donde hay una imitación de formas. Se podría decir que me he movido de otra manera en mi mismo tamaño. Esa atracción por ella no sale por casualidad, me reflejo en Carmen porque hay una similitud. 

- Estás a punto de cumplir 45 años, la edad a la que ella murió. Esa coincidencia ¿te ha hecho reflexionar sobre tu propia existencia?
- Totalmente. Qué joven murió y qué dolorido tenía el cuerpo: arrastraba una enfermedad durante 10 largos años. Y sin embargo, cuando bailaba, se le olvidaba todo. He podido comprobar su potencia hasta el último momento, así que ahora lo valoro muchísimo más. Ha sido un planteamiento físico y emocional muy fuerte. Hay una pieza en la coreografía que se llama El dolor. Cuando la termino salgo mal y bien, porque revivo su experiencia a través de mi cuerpo.

- Parafraseando el título del clásico de Lewis Carroll, esta obra es un Olga a través del espejo. ¿Qué has descubierto de ti misma en el proceso?
- Muchísimas cosas, mi madurez espiritual y de conciencia. Cuando pasó los 40, Carmen alcanzó el tope de su vibración, y yo me he marcado estar ahí. Ha sido una gran superación, que me ha hecho llegar a un límite y alcanzar un autoconocimiento físico muy fuerte. Eso ha implicado direccionar y gestionar mi energía, así como cuestionar mis próximos trabajos.

- ¿Qué te provoca que te llamen la Pericet?
- Me hace mucha gracia. Si quitamos el divismo, me suena cercano, con lo cual me gusta y es algo que me hace tener confianza en mi trayectoria. Implica que no es que haya un público que te siga, sino que llevas años en la profesión. 

- ¿Cómo ha cambiado la experiencia escénica con la reducción de aforos?
- Es como salir al ruedo. Cuando los artistas nos juntamos es la bomba. Cuando hablamos, todos coincidimos en que estamos más entregados. Lo cogemos con una energía…

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