MADRID. El optimismo de los inversores observado en lo que llevamos de 2019 se ha visto impulsado por una combinación insostenible de factores macroeconómicos. La evolución bajista del crecimiento registrada a finales del año pasado ha continuado y, junto con la ausencia de presiones inflacionistas, ha llevado a los bancos centrales de las economías desarrollados a dejar de lado las medidas de endurecimiento monetario.
El crecimiento económico se sigue desacelerando debido a una ralentización de la dinámica en las economías desarrolladas. Por el contrario, algunas economías emergentes se están recuperando y muestran un impulso positivo. No obstante, para que esta evolución persista, exige un crecimiento positivo en las economías desarrolladas y un tipo de cambio benigno del dólar estadounidense, así como cambios en las políticas monetarias.
La dinámica de inflación sigue débil en todo el mundo desarrollado, a medida que la ralentización de la demanda frena el impacto potencial de las incipientes presiones al alza en los salarios. Las evoluciones de los tipos de cambio siguen siendo los principales motores de la dinámica de inflación de los mercados emergentes.
La economía mundial ahora ha llegado a una encrucijada. O bien la combinación de apoyo de los bancos centrales, demanda interna y disipación gradual de los riesgos externos permite que el crecimiento finalmente se estabilice, o bien la tendencia de ralentización continuará y el riesgo de recesión aumentará. En el segundo caso, la relajación de las políticas monetarias podría no bastar para mantener la confianza del mercado. En el primero, los bancos centrales podrían abandonar sus posturas moderadas tan rápido como las adoptaron.
Adrien Pichoud es economista jefe y gestor de carteras de SYZ AM