La nueva globalización se basa en robots de “cuello blanco”
Aunque en España hemos tenido (hasta ahora) dos confinamientos vinculados a estados de alarma durante la pandemia de la covid-19 y, por tanto, nos hemos re-incorporado al trabajo, como mínimo, un par de veces, no ha sido así en otros países. En Estados Unidos, especialmente, se comienza ahora a plantear la vuelta al trabajo con “presencialidad” y, de alguna manera, también en el Reino Unido, pues en ambos casos muchos trabajadores se han mantenido realizando teletrabajo durante bastante más tiempo que nosotros.
La pregunta que ha surgido, en todo el mundo desarrollado, es si volveremos a trabajar de la misma forma. Es decir, si se van a organizar las tareas tal y como lo hacíamos antes. Esta primera pregunta tiene fácil respuesta: no. La pandemia ha supuesto poner en funcionamiento herramientas que ya existían pero que no se habían considerado necesarias, al tiempo que han acelerado las propias funcionalidades de las aplicaciones. Así, no sólo se han utilizado mucho más las aplicaciones de video-conferencia, sino que han surgido otras nuevas y se han mejorado las preexistentes. En el caso de las universidades, existían ya herramientas que permitían la docencia online y compartir materiales para trabajar de forma simultánea a distancia, pero su uso no estaba generalizado.
Por supuesto que todavía queda pendiente determinar, en cada empresa o institución, cuál va a ser la combinación de teletrabajo y trabajo presencial que se va a consolidar después de la pandemia. A pesar de la tendencia a volver a las viejas prácticas, seguramente la flexibilidad va a aumentar en la mayoría de los trabajos en los que sea posible.
Pero, ¿qué piensan los trabajadores? En una reciente entrada en el blog del CEPR (Centre of Economic Policy Research) los profesores Nicholas Bloom, Paul Mizen y Shivani Taneja, analizan los resultados de una reciente encuesta. En primer lugar, señalan que, aunque inicialmente la productividad se redujo al trabajar en casa, al poco tiempo ésta aumentó de forma significativa, al adaptar y mejorar el equipamiento disponible y, además, al evitar las (incómodas) medidas protectoras que habría que tomar en el trabajo en caso de haber vuelto a ser presencial. En segundo lugar, la encuesta la han realizado a 2.500 trabajadores británicos, en diversas ocasiones durante la pandemia y, un año después de comenzar a trabajar desde casa. De ellos, la mayoría (un 70%) quiere continuar trabajando dos o más días desde casa. En Estados Unidos los resultados de otras encuestas arrojan conclusiones similares. Los motivos son diversos: en primer lugar, el ambiente más relajado y tranquilo del hogar y la posibilidad de equilibrar mejor trabajo y responsabilidades en casa; además, se evitan los desplazamientos, de manera el tiempo que se ahorra se puede dedicar a otras cosas; el tercer motivo, es evitar el contacto social, tanto en el transporte como en el trabajo. Aunque este último factor puede cambiar cuando se complete la vacunación, la tendencia a trabajar desde casa se va a mantener. Es evidente que se volverán a realizar de manera presencial las grandes reuniones o los congresos, pero las reuniones de 2 a 4 personas que se conocen y trabajan juntos, serán habitualmente online, con importes ganancias de eficiencia.
Sin embargo, la pandemia va a acelerar otro proceso que ya había comenzado y que se describe con gran claridad en un libro publicado en 2019, antes del confinamiento, y titulado “La convulsión globótica”. Su autor es Richard Baldwin e introduce nuevos elementos para la reflexión. Además de ser un académico muy influyente en el ámbito del comercio internacional, es también un excelente divulgador y se trata de un libro muy accesible. El principal argumento de Baldwin es que, con los avances en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) llega la era de los robots de “cuello blanco”. Desde los años 90, con las cadenas globales de valor, la producción manufacturera se desplazó, en gran medida, a países en desarrollo, reemplazando a los trabajadores de “cuello azul” de los países avanzados y reduciendo sus rentas. Tras la pandemia, es cierto que se están realizando diversas iniciativas para acercar de nuevo a los países ricos la producción de algunos bienes estratégicos (medicamentos y otros productos sanitarios, por ejemplo). Pero las empresas que se habían desplazado buscando menores salarios, volverán a Europa y a Estados Unidos con un cambio importante: un aumento considerable en la robotización de “cuello azul”. Las plantas precisarán de muy pocos trabajadores, con funciones de supervisión y mantenimiento, puesto que los robots industriales realizarán las tareas repetitivas. Por tanto, no es de esperar que se recuperen los puestos de trabajo perdidos en la anterior globalización.
Lo que anticipó Baldwin en 2019 es que la nueva globalización que ahora empieza se basa en otro tipo de robots. Hasta ahora los trabajadores especializados, profesionales de “cuello blanco”, estaban protegidos de la automatización por el monopolio cognitivo que tenemos los humanos. La inteligencia artificial y, en especial, el “machine learning” han proporcionado a los computadores habilidades de las que no disponían antes (como leer, escribir, hablar y reconocer patrones) que pueden ya utilizarse en las oficinas y que comienzan a competir con los trabajos especializados en los servicios. Pero esto no es todo: una tendencia que ya existía pero que la pandemia ha acelerado es el uso de plataformas como “Upwork”, que permite contratar a ingenieros “freelance” de países como Pakistán, India o Camboya. Si bien es posible que estos ingenieros no sean tan buenos como los que trabajan hoy en España o en Alemania, lo cierto es que son mucho más baratos. Además, ahora que muchos trabajamos más desde casa, quizá la diferencia no sea, en realidad, tan grande. Las empresas se están adaptando a organizar el trabajo en un entorno híbrido, donde algunos trabajadores están en casa y otros en la oficina.
Por ello, en los próximos años, los trabajadores de renta más alta se van a ver también amenazados por competidores (millones de ellos) que proceden de países emergentes o en desarrollo bien formados y cuyo salario es, en algunos casos, diez o veinte veces menor que, por ejemplo, en Estados Unidos. Es evidente que esto no sólo pone en riesgo los puestos de trabajo, sino que provocará reducciones en sus salarios. Como en otras ocasiones, la única respuesta que cabe es ser mejores y estar mejor formados. En España esto sigue siendo un reto, y que no digan que no nos han avisado.