“Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, escribió el poeta sevillano. Nuestra manera de honrar a los más de 40.000 muertos por el coronavirus será luchar contra los que aspiran desde el poder a ocultar el dolor de esta tragedia. No debe haber ni perdón ni olvido para Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y sus ministros. Esta va a ser nuestra memoria histórica
Cuando España está de luto oficial por las víctimas del coronavirus, aún se ignora cuántas personas han muerto durante la pandemia. No se puede honrar a unos muertos si se desconoce cuántos son. El baile de las cifras oficiales de fallecidos es una afrenta a los familiares. A la pena de la desaparición, la mayoría hubo de añadir el desconsuelo de no poder despedirse de sus seres queridos.
Si hacemos caso a los registros civiles —la estadística más fiable para medir el alcance de la letalidad de la pandemia—, el virus chino ha segado la vida de más de 40.000 personas. Nuestro país ostenta el dudoso honor de figurar a la cabeza del mundo en el número de muertos y de contagiados (cerca de 240.000). Si hemos llegado a esta situación ha sido por la nefasta gestión de un Gobierno que, a excepción de tres o cuatro ministros, carece de preparación profesional e intelectual para enfrentarse a esta crisis descomunal.
Honrar a esos 40.000 muertos será nuestra memoria histórica, alternativa a la que infame Zapatero decidió contra la media España que apoyó a Franco
Ese Gobierno ha negado el luto, empezando por su presidente, durante casi tres meses. Por eso verlos ahora vestidos de negro no resulta creíble ni conmovedor. Es el negro falso de los cuervos. Es otra acción de marketing de un Ejecutivo que intenta ocultar el fracaso de su política con un enorme aparato propagandístico.
A las puertas de la aprobación de otra prórroga del mal llamado estado de alarma —si se cumplen desgraciadamente los pronósticos—, la crisis sanitaria, que parece remitir, entregará el testigo a la social y económica. Del miedo de los últimos meses se pasará a la ira nacida de la desesperación y la pobreza. De ahí el interés del Gobierno por alargar el estado de excepción encubierto hasta el verano para que, con el fútbol y la paguita recién repartida, disminuya la crispación en las calles.
Podemos intuir lo que sucederá en los próximos meses y años, esto es, la ruina económica para varias generaciones. Eso se traducirá en paro, miseria y odio social, que ha comenzado a atizar la extrema izquierda del Gobierno.
Lo podemos intuir pero no tenemos una completa certeza. De lo que sí estamos seguros es que más de 40.000 compatriotas murieron por el virus de Wuhan y nosotros, los vivos, tenemos el deber moral de defender su memoria en un país desmemoriado.
Defender su memoria exige recordar todas las trampas, todas las mentiras, todas las torpezas de un Gobierno que maniata a las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, y amenaza la independencia de los jueces para no sentarse en el banquillo de los acusados.
Otra izquierda es posible, y es deseable que surja de las ruinas de la izquierda actual, que nos ha robado libertades y derechos fundamentales y nos ha llevado a las colas del hambre. Pero mientras llega esa nueva izquierda —si es que llega—, tenemos que combatir a la presente en el tablero cultural e ideológico, sin complejos y con valentía. No hace falta haber leído a Gramsci para saber que la hegemonía en las instituciones culturales y educativas es premisa necesaria para alcanzar la victoria en política.
Combatir es el término adecuado porque esto es una guerra cultural, una guerra de ideas. Si algo bueno han tenido los palurdos de Vox ha sido cuestionar las verdades reveladas —mentiras disfrazadas de buenas intenciones— de la izquierda cultural y política. Lo que hemos dado en llamar los dogmas del progresismo, asentados en una supuesta superioridad moral. Gracias a Vox la derecha ha entrado a cuestionar el monopolio cultural de la izquierda.
Honrar a esos más de 40.000 muertos será nuestra memoria histórica, alternativa a la que ellos impusieron desde el infame Zapatero, concebida como un cordón sanitario contra la media España que apoyó la dictadura del general Franco.
Habrá gente como yo que esté dispuesta a defender la verdad de lo sucedido hasta el final de sus días. Homenajear a las víctimas es recordarles a los culpables de la tragedia que deben pagar por ello. No puede haber ni olvido ni perdón para Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y los ministros de un Ejecutivo que ha alcanzado las mayores cotas de ignominia en la historia reciente de España.
Combatirlos en las instituciones y en la calle, en las tribunas y en las plazas, combatirlos con el auxilio de la razón y de la palabra hasta forzar su derrota política, será la mejor manera de rendir homenaje a los compatriotas muertos por culpa de un Gobierno que ni en la peor de las pesadillas hubiésemos imaginado.