VALÈNCIA. En 1986, Spike Lee estrenó su segundo largometraje, Nola Darling (She's Gotta Have It en su título original), y deslumbró a propios y extraños. La historia de una joven negra de Brooklyn que mantiene relaciones con tres hombres y que se rebela contra la monogamia, reivindicando su identidad y la libertad sexual, está contada con una energía y una fiereza contagiosas, en un formato que bebe de la comedia romántica para subvertir totalmente sus normas. En aquel momento, con su desparpajo y su arrogancia, la película rompió moldes no solo por el retrato que ofrecía de una mujer negra libre, orgullosa y poderosa, sino también, y más allá de cuestiones identitarias, por la representación nada convencional de las relaciones sentimentales y sexuales y el desprecio que mostraba del mundo de la pareja y la familia tradicional.
Más de treinta años después, el director ha retomado al personaje y la historia en Nola Darling, la serie para Netflix que nos ha devuelto mucho del Spike Lee de sus primeras e impetuosas películas, esas que transmitían osadía y nervio y puede que también arrogancia, pero una muy necesaria y convincente. El Lee provocador y electrizante de Haz lo que debas (Do the right thing, 1989), de Mo’ Better Blues (1990) o Fiebre salvaje (Jungle fever, 1991). La serie ha traído la historia a nuestros días manteniendo lo básico, una mujer joven y libre que mantiene relaciones con tres hombres distintos y rechaza el modelo de pareja que la sociedad impone. Nola se define como “pansexual poliamorosa sexo-positiva”. Y resulta que ese mensaje sobre la libertad sexual, sobre la búsqueda de formas distintas de relacionarse, sobre la negación del ideal romántico y del mito de la media naranja, sigue estando completamente vigente y siendo muy necesario en nuestros días, tanto como hace treinta años.
Es difícil mantener un discurso antimonogamia y que se tome en serio o incluso en consideración. El mundo está hecho para las parejas y la familia convencional, y así se dicen cosas como que una persona sin pareja oficial ha de “rehacer su vida”, como si no estuviera viviendo una o estuviera rota, o que mantener varias relaciones a la vez es síntoma de inmadurez y falta de compromiso. La libertad que manifiesta y ejerce Nola, que conlleva necesariamente el no engañar a ninguno de los involucrados acerca de la existencia de los demás, es puesta en cuestión constantemente y se le solicita desde todas las instancias (parejas, amigas, familia) que elija, que se emparente y deje de jugar. También, en el fondo, se le está pidiendo que no lo ponga tan difícil a los demás, que así no hay manera de clasificarla y de ponerle una etiqueta y eso complica mucho las cosas. Nola desafía las convenciones y molesta con su forma de vivir.
Una de las grandes diferencias con la película, además de su duración (diez capítulos de una media hora), es que la comedia romántica ya no es su base. Por más que haga saltar muchos de sus clichés, ese no es uno de sus objetivos, como sí lo era en la película de 1986. Aquí se trata de contar la vida cotidiana de Nola Darling, de ahí que los aspectos profesionales u otros sociales tengan tanto peso o más que la trama amoroso-sexual, incluidos los conflictos que la progresiva gentrificación del barrio provocan.
Porque esa libertad que enarbola, la ejerce, o lo intenta, en todos los ámbitos de su vida, en el seno de una sociedad patriarcal y racista. Cuando recibe ataques, por ejemplo una agresión sexual, su denuncia se convierte en un modo de afirmar su identidad sexual y étnica. Dado que es artista plástica, va a utilizar la expresión artística como vía de denuncia y liberación y como un desafío a quienes le atacan. Eso acaba molestando y poniendo en evidencia a los tibios, a los de “no hagan olas”, porque su respuesta es un acto político, que apela a la toma de conciencia y el paso a la acción.
La condición de artista de Nola Darling permite introducir un buen número de elementos de interés vinculados a la situación del arte y la cultura. Aquí la serie es tan desafiante como en su discurso sobre el amor y el sexo. Las dificultades de Nola como artista negra y joven para poder ser tomada en serio en el mundo artístico profesional se convierten en una reivindicación de la cultura afroamericana y africana y de su incomprensión, y a veces su utilización interesada, por parte de galeristas, gestores culturales, críticos y coleccionistas. La serie, en este sentido, es una reivindicación del arte africano y afroamericano. Y así, en las imágenes de la serie vemos obras reales de artistas emergentes como la senegalesa-italiana Maïmouna Guerresi o el pintor marroquí Hassan Hajjaj. También el vestuario ha sido encargado a diseñadores y diseñadoras afroamericanas.
La intervención urbana que Nola pergeña tras sufrir la agresión sexual se inspira en el trabajo de la artista afroamericana Tatyana Fazlalizadeh, creadora de la campaña contra el acoso “Stop Telling Me Smile” (2012), en la que se exige que deje de pedirse a las mujeres que sonrían. Nola empapela el barrio con carteles con su rostro y el lema #MyNameIsnt (mi nombre no es) seguido de los insultos que recibe, ella y otras mujeres, como zorra, puta o perra.
La de Spike Lee no es la única serie que pone el foco en protagonistas, hombres o mujeres, afroamericanos, ni siquiera es la primera. Son varias las producciones que, a través de puntos de vista originales y provocadores, se sitúan en las antípodas (casi contra ellas) de las series familiares para afroamericanos que coparon la televisión en décadas anteriores. Aquí no hay humor inofensivo, ni se busca el público familiar, ni ofrecer un mensaje convencional de orden, sino más bien todo lo contrario.
Ahí está, acompañando a la serie de Spike Lee, obras tan notables como Insecure (HBO), también con una joven negra protagonista y sus desafíos emocionales, profesionales y vitales vividos día a día. O Atlanta (FX), la premiada e inclasificable serie del multifacético Donald Glover y su retrato nada complaciente de la realidad, ya diseccionada por Teresa Díez en Cultur Plaza. Todas ellas, Nola Darling, Insecure y Atlanta, tienen una gran dimensión política y social por el modo en que exponen algunos de los problemas estructurales de una sociedad ya no tan del bienestar. El racismo, el sexismo, la desigualdad social o el clasismo se exponen sin contemplaciones y se lanzan como un desafío a los y las espectadoras, sean negras, blancos, hombres o mujeres, obligándonos a la reflexión, además del disfrute que regalan como las valiosas obras audiovisuales que son.
Mejor que cualquier serie de Netflix o HBO son las entregas del programa Imprescindibles de RTVE y, en su plataforma, hay como doscientos episodios listos para ser vistos. Uno de los últimos, sobre Carlos Tena, nos descubre a un periodista musical difícil de ver hoy. Enfrentado con y contrario a los dictados del mercado, abierto de mente y ecléctico, con interés en lo antiguo tanto como en lo moderno. Un personaje singular que puso su granito de arena para que la explosión musical española de finales de los 70 fuese como fue