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Niño de Elche: "No sé si soy 'flamenco' en la globalidad, no creo en eso, pero pertenece a mí"

26/04/2018 - 

VALÈNCIA.  A los 8 años tocaba la guitarra, a los 9 cantaba y a los 10 llegó su primer premio. Ha cantado con sujetador o con los pantalones por el tobillo o con la boca llena de gusanitos. Pongamos a Niño de Elche en contexto. Francisco Contreras Molina (nombre real) es un ser vital, aullador, una continuidad de intensidades en contacto con el folclore aunque el folclore es muy posible que prefiriera dejar que corra el aire. Por resumir: un performer. Si como performer queda alguna duda de que es un espectáculo mayúsculo, apunta: este 26 de abril, en La Rambleta.

La voz (los sonidos) de Niño de Elche contiene el movimiento de la misma manera que lo contiene Desnudo bajando una escalera de Duchamp, una deformación del estilo, una estela, el curso celeste de los proyectiles. Posee una amalgama de recursos y técnicas cuya sola aceptación ya garantiza una reputación.

- Te acaban de conceder el premio Christa Leem. ¿Te aparta esto de tus devociones particulares?

Tenía inquietud, curiosidad por ver quién lo otorgaba, los motivos... todo esto siempre es interesante, más allá del orgullo que es que te reconozcan algo. Estoy, en general, muy contento también con el devenir de los conciertos. Era pesimista... como siempre. Aunque solo sea por eso, me sorprendo y me alegro.

- Antología del cante flamenco heterodoxo es tu trabajo más reciente. Veintisiete temas, cada uno con un registro vocal distinto, ruidos, guitarras desafinadas, voces saturadas... ¿todos bien en el equipo? ¿No resultó nadie malherido durante la creación de este artefacto?

(Ríe) Hemos vivido varias anécdotas, que hablan muy bien por la fábrica (Sony) del disco. Con cada tema que escuchaban, tenían dudas de si eran errores o era lo que buscábamos. Detrás de todo eso ha habido mucho trabajo: querer conocerse. Ha habido también muchos debates de conceptos, pero teníamos muy claro qué queríamos hacer. 

- ¿Eres flamenco incluso cuando no quieres?

Yo hago flamenco. E incluso cuando intento no hacerlo, sale el flamenco. No sé si lo soy en la globalidad, porque no creo en eso, pero el flamenco pertenece a mí, claro. Cuando hablo del flamenco, hablo de la música y sus actitudes. De lo que genera espacio social y político, no hablo. A eso no quiero pertenecer. 

- Lo que sí te ha salido muy flamenca ha sido la portada del disco. Esa mirada soberbia, inmodesta, que recuerda tanto a la de Antonio Chacón o a los retratos faraónicos de los toreros que quedan en algunos bares. 

Es una forma de darle la vuelta al discurso de los ortodoxos. Siempre digo que no hago flamenco moderno, porque no hago flamenco tradicional. Ese está estipulado y consensuado desde los años 50... 60, sobre todo. Me nutro de esa filosofía, de esa lógica, también, pero no es mi línea de trabajo ni lo reivindico como tal. Cuando veo que esto va de ser purista, me voy a la raíz de las cosas y el discurso explota. 

- Entonces, ¿los modernos no lo son tanto y los antiguos unos revolucionarios?

En esta época, las palabras moderno y clásico no deberíamos utilizarlas. Es todo lo mismo. Todo es más delirante. Son palabras que no dicen mucho. 

- Hablemos de símbolos y de nítidas imágenes carnales. En el espectáculo La fiesta, de Israel Galván, mientras varios personajes hormiguean por el escenario, te desabrochas los pantalones y los dejas caer a la altura de tus rodillas. Tiemblas, te castañean los dientes. Te sientas en una silla. Y pasado un momento, tu respiración se vuelve más lenta. Ejem...

(Ríe) Tú interpretas que estaba cagando. Y en realidad mucha gente llegó a ver un váter. Es una imagen para que esto suceda. En el proceso de creación, nunca se habló de cagar. El concepto cagar no está. Ahí, Israel está en la otra punta bailando, con los pantalones bajados, y dije: "Pues yo también quiero bajarme los pantalones". Es una ilusión óptica. De una bulería de Potito, pasamos a un cante como Falete, Miguel Poveda, de una forma más amanerada, más sensual, erótica, por eso me acabo tocando. 

- Publicaste también un libro, No comparto los postres. ¿La escritura te sirve para explicarte a los demás o para tratar de entenderte?

Es una herramienta más para poder reflexionar, para seguir trabajándome. Para superar miedos, al final. Es un desplazamiento de la música para hacer otra cosa. La escritura en el ámbito de lo poético me gusta mucho, la verdad. Ahora llevo tres o cuatro meses que no estoy muy fino, pero saldrá un libro, de poesía, seguramente. 

- Entre los discos, las colaboraciones, conciertos, ahora recogiendo premios... ¿qué más te pides?

No tengo una vida normal y no puedo dedicarme mucho tiempo a una cosa. Esa es mi tragedia, ahora mismo. Estoy todos los días viajando y cuando no, aprovecho para leer, para escribir, para recoger la ropa. Hasta ahora no sé hacer otra cosa, no tengo más aficiones, más allá de la gastronomía, leer, escribir y escuchar música. 

- Comer, música, leer... la buena vida. 

Llevas razón. De vez en cuando, un poco de sexo y ya está. 

- Como decían los Sonic Youth, la confusión es sexo. Y a ti te va que ni pintao. He leído que te declaras místico, que viene del griego, cerrar, guardar, pero eres justo lo contrario: expansivo, visible... 

Puede ser una de mis contradicciones. Pero creo que, para expandirte, primero necesitas recogimiento. Aunque, ahora que lo pienso, no sé si es contradicción o equilibrio, un mecanismo de supervivencia. El equilibrio es la muerte. Cuando uno se expande tanto, acaba en el misticismo para hablar sobre el silencio, para escribir, para escuchar; la contemplación, los haikus... todo eso me gusta mucho. 

Tengo mucho tiempo entre viajes, me ayuda a contemplar, a mirar, a escuchar. Prefiero ir en tren que en avión porque puedo quedarme, simplemente, mirando.

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