Tras su muerte a los 70 años, se ha publicado en Estados Unidos una biografía Volkoff, una persona que huyó de un país comunista porque detestaba el régimen y la ideología socialista, para luego acabar trabajando de actor que hacía de comunista con el fin de que el público le arrojase todo lo que tenía a mano. Esa fue la vida del croata Josip Hrovoje Peruzović, conocido en la WWF (Pressing Catch) como Volkoff, al que Antarctic Press le ha dedicado un cómic
El wrestling, en España bautizado por Telecinco como Pressing Catch, es un circo con sus payasos. Ver a estadounidenses de 44 años pagarse una entrada para asistir a este espectáculo puede ser preocupante, pero a los niños es normal que les fascine como entretenimiento. Sin embargo, ni una cosa ni otra quitan que, con el paso del tiempo, se descubra que entre bastidores había unas biografías dignas de las miserias de Hollywood o la historia del rock.
Ahí ha estado la trágica vida de André El Gigante, los problemas de adicción a las drogas de Jake The Snake Roberts o los líos con vídeos porno de Hulk Hogan. Todo esto hace que haya una lucrativa industria de biografías y documentales que nos muestran el lado humano o de superación de estos actores. Si el que tiene estos problemas es un escritor consagrado, su vida privada se llama cultura. Esto, al tratarse de personajes de farándula, sería cotilleo. En esta columna no se hacen distingos.
Este año la editorial texana Antarctic Press ha lanzado en un cómic la biografía de uno de los personajes más carismáticos de la WWF, Nikolai Volkoff, que era el soviético del circo y combatía en parejas en el dúo Los bolcheviques. Su éxito fue muy limitado, fueron empleados como alivio cómico más que como protagonistas, cuenta la Wikipedia, o como sparrings favoritos de Los Sacamantecas.
Su momento de gloria fue cuando se enfrentaron entre sí en 1990 y Volkoff cantó el barras y estrellas ante el delirio del público que antes, cuando entonaba el himno de su supuesto país, le tiraba los vasos maxi de refresco y todo lo que tuviese mano. No obstante, su compañero y luego rival, llamado Zhukhov, era Jim Barrell, natural de Roanoke, Virginia, y Volkoff, Josip Hrvoje Peruzović, croata de los alrededores de Split.
Lo que hace interesante al cómic a priori es que viene presentado como el resultado de "profundas" conversaciones del guionista John E. Crowther con el luchador. Sin embargo, la cosa empieza con más leyenda que realidad y algunos errores ortográficos. Según le cuenta Josip, era nieto de Ante Tomsevic, Tomasevic en realidad, un luchador de Split. En el cómic cuentan que levantador de pesas, miembro de la guardia austro-húngara y guardaespaldas del emperador Franz Josef.
Se dice que al abuelo lo asesinaron miembros de la Liga de los Comunistas Yugoslavos por no querer unirse a ellos. Es complicado, porque cuando se unificaron los partidos comunistas de Yugoslavia fue como consecuencia de la instauración del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que luego fue el Reino de Yugoslavia. Puede que el autor no sepa que hubo dos Yugoslavias, primero una monárquica y luego una comunista, y mezcle ahí información de la segunda con la primera o puede que no y no haya sabido explicar quién lo mató y porqué.
El caso es que en estos primeros recuerdos de la vida del luchador, aparece de joven con su familia en la mesa y sus padres le cuentan, en 1961, el trágico destino de su abuelo para añadir: "como consecuencia nos encarcelaron a los croatas dentro de las fronteras de Yugoslavia". Los padres le aconsejan entonces que el deporte le salvará, que se vaya a América y que le hable allí a todo el mundo del pueblo croata.
Así lo recuerda él: "Como los americanos liberaron Europa del malvado nazismo, yo, con la bendición de mis padres, me liberé de la opresión del comunismo yendo a América". Es una memoria selectiva muy bien adaptada al contexto estadounidense, que no es objeto de esta columna de tebeos desmontarla, pero ignora si hay que decir algún que otro detallito histórico sobre el nazismo en los Balcanes.
No en vano, tampoco se debe juzgar con dureza a un miembro de la diáspora, que en muchas ocasiones son gente que recuerdan vagamente historietas que les han contado y que poco tenían que ver en lo que realmente determinaba su vida, que era su situación en Estados Unidos.
El cómic sigue con la salida de Volkoff de la isla de Brch, de la que no hay referencias, seguramente se trate de Brač, que está enfrente de Split. A esta ciudad se fue a estudiar electricidad con 14 años, pero con el pretexto de que "para escapar del yugo del comunismo necesitaba crecer más que mi mente, necesitaba que creciera mi cuerpo", cuenta que decide empezar judo y, vaya, acaba en el equipo nacional de Yugoslavia con el que fue campeón junior de la Federación durante tres años consecutivos.
Como deportista, pudo ir a Austria a competir con un pasaporte yugoslavo que, hasta él mismo lo admite, le permitía viajar donde quisiera. Por consejo de un ruso que vivía en Viena, una noche abandonó la competición y se refugió en la embajada de Canadá, donde pidió asilo político. En América coincidió con que en la diáspora eran aficionados a la lucha libre y todo fue rodado.
Lo que nunca pudo allí es ostentar su nacionalidad profesionalmente. Primero estuvo en una pareja llamada The Mongols, donde su papel era hacerse odiar y ¡triunfó! Así que pudo iniciar por fin una carrera en solitario como Volkoff, que se hizo famoso en los 70 y 80 por iniciar sus combates cantando el himno soviético, como se ha dicho. El público amaba odiarle y eso daba beneficios en esta industria.
Así, uno va pasando páginas estériles hasta que por fin llega a un conflicto reseñable. En una mejora de contrato, etc... etc... el pobre Josip no quería seguir glorificando el comunismo -habían asesinado a su abuelo y tuvo que arriesgar su vida para escapar, se supone-, pero le convencieron para hacer el paripé. Y le salió bien. Fue un personaje carismático con esa cantinela soviética.
El cómic sigue enumerando sus peleas sin el más mínimo interés hasta que se convirtió a la verdad revelada y empezó a salir a escena con la bandera de Estados Unidos, que es algo que vimos los niños españoles por televisión porque coincidió con las emisiones de Telecinco.
El resultado, una serie limitada de tres números, es de una pobreza extraordinaria. Seguro que habría muchos detalles interesantes en esas supuestas conversaciones profundas con el protagonista mejores que las leyendas urbanas e historietas que se han reflejado. No hay que olvidar que un croata anticomunista es mucho anticomunista para luego tener que ganarse la vida haciendo de soviético. Esa contradicción daría para una gran historia, pero para eso hacía falta algo más de voluntad a la hora de explorar lo que nos define como humanos: las contradicciones.