VALÈNCIA. El maestro sucede a la discípula. La hasta ahora rectora de la Universidad Cardenal Herrera Ceu San Pablo, Rosa Visiedo, se marcha a Madrid y su mentor y padrino espiritual, Vicente Navarro de Luján, le sucede en el cargo. El nombramiento se confirmó esta semana pasada en Madrid, en el mes de más agitación de las universidades, y ha hecho que el veterano intelectual, impulsor de la primera facultad de Periodismo en la Comunidad Valenciana, destacado referente de la derecha democristiana valenciana y director general del Libro entre 2003 y 2007, ocupe un cargo para el que parecía predestinado: por historia personal, de la institución y vocación. Nacido en València el 29 de noviembre de 1952, Navarro de Luján, doctor en Derecho, ha desarrollado su trayectoria académica vinculado al CEU desde sus orígenes en 1971, cuando, siendo estudiante de Derecho, colaboró con los fundadores del CEU en sus primeros cursos en la ciudad.
Desde su despacho de rector en el palacio de Colomina, cuyas ventanas dan a la histórica calle del Peso de la Harina, se puede ver la Plaza de la Virgen de València y, enfrente, asomar el cimborrio de la Catedral. Un espacio que rezuma historia de la ciudad para alguien que encaja en ese perfil histórico. Navarro de Luján llega a la cita con la agitación de quien vive momentos intensos. Pero la presteza y agudeza con la que se desenvuelve hace que parezca rejuvenecido por el reto. Un reto que se conoce bien porque ha formado parte desde prácticamente el principio. Y como ejemplo de ello cita que su único cambio, el relevo del vicerrector de internacionalización Iñaki Bilbao, se produce por la marcha de éste a Madrid con Visiedo. Es una señal de que el nuevo CEU, el que ha puesto en pie Visiedo, continuará en las mismas manos que lo modelaron, con ese mismo espíritu internacional y transversal que ha hecho que haya prácticamente una línea de odontología con estudiantes de Taiwán, otra de veterinaria con franceses, y, en definitiva, alumnos de 61 países.
—Julio es un mes intenso en las universidades.
—Se lo comentaba a mis vicerrectores. Hay que hacer tanta cosas que entran ganas de irse…
—Ya sólo le falta ser conseller
—(Risas) No, no, no… Yo ya no vuelvo a la política.
—Es como esos ex futbolistas que no quieren volver a los campos.
—Es que la política ha cambiado mucho. Ahora es muy agresiva. En los tiempos de UCD había posicionamientos, pero no esta guerra. El otro día comentaba con unos alumnos que en los años setenta había un señor, el secretario del Partido Comunista, [Antonio] Palomares, que su mujer tenía un restaurante. Ahí íbamos de todos los partidos. Hablábamos con total libertad. Nadie se podía imaginar que te pusieran un micrófono bajo la mesa, o que te estuvieran grabando. Ahora es algo muy cainita, muy fratricida.
—Quizás sea producto de la falta de formación de muchos políticos cuyo único valor es su agresividad con el contrario.
—Hay una cosa que recuerdo de los años setenta; me lo dijo Fernando Abril Martorell: el problema de UCD es que todos los diputados podían sentarse en el banco azul [el reservado a los miembros del Gobierno]. Ahora hay mucha gente que se ha profesionalizado en la política, que ha entrado muy joven en un partido, que ha empezado como asesor de un ayuntamiento, después concejal, después diputado provincial, y que viven de la política. Si pasas revista a las listas electorales del 77 se ve que se trata de gente que ya tenía la vida resuelta: Emilio Attard, Ximo Muñoz Peirats, Paco [de Paula] Burguera… Y ahora es gente que vive de la política y eso es muy complicado. Esto genera estructuras de gran obediencia interna. Provoca a su vez que haya poca crítica interna en los partidos; no digo que sea como UCD, que se pasó de autocrítica, pero es que ahora sólo hay disciplina férrea. En ese sentido no tengo añoranza de la política. Me lo pasé muy bien los cuatro años que estuve en el Libro, pero ahora, aunque me lo ofrecieran…
—Sucede a un equipo que es suyo.
—Continuidad total. La universidad está muy asentada, está muy bien. En los últimos dos años y medio en la zona de Alfara y Moncada hemos inversiones por valor de 63 millones de euros. Estamos acabando el Paraninfo, en diciembre estará acabado el rectorado, hemos construido una zona deportiva… Creo que en estos momentos hay que procurar seguir con la línea de internacionalización. Tenemos 2.600 alumnos de grado extranjeros.
—Pero tendrá algún reto.
—Uno personal que lo comenté el lunes con el equipo de gobierno; hay que continuar con lo que tenemos de alumnos asiáticos, europeos, pero hacer un esfuerzo en Latinoamérica. Tenemos muy pocos alumnos latinoamericanos. Y creo que, por la similitud de culturas, de lengua, es un mercado que tenemos que asegurar. Un vicerrector me pasó este martes un listado de colegios a los que creo que tenemos que dirigirnos para presentarles nuestra oferta.
—El rival es Estados Unidos, un competidor poderoso.
—Es verdad que América tiende mucho al norte. Estados Unidos atrae mucho al alumnado, pero hay que hacer un esfuerzo por ahí, por Latinoamérica. El otro día un amigo de la Fundación Botín me mandó un estudio del horizonte demográfico para los próximos 15-20 años. El número de gente de 17 años sufrirá un descenso terrible, y eso nos va a afectar a todas las universidades. Habrá que buscar otros caladeros donde pescar.
—También tiene un arma a su lado, que es el castellano.
—Una lengua que está en constante incremento de usuarios. Las últimas cifras del Instituto Cervantes hablan de 500 millones de personas, la segunda lengua más importante después del chino.
—¿Como están sus relaciones con las instituciones?
—Con todos los alcaldes con los que hemos tratado nos hemos llevado bien. En Elche, donde estamos haciendo la obra de recuperación del edificio de las carmelitas, no hemos tenido ningún problema con las licencias. También es lógico porque somos la primera institución universitaria que se instaló en Elche.
—Ahora que lo comenta… Su relación con la Miguel Hernández es buena.
—Sí, y con el resto de las universidades públicas. Con todas nos hemos entendido muy bien.
—Quizá porque una de sus peculiaridades es que, pese a ser una universidad privada, en realidad funcionan como una pública.
—Al ser una fundación nuestros ingresos están claro a lo que deben destinarse: un tercio a capitalizar la fundación, un tercio a ayudas, y un tercio a inversiones. Las fundaciones en España están controladas por el protectorado de fundaciones. Pero es que además nuestra vocación ha sido siempre llenar huecos, llegar donde no se llega. No somos una universidad pública, pero tenemos un estatuto muy parecido.
—Ustedes tienen la suerte de no sufrir la rigidez laboral de las universidades públicas.
—Es una pena. Nosotros tenemos un convenio colectivo, lógico, pero si yo quiero fichar a Luis Rojas Marcos puedo negociarlo. Eso una universidad pública no puede hacerlo, aunque sea sólo para un año. Si tú quieres captar un buen profesional y quieres que se deje su clínica en Nueva York, y se venga aquí cuatro meses, no puedes pagarle 1.000 euros al mes.
—Su modelo, al no contar con financiación pública, les ha hecho más fuertes y no sufrir por los problemas de los recortes.
—Efectivamente. Ahora en València superamos los 10.000 alumnos y vamos en aumento. La previsión de matrícula es que crecemos en todas las titulaciones. En algunas como Veterinaria, Medicina, Enfermería… tendremos que establecer lista de espera porque tenemos más demanda que oferta.
—Eso es porque están donde tienen que estar.
—Por circunstancias históricas nacimos llenando huecos. Fuimos los primeros en Periodismo, Publicidad e Imagen; los primeros en Veterinaria, en Diseño, y los primeros en abrir actividad universitaria en Elche y Castellón. Hemos tenido vocación de demanda social.
—¿La burocracia es el palo en las ruedas de las universidades?
— Ahora las tramitaciones de las nuevas titulaciones se han convertido en una pesadilla. Todas las nuevas titulaciones tienen dos fases: la de la Comunidad Valenciana, y después la estatal. Y los procedimientos se eternizan, son muy lentos.
—Otro ejemplo es lo que sucede con las certificaciones de Aneca, que pervierten lo que debería ser la dinámica investigadora de la universidad.
—Sí. Lo de Aneca se ha convertido en un puro trámite. Cuando uno quiere pasar una acreditación de Aneca lo único que tiene que llevar son los ISBN [números identificadores de los libros] de lo que ha publicado; el contenido de lo publicado nadie lo va a leer. En las oposiciones antiguas tenías que llevar dos maletas con las publicaciones físicas para que cualquier miembro del tribunal pudiera cogerlas y verlas, y juzgarlas. Ahora son sólo números y la gente va publicando sólo por conseguir ISBN’s; y la calidad de lo publicado es… muy diversa.