VALÈNCIA. Que las series españolas son cada vez más diversas es un hecho. Y uno muy disfrutable. No se trata solo de que temáticamente ofrezcan asuntos que parecían impensables hace diez años, como la sátira política de Vota Juan y Vamos Juan, la ciencia ficción de El ministerio del tiempo, ETA en Patria o la corrupción en Antidisturbios, es que, además, esa heterogeneidad también es de género, estilo, tono o estética. Sin afán exhaustivo y ciñéndome a los títulos más interesantes, ahí están Malaka, Arde Madrid, La peste, La casa de papel, Fariña, Veneno, Paquita Salas, La unidad, Mira lo que has hecho, Señoras del (h)ampa, HIT, Si no t’hagués conegut, El día de mañana, La zona o El fin de la comedia como magníficos ejemplos de esa variedad.
Y ahora ha llegado Nasdrovia, la nueva producción de Movistar+ que se ofrece como una comedia negra bastante inclasificable, con un tono derivado, como sus propios responsables han declarado, de Fargo o la serie Barry. Basada en la novela de Sergio Sarria, El hombre que odiaba a Paulo Coelho, ha sido escrita y creada por él mismo junto a Luismi Pérez (El intermedio, Malaka, Capítulo 0) y Miguel Esteban (El vecino, El fin de la comedia, Museo Coconut, Capítulo 0). Dirige Marc Vigil (Aida, Águila Roja, El ministerio del tiempo, El silencio del pantano).
Edurne y Julián son abogados de éxito, especializados en defender a corruptos. Fueron matrimonio y ahora, ya divorciados, mantienen una buena relación y se enfrentan juntos a la crisis de los cuarenta. Hartos de representar a indeseables, por una serie de carambolas azarosas deciden abrir un restaurante ruso. Todo va bien hasta que un día la mafia rusa llega a su local y ya no se va. Comienza ahí lo que se puede definir como una comedia negra, con sus dosis de humor, thriller y violencia como en Fargo, referente bastante inmediato, y sus giros inesperados al estilo de los hermanos Coen o Tarantino. Se trata de una de esas historias de personas más o menos normales que se ven inmersas en una trama criminal y violenta, fruto de alguna que otra decisión irresponsable y en las que el azar tiene un papel esencial.
Aunque es relativamente fácil encontrar ejemplos del género en nuestro cine, con Álex de la Iglesia a la cabeza, no lo es tanto en el caso de las series, salvo la entretenidísima Señoras del (h)ampa. Fuera de nuestras fronteras son varios los referentes, además de la ya citada Fargo. Barry, Killing Eve o The end of the f***ing world muestran esa mezcla de comedia, horror y violencia que propone Nasdrovia y que, cuando está bien resuelta, resulta confortablemente desconcertante.
Aquí lo cierto es que funciona a ratos y queda al final una cierta sensación de que podría haber sido mejor, de que no acaba de llegar a donde quiere. Tiene un ritmo muy ágil, le sientan bien los capítulos de media hora y está realizada con suma elegancia. Los intérpretes cumplen a la perfección. Leonor Watling brilla como la desorientada Edurne y Hugo Silva va sobrado con un personaje que podría dar mucho más de sí y al final queda algo desdibujado; es posible que en la segunda temporada adquiera un poco más de fuste, porque promete mucho (es una cuestión de escritura, no de interpretación, el actor está fenomenal en ese registro cómico, como es habitual en él).
El personaje de Watling lleva gran parte del peso de la función puesto que es la narradora y, además, rompe la cuarta pared y se dirige directamente a nosotros para revelar sus pensamientos y, sobre todo, su desconcierto ante lo que le sucede desde que los rusos entraron en su vida y también con su crisis de los cuarenta. Es ese “soy un cliché” que repite varias veces y que, en realidad, la serie intenta destruir. Obviamente, el referente aquí es Fleabag, máxime teniendo en cuenta que, en la novela, el protagonista y narrador era Julián y en la serie se ha optado por Edurne. Que sea una voz femenina la dominante supone un cambio de punto de vista y perspectiva muy notable y diferenciador.
Sin embargo, quien acaba robando la función es el grupo de mafiosos rusos, compuesto por un actor ruso (Anton Yakovlev), un francés (Yan Tual), un inglés (Michael John Treanor) y un austríaco (Kevin Brand), como en los viejos chistes (van en un avión…). La interacción entre ellos, sus diálogos sobre cualquier cosa, sus anécdotas cotidianas mientras van cumpliendo su función de matar gente y pegar palizas acaban siendo lo mejor de la serie. En concreto, Anton Yakovlev, que interpreta a Boris, un capo de la mafia rusa y jefe del grupo de sicarios, es el gran descubrimiento. El actor borda su personaje de mafioso con dudas de identidad, a ratos vulnerable y sentimental, a ratos violento, pero siempre amenazador, sea en un tren, en un karaoke o en un callejón oscuro.
Nasdrovia no busca el chiste ni la carcajada; no es una serie basada en el gag, aunque alguno hay. Más bien se trata de crear situaciones humorísticas que, al mismo tiempo y la mayoría de las veces, son atroces. Sonreímos por lo absurdas o incorrectas que resultan y por el modo en que se ha llegado hasta ahí. Sí busca el efecto sorpresa y lo consigue con creces. Somos conscientes de que el caos va a ser cada vez mayor, no solo porque la primera escena lo plantee, sino porque todo lleva hacia él, pero nunca sabemos hacia dónde irá la trama ni somos capaces de prever cómo se va a salir de determinadas situaciones.
Nasdrovia resulta una mezcla de humor muy negro, comedia ligera y violencia que, aunque tiene que ajustar algunas cosas y tal vez atreverse a ir más lejos, se ve con agrado. Y personalidad, como a Boris, no le falta.