Uno de los mejores guionistas de cómic en España trabaja con David Sánchez, el dibujante revelación de los últimos años, en una obra que recorre los cuadros del museo Thyssen-Bornemisza a través de un sinuoso, espectral y psicodélico relato
VALÈNCIA. David Sánchez es un diamante en bruto. Se le ha comparado con Charles Burns y con Daniel Clowes. Lo cierto es que su dibujo no le debe nada a nadie, es suyo propio. Y los escenarios y las historias que nos ha contado pertenecen únicamente a su universo. Se le podría matizar, como hicimos en esta columna que en sus guiones hasta ahora ha valido todo, que cuando la tensión subía y las viñetas absorbían la atención, los desenlaces pecaban de aleatoriedad. Una característica de sus guiones que va por gustos. El muy respetado Alejando Jodorowsky, por poner un ejemplo, lleva en ese plan toda la vida y se ha labrado una carrera más que respetable en este mundo.
Santiago García, el guionista, ha llegado a lo más alto en varias ocasiones. Citemos dos obra paradigmáticas de su talento. La Tempestad, con el dibujante Javier Peinado, adaptación de una obra de Shakespeare, es una de las cosas más maravillosas que se han publicado en este país. El dibujo, con la famosa línea clara francobelga era una joya, pero el guión te atrapaba de principio a fin y en ningún momento sabías qué podía pasar en la página siguiente. La adaptación del texto clásico a la ciencia ficción planteaba una hipótesis realmente interesante y con una intensidad dramática que no tenía nada que envidiar a nada, ni siquiera a reputadas películas del género.
Del mismo modo, su guión de El Vecino, una trilogía con el dibujante Pepo Pérez, pecaba de lo contrario. No podía ser más accesoria la historia simpática de un tío que vive al lado de un jeta que resulta ser un superhéroe. Pero desde ese punto de partida, que parecía tener un tono humorístico de gags y poco más, Santiago García se sacaba un pedazo culebrón de toma pan y moja donde el superhéroe llegaba a importar más bien poco y si una duda asaltaba al lector era el porqué de tamaño argumento. Tan bien pormenorizado, tan psicológicamente trabajado, y todo para arrojar pocas respuestas vitales, por decirlo de algún modo. No dejaba de ser un guión que no iba a ninguna parte, solo al deleite. Y eso, las cosas como son, tal y como quedó demostrado de sobra con Las Meninas o ¡García! solo podía surgir de un guionista extraordinario.
Ahora, la editorial Astiberri ha puesto en nuestras manos Museomaquia, un trabajo realizado en colaboración con el Museo Thyssen-Bornemisza en la celebración de su veinticinco aniversario. El proyecto consiste en dar vida a los cuadros del museo, hilarlos en una narración, en formato de viñetas.
No es una idea peregrina. Ya se ha dicho alguna vez que el cómic es el heredero del cine mudo, el cine verdadero para muchos cineastas, algunos de un marcado carácter pictórico como Peter Greenaway. Con la aparición del sonido, solo las viñetas lograron seguir expresando visualmente lo que hasta entonces se había visto obligado a hacer el cine por sus limitaciones sonoras. Llevar la capacidad narrativa y expresiva del cómic a un museo clásico, donde hay expuesto un arte que es un paso predecesor de ese cine mudo, y de todo el cómic mundial, es una idea que no puede ser más sugerente.
Conecta la alta cultura y la popular. Ofrece una actualización de los recursos que llevaron a cabo aquellos pintores. Por ejemplo, en el cuadro Las Meninas de las que habló Santiago García en uno de sus trabajos más importantes, los expertos han detectado que en el movimiento de los dedos de una de ellas se anticipaban en un solo lienzo técnicas que luego hemos visto hasta la saciedad en el cine, negativo a negativo, frame a frame, o en el propio cómic. Estos recursos, innovaciones, todas las características que hacen que estas pinturas sean piezas de museo, no tienen un desarrollo más adecuado, acorde a su naturaleza y con más capacidad de expresión que en el cómic .
En la historia de esta novela gráfica, Museomaquia, nos encontramos con que el caballero veneciano abre los ojos, se despierta, e inicia un tortuoso viaje al lado de su escudero. En la odisea, de características surrealistas, psicodélicas, todo un delirio tal y como estamos acostumbrados a este dibujante, van pasando las influencias del gran Caravaggio, Durero y otros pintores recogidos en el centro. Algunos tan lejanos a los citados como Hopper o René Magritte.
Los cuadros se van sucediendo y con ellos pequeños relatos. Se nota que el guionista se adapta al marcado estilo de David Sánchez, tan cargado de personalidad así como ha demostrado en toda su obra anterior. Ese es el quid de la cuestión. Falta más García, por decirlo de algún modo. Era una gran ilusión juntar a uno de los mejores guionistas con el dibujante más prometedor, pero ya se sabe: Uno más uno es igual a uno.
No tenemos esos guiones que entran en los detalles más triviales y a la vez profundos de una historia, ni el excepcional diseño de personajes que habitualmente ha mostrado García. Digamos que el escritor se ha echado al monte contagiado por el entusiasmo de Sánchez y se ha puesto a su servicio en su intención de aberrar, bella palabra y propósito, pero que no colma nuestras expectativas. Pensábamos que no le vendría mal al artista en cuestión un texto que rompiese con su libertad creativa, hasta ahora una explosión sin límites, reconduciéndola, domándola. Y no había mejor opción que la que se ha dispuesto, pero ese salto no se ha dado.
Otra vez, casi dejamos de leer y lo que nos prenda son las imágenes que construye el dibujante. Me flipan especialmente los animales picoteando en las heridas y orificios de los personajes. No obstante, en El perdón y la furia, de Atarriba y Keko, sobre el Museo del Prado, que versaba sobre José de Ribera, se incidía más en la obra del artista a través de un hombre obsesionado con ella, alguien que quería ser capaz de reproducirla y por eso la estudiaba de forma enfermiza. Los recursos expresivos del cuadro cristalizaban en la historia y la atmósfera y sensaciones que transmitía el conjunto eran la enseñanza sobre el estilo del artista original. En esta ocasión, todo ha ido mucho más lejos y Sánchez lo lleva todo a su terreno no sin cierto abuso.
De todos modos, la idea de revivir cuadros a través del cómic en un país con algunos de los mejores museos y colecciones del mundo sigue siendo fabulosa. Abre múltiples posibilidades en todos los sentidos, desde el didáctico al puramente artístico, como es concretamente la obra que nos traemos hoy entre manos, una derivación artística, un desarrollo de lo pintado por los maestros, y conecta a los genios consagrados con lo que queremos consagrar a día de hoy porque, no nos cabe duda, también lo son.