La noche electoral del 26M Compromís celebraba la victoria electoral en la ciudad de València con una imagen cargada de intención que ya vimos hace cuatro años cuando la izquierda derrocó a Rita Barberá. En 2015, tras ser proclamado alcalde, Joan Ribó se daba un baño de masas a las puertas del Ayuntamiento en una imagen cuyo fondo era una senyera –en realidad, varias– que anónimos ciudadanos sostenían en alto a pocos metros del primer edil. Unas senyeras nuevas y relucientes con el blau, la corona y todos sus adornos. Una Reial Senyera.
Tampoco fue casualidad que en la celebración de la victoria el pasado domingo, en la sede de Compromís en València, Ribó, Oltra y compañía se envolvieron en una gran senyera, having a good time al ritmo de Queen, Don’t stop me now, porque nada es casual. ¿Pero estos no eran unos catalanistas de tomo y lomo? ¿No es de eso de lo que les acusan PP y Ciudadanos?
Compromís, otra vez contra todo pronóstico, ha roto su techo en el Cap i Casal, donde en 2015 se dijo que había logrado la Alcaldía gracias a una gran campaña que le llevó a recabar el voto prestado incluso de gente del PP que quería ver fuera a Rita Barberá. Los 106.000 votos, el 27% del total, y los diez ediles logrados ahora por la coalición tienen mucho mérito, dadas las encuestas.
Los sondeos situaban muy igualados a Compromís y PSPV, pero a la pregunta de a quién preferían como alcalde la gran mayoría optaba por Joan Ribó frente a Sandra Gómez. Tal vez eso explique por qué la coalición nacionalista acabó acaparando el voto de los indecisos de izquierdas. Pablo Iglesias con su dignidad mal entendida con las donaciones de Amancio Ortega también ayudó. Podem y EUPV unidos han perdido nada menos que 44.000 votantes y la representación en el Consistorio.
Con todo, la victoria de Ribó ha quedado muy lejos de lo que cabría esperar de un alcalde después de su primer mandato. Ha pasado de 9 a 10 concejales; Pérez Casado subió de 13 a 18, y Rita Barberá, de 9 a 17 tras sus respectivas primeras legislaturas. Resisten algunos barrios de derecha de toda la vida donde Compromís tiene un hándicap, como lo tiene en la mitad sur de Alicante: el catalanismo.
El último barómetro del CIS conocido esta semana muestra que el número de valencianos que dicen no sentirse españoles ronda el 2%, como viene ocurriendo desde hace varios lustros cada vez que el Centro de Investigaciones Sociológicas hace esta pregunta, siempre entre el 1 y el 2%. Hace muchos años que el Bloc, el partido más grande de la coalición Compromís, se dio cuenta de que si quería ser transversal geográfica y socialmente tenía que olvidarse de que los valencianos fuésemos catalanes y empezar a valorar lo valenciano como propio tratando de mejorarlo en lugar de sentir vergüenza muchas veces inducida.
Hubo un tiempo, heredero de la Batalla de València, segunda mitad de los ochenta y primera de los noventa del pasado siglo, en el que el objetivo político de los Països Catalans, intelectualmente desarrollado por Joan Fuster, derivó en una admiración cateta por todo lo catalán, que era lo sublime, y un menosprecio revestido de sarcasmo hacia las manifestaciones de valencianismo, cualquiera que fueran.
Hablamos del Cap i Casal, refugio del blaverismo cerril que impregnaba la cultura popular, desde las Fallas al Valencia CF, pasando por las celebraciones religiosas. Frente a ellos, los "rojos, catalanistas y maricones", que se decía entonces, que eran del Barça casi por obligación, dándolo todo por los Països Catalans, exhibiendo con orgullo un negacionismo absurdo hacia la herencia castellana en la cultura valenciana y lamentando que el pueblo les diera la espalda. ¡Qué esperaban!
Luego llegaría la 'tercera via’, el giro hacia el nacionalismo valenciano en lugar de catalán consolidado con la formación del Bloc en los albores del siglo, y la coalición con Iniciativa y Els Verds para formar Compromís.
Las nuevas generaciones ya no están en aquella batalla, pero la coalición no logra quitarse de encima la pátina catalanista, alimentada por parte de la militancia y por algunos dirigentes que siguen mirando hacia el norte, erre que erre. En los mítines del PP en València ondean las banderas de España y la Comunitat; en los de Ciudadanos, más de España que de la Comunitat; en los de Compromís las banderas son de Compromís, no vaya a ser que cada uno se traiga la suya, se mezclen amb blau i sense blau –ocurre en las manifestaciones nacionalistas– y aparezca hasta la estelada, que así de variada es su militancia.
Ciudadanos basó parte de su campaña electoral en criticar el "catalanismo" de Ribó y sus subvenciones arbitrarias a entidades culturales que defienden sin tapujos la idea de los Països Catalans. María José Català metió en la lista al presidente de Lo Rat Penat, Enrique Esteve –qué inmenso error, lamentan muchos blaveros– que ejercerá de guardián de las esencias frente a una coalición que entiende el valencianismo de otra manera.
La fallera Mónica Oltra llorando en la Ofrenda y la Oltra que celebra el título del Valencia frente al Barça contribuyen a la estrategia de acabar con los recelos. Igual que la senyera del 26M con la que venían a decir "esta (también) es nuestra bandera".