VALÈNCIA. Quedaban dos días para nuestra boda y yo con la mosca detrás de la oreja. En menos de 48 horas Mina y yo contraeríamos matrimonio con la extensa Playa de El Palmar como testigo y presentía que se me olvidaba un detalle. Los dos, junto a nuestras familias, nos habíamos esmerado en que todo estuviera dispuesto. Los invitados ya pululaban por la provincia la provincia de Cádiz y todo estaba dispuesto para el enlace. Por supuesto, la música tendría un papel importante en la fiesta: Gilbertástico y The A-phonics habían viajado desde València para cubrir la ceremonia y el baile respectivamente. Pero faltaba algo. Tenía que sorprenderla.
Pedí ayuda a los hermanos Mirón (indiscutibles aliados sonoros en el sur). La idea era hacer una lista de músicos que tuvieran posibilidades reales de acercarse hasta el término municipal de Véjer, así, casi sin tiempo de reacción, en pleno final de julio. Y lo vimos claro: “coño, Miguel de Maga”. Vive en Sevilla (a poco más de una hora del lugar) y le encanta a Mina. Bueno, nos encanta a los dos. El blanco, El negro, El rojo, A la hora del sol… todos ellos han sido banda sonora de nuestra historia de amor. Sería perfecto. Y entonces hice memoria…
La primera vez que disfrutamos del directo de Maga fue en el año 2006. Fue en el Alginet Multiart, un coqueto y delicioso festival enmarcado en el Teatro Moderno de la localidad de la Ribera que, tras tres honrosas ediciones, no resistió los vaivenes de los políticos de turno. Una pena. Los sevillanos conformaban un estupendo menú junto a Standstill, Tachenko y los valencianos Osip Brik (grupo al que recuerdo con mucho cariño y en el que militaba Jaume Ibáñez, uno de los organizadores del propio festival y hoy agitador cultural de València). Por aquel entonces en formato trío, el caso es que nos dejaron boquiabiertos, ya nos cautivaron. La penetrante voz de Miguel Rivera, su entrega, y la clase del bajista Javi Vega, eran ya impactante marca de la casa. Por aquellos días, pequeñas bases electrónicas lanzadas por el batería David García eran parte importante del enérgico pop que destilaban. “Ahora somos más luminosos y optimistas, a ver si nadie consigue nublarnos”, declaró Miguel ante mi grabadora ese mismo día. Y, contra viento y marea, en esas siguen.
Luego los vimos en algún Contempopránea de Alburquerque, Badajoz. Uno de esos festivales cercanos y con encanto en los que puedes acercarte a charlar con los grupos. Una de las jornadas, intercambiamos pareceres y algo más. Total, que entablamos amistad y prometimos organizarles un bolo en València en cuanto pudiéramos. Eso sucedió en el año 2010, IV Aniversario Vinilo Valencia, Sala Wah Wah. La formación había mutado en cuarteto y el sonido era más crudo, más rock. Quizá algún nubarrón ya se había cruzado en el camino. La tan importante base rítmica de Javi Vega, fiel escudero de garra afilada, permanecía intacta. A la percusión, esta vez, Pablo Cabra. Los tres, por cierto, secundaron en aquella a Sr.Chinarro, como banda de excepción, en muchos de sus bolos. De Antonio Luque hablaremos pronto, otro día.
La última vez que los vimos también fue en esa misma sala hace casi un año. Yo había tenido un problema un problema importante de salud y quedamos en pasar a verlos durante las pruebas de sonido. Nada más vernos salió a nuestro encuentro emocionado. Nos dijo que se lo pasó de maravilla en nuestra boda, que, además, Cádiz era una tierra muy especial para él, pues allí había pasado los veranos de su infancia. Presentaban su último y notable álbum, Salto horizontal. Tras algunos años de titubeos, con parón incluido, han vuelto a alcanzar un gran nivel compositivo en este disco. Aquella noche Miguel nos dedicó a Mina y a mi La Plata, un precioso tema que rememora sus días tiernos en la costa gaditana. Lloramos abrazados en la penumbra de la sala.
Efectivamente. Miguel accedió a ejercer de gran sorpresa en la boda. No le hice salir de la tarta, el plan era el siguiente: se acercaría él solo con el coche, haría su trabajo y retornaría a Sevilla en la misma noche. Puntual, llegó a media tarde al lugar del evento. Yo, con la excusa de tener que organizar la producción musical y demás cosas de última hora, allí lo esperé. Vestía todo de negro en pleno verano, el rock no es estacional. Nos fundimos en un abrazo y le expliqué la movida.
Tenía que ser sorpresa total, así que el pobre estuvo alrededor de una hora, aguardando su momento, en un salón del interior del recinto totalmente solo. Ordené que le entraran bebida y comida, eso sí, pero el artista aguantó estoicamente mis órdenes. Y, de repente, tras el brindis, tal y como habíamos maquinado, apareció cantando Último mar con su flamante Gibson negra. La canción preferida de la que ya en ese momento era mi mujer. Acabaron de cantarla juntos en una estampa que quedará por siempre en nuestra memoria y en Instagram (#BodaMinaQuique). Pelos de punta. Después de unos tragos también me animé yo con la versión de Te debo un baile de Nueva Vulcano. Más tarde se fueron sumando algunos amigos a los coros. Feliz y etílico karaoke con Maga. Cuánta paciencia tuvo.
Una cosa llevó a la otra y nos calentamos. Y Miguel con nosotros. En un momento de exaltación de la amistad y el Jäger, el músico dijo que se quedaba; que ya volvería a casa al día siguiente que se lo estaba pasando de lujo. Gilbertásitco pronto le ofreció espacio en su apartamento. ¡Donde cabe un genio caben dos! Pero tuvo Rivera un segundo de lucidez (y al parecer obligaciones que atender) y puso, a base de agua, pies en polvorosa. Se libró de la resaca, pero no de haber formado parte importante de un día tan especial de nuestras vidas.
El sábado Mina y yo dejaremos a nuestro hijo de un año y cuatro meses con los abuelos y ocuparemos la fila del Teatre El Musical. Maga vuelve a València con toda su potencia lírica dispuestos, de nuevo, a impactarnos… y eso es sagrado. "Vamos a hacer las canciones con un tratamiento especial, para ofrecer al público valenciano una visión diferente de muchos de los temas", me comenta Miguel. Tal vez luego tomemos algo con ellos. Las historias y el amor continúan.