La bailaora flamenca trae 'Una oda al tiempo' a Les Arts. La pieza integra la contemporaneidad en la danza flamenca a través de un proceso cíclico plagado de luces y sombras
VALÈNCIA. Si algo caracteriza al flamenco de María Pagés es el valor que le da a la ética y el compromiso social. Para la bailaora, danza y moral son conceptos complementarios, y ve el flamenco como el reflejo más puro de lo que somos, tanto a nivel social como individual. Explica que la complejidad del flamenco, desconocida para muchos, radica en la manera que tiene de combinar tradición y un evolución que no para.
La artista llevará este fin de semana a Les Arts de València Una oda al tiempo, la pieza de mayor dimensión que el Centro Coreográfico María Pagés de Fuenlabrada ha creado hasta el momento. Sobre el baile flamenco y su falta de reconocimiento institucional, la crisis y la necesidad de lanzar mensajes puros a través de la danza, hablamos con María Pagés.
-Una oda al tiempo presenta un diálogo con la memoria desde el punto de vista de la ética y la moral en la actualidad. ¿Qué mensaje buscáis lanzar con esto?
-En el momento en que se estrenó, en 2018, nuestra intención principal era reflexionar sobre la contemporaneidad. Pensamos que el flamenco es el arte que más y mejor nos representa, y que además es el ejemplo de contemporaneidad en nuestro país más claro que existe. Siempre asociamos el flamenco a lo tradicional, esa idea continúa. En cambio, es de las artes más contemporáneas que hay España, porque entendemos lo contemporáneo como la tradición en movimiento. Al realizar la obra tocamos muchísimas referencias, y una de ellas es, precisamente, que hace dos años no estábamos en un buen momento. En los ciclos de la humanidad hay momentos de luz y progreso y momentos de receso y sombra. En aquella coyuntura había una preocupación general. Y justo luego llegó la pandemia. Lo cual fue una especie de premonición. Pero la obra es cíclica, y habla sobre el estado circular de la vida, los ciclos de la naturaleza, los ciclos humanos, el nacimiento, la juventud, la fuerza..., para luego entrar en la decadencia, porque llegará. La vida es vida y muerte, luz y sombra.
-Tratáis conceptos complejos como la felicidad, las utopías, los terrorismos, los extremismos, la desigualdad, el retroceso de la democracia... ¿Cuál es la conclusión que extraéis de todos estos diálogos?
-No existe una sola conclusión, pero podríamos decir que la vida es un ciclo redondo, con altos y bajos. Y siempre queda esa idea de la luz al final del túnel, que forma parte de la experiencia humana para la propia supervivencia. Hemos entrado en el análisis de las circunstancias actuales, de una democracia cansada, todo esto ya lo anunciaba la obra cuando se estrenó. Ahora cobra mucho más sentido. Todos, de una manera u otra, pensábamos que algo iba a pasar, porque las cosas no iban bien. Quizás lo que provoque la pandemia sea incluso más preocupante que la pandemia en sí.
-La estructura de la obra es circular, volviendo al final al reclamo de una naturaleza que resurge. En este sentido, hay pie a la esperanza en Una oda al tiempo?
-Eso es precisamente lo que aprendemos de la naturaleza: que es un círculo en el que siempre se resurge, se rebrota. Hay un sentido de la piedad, de la compasión y de la esperanza, que nos hace volver a empezar otra vez. Es un aprendizaje de la pura naturaleza.
-La manera de tratar el flamenco junto con la temática de la obra son de un aire tétrico que genera una gran ansiedad en algunos momentos. ¿Qué habéis buscado mostrar con esto?
-La obra tiene dos partes. Una que correspondería al amanecer, la primavera, la juventud..., pero no podemos esconder que la vida no es solo eso. Hay luces y sombras en cada ser humano. Desde que naces todo es un continuo crecimiento hasta que entras en la decadencia. El hacerse mayor no está bien valorado ahora, cuando en realidad es cuando ostentas el grado de sabiduría más elevado. Lo único que consigue la experiencia es vivir la vida, que el tiempo y la razón te den la experiencia. Hay momentos muy fuertes en la obra, parece que hay una dictadura de la que no te puedes escapar, la dictadura del tiempo. Cuando te marca y no lo puedes parar, tienes que acompañarle. El tiempo te da cosas maravillosas para vivirlas, pero también una atadura. No lo puedes agarrar, ni aprehender, ¡porque se te escapa! Es un espectáculo que intenta mostrar lo que para nosotros es la vida y el tiempo.
-Por otro lado, el Centro Coreográfico de Fuenlabrada que lleva tu nombre busca fomentar el flamenco y el patrimonio coreográfico. ¿Qué vías de actuación seguís para alcanzar este cometido?
-El Centro es un proyecto que vio la luz hace dos años. Precisamente, lo que reivindica aparte de la posibilidad de que podamos establecer lazos de colaboración con instituciones, como el ayuntamiento de Fuenlabrada; es reivindicar la danza, visibilizarla, dignificarla e intentar darle el reconocimiento que realmente debería tener en nuestro país. La danza es un arte que aglutina. Es una profesión de profesiones, una creación de creadores. El trabajo coreográfico es muy complejo, y desde el centro lo reivindicamos. Queremos que cuando vean el cuerpo del baile, entiendan que hay mucho detrás. Se valorará más y la emoción puede ser mucho mayor si se comprende la profundidad del trabajo. Una oda al tiempo es resultado de todo eso.
-Si ya partíamos de una situación de precariedad en la danza, ¿cómo os afecta la situación actual?
-Desde el Centro, el objetivo es el compromiso con la danza para dignificarla y ponerla en valor, intentar que tenga reconocimiento. Con la pandemia hemos visto la precariedad en mayúsculas en nuestro sector. Siempre hemos sabido que la danza es una de las artes más dejadas y menos reconocidas, siendo al mismo tiempo, probablemente, la más ancestral del ser humano. Pero por las razones sociológicas, políticas, económicas, todas juntas, no hemos conseguido su reconocimiento. Si hablamos de la danza flamenca, esto incluso de agrava. Y si hablamos de la pandemia, se agrava aún más. Aun sabiendo que somos grandes profesionales de la crisis, porque siempre hemos vivido en una crisis continua y sabemos gestionarla. Lo que no es justo es que no haya un ordenamiento, un sistema que reconozca la danza y que a sus trabajadores no se les reconozca como ciudadanos. Porque llega una pandemia y la gran mayoría quedamos desprotegidos. Esto es injusto y tenemos que sacar de esta crisis, ya no grandes ideas, pero sí soluciones. Hay que ponerse a trabajar. Es una de las cosas que impulsamos aquí, con encuentros coreográficos, espacios de reflexión con gente que aporte a nivel filosófico, institucional..., para buscar soluciones y que el profesional de la danza sea un reconocido justamente.
-En la pieza estás acompañada por cuatro bailaoras, cuatro bailaores y siete músicos, ¿cómo ha sido el proceso?
-Llevamos muchos años en esto. La experiencia es muy importante para que todas las piezas tengan un buen engranaje. Tenemos un equipo magnífico que se entusiasma y se ilusiona con nosotros. Puedo decir que es un proceso hermoso. En todos lo procesos creativos hay momentos de luz cuando todo encaja, y momentos de dificultad. Pero siempre hay una salida.
-¿Se está perdiendo ya esa idea mairenista de que el flamenco, además de ser una danza hermética, es exclusiva a la comunidad gitana?
-Son ideas que están ahí, ni se pierden ni se ganan. Son opiniones que forman parte de una corriente más centrada en el cante que en el baile. Opiniones que, como en todas las artes, generan un debate necesario para avanzar. Y sobre el flamenco yo te puedo decir otras opiniones, y también certezas. Una certeza es que el flamenco está en los escenarios con reconocimiento internacional desde hace más de un siglo. Esto quiere decir que es un arte universal, que además es un ejemplo muy claro de lo que puede dar como resultado compartir y acoger. El flamenco es el resultado de la convivencia de muchas culturas y formas de vivir. Es un continuo compartir, es ir avanzando, evolucionando, transformándose, tiene una gran capacidad hospitalaria, se conecta con algo que puede ser afín a él y lo acoge, lo asume y lo transforma.
La danza ahora está en un momento muy importante, de gran evolución. Ahora el flamenco entra en los canales de danza contemporánea, pero también en lo contrario. Estamos en una amplitud que no se puede encorsetar. El flamenco es mucho, es de una gran complejidad y riqueza. No podemos hablar de una sola opinión. Esa está ahí y está bien que esté. Porque una de las cosas interesantes del flamenco también es la convivencia de la tradición con la evolución. Eso es muy importante. No existe flamenco sin entender su carácter tradicional, como tampoco lo existe sin entender algo que está en su genética: la continua transformación como arte que representa la época que vive. Imagina la amplitud del flamenco.
-Tu flamenco siempre lleva integrado un mensaje. ¿Hasta que punto piensas que esa cultura del dialogo crítico y a la vez empático es importante en el flamenco?
-Es un arte que refleja el momento que vive. Las artes, como parte de nuestra cultura, son el espejo en el que cualquier sociedad se puede mirar y reconocer. El flamenco es el reflejo de lo que somos. Representa una sociedad muy mezclada, con muchas culturas que han formado parte de nosotros: la judía, la árabe, la cristiana... todo eso está en nosotros. Es interesante conocer el flamenco para conocernos nosotros, conocer su evolución para conocer nuestra propia evolución. Esconder o no reconocer esto, sería sospechoso. Hay gente que se resiste, pero no debería (ríe). A veces nuestra memoria es muy corta, con frecuencia. Por eso ahora son momentos de reivindicar la memoria, porque nos quedamos cortos siempre, y conocer nuestra historia nos ayuda a saber lo que nos pasa, porque esto que estamos viviendo ahora ya lo hemos pasado. Tenemos que aprender a ver esto para asumir el ahora. Por eso, el flamenco es nuestra historia. Está en todo lo que hemos vivido. Ha estado presente más o menos en todo nuestro territorio. Conozcámoslo.
-¿Tienes en mente nuevos proyectos?
-Estamos reivindicando a los creadores que están detrás de cada espectáculo. Iluminadores, por ejemplo. Hemos hecho ya dos encuentros con ellos y ellas. Ahora estamos preparando uno sobre sonido. La música también debe ponerse en valor.
Y aparte de el trabajo creativo, hay un trabajo en el que estamos volcados sobre la investigación y la formación. Hemos hecho un master con la Carlos III sobre artes del espectáculo y flamenco contemporáneo. Para que el flamenco esté en la universidad hay que trabajar mucho (ríe). Son acciones que van sumando a todo lo que creemos necesario para apoyar la danza y que esta tenga el reconocimiento social e institucional que hace falta.
Y por otro lado, con las coreógrafas este año hacemos el Segundo Encuentro Internacional de Coreografía de Fuenlabrada, muy centrado en el trabajo de la mujer coreógrafa, pues ahora el flamenco tiene grandes creadoras. Creo que incluso tiene más protagonismo que en otras danzas como la contemporánea, donde el papel masculino es predominante. Estamos haciendo estos encuentros para debatir y crear comunidad. Las dificultades para todos nosotros son las mismas, hay que impulsar ideas y soluciones para sensibilizar a una sociedad que entienda la danza como propia. Las instituciones deben entender que la danza es parte de nuestra cultura. Debe provocarse la voluntad política necesaria para que apoyen iniciativas y protejan a la danza por encima de cualquier avatar político y circunstancial. Como en Francia, por ejemplo. El presidente debe ser el primer representante de la Cultura. Para llegar a eso debemos empujar mucho más. Necesitamos un pacto de Estado, la responsabilidad cultural está muy fragmentada en ayuntamientos, distritos, autonomías... Hay que unirse y crear un pacto común, ¡porque la cultura es común! Nos pertenece a todos, crea identidad. ¿Por qué no hacerla juntos? Es la única manera de salvaguardarla de cualquier circunstancia política o económica.