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crítica de cine

'Madre oscura': Brujas ancestrales durante la pandemia

17/07/2020 - 

VALÈNCIA. Se ha convertido en uno de los pocos fenómenos rentables durante esta cuarentena gracias a su estreno en los autocines de Estados Unidos cuando las salas de exhibición permanecían cerradas. Esta película de terror independiente ha conseguido, gracias a esa brecha, ser líder de taquilla durante seis semanas consecutivas, algo que hasta el momento solo habían conseguido blockbusters como Titanic o Avatar en el mundo pre-pandemia 

En medio del caos del coronavirus consiguió un millón de dólares de recaudación, una cifra que podía ser insignificante en tiempos de bonanza y que ahora resulta casi un consuelo en medio de un panorama marcado por la caída en picado de la venta de entradas.  

Ahora Madre oscura se estrena en España de la mano de Selectavisión con la esperanza de revitalizar un verano que por el momento no ofrece demasiadas perspectivas. Está dirigida por los hermanos Pierce, Brett y Drew, con muy poco dinero, mucha eficacia y un tono retro que evoca el sabor de los ochenta. Tienen sentido estas querencias sobre todo si tenemos en cuenta que, su padre, Bart Pierce, comenzó haciendo los míticos efectos especiales de Posesión infernal, de Sam Raimi, demostrando que la inventiva no estaba reñida con el presupuesto.  

'Madre oscura'

La pareja de directores ha confesado que quería aportar una nueva interpretación alrededor de las leyendas de las brujas que se alimentaban de los niños para mantenerse vivas. Para ello se inventaron una nueva mitología basada en el folclore, en las leyendas rurales de distintas culturas, y terminaron concibiendo a un ser ancestral y maligno que nace de la tierra, de las raíces y la roca y que espera hasta encontrar a una presa tras marcar su territorio con su marca identificativa. Su modus operandi no resulta nada fácil e incluye introducirse (literalmente) en el cuerpo de una madre de familia, devorar a sus hijos y borrar la memoria de los cónyuges para que olviden su pasado y su presente.  

Si el cuento de Hansel y Gretel ya era perverso, Madre oscura nos ofrece una visión macabra de la maternidad en la que la infancia se encuentra totalmente desprotegida al eliminar el instinto de protección por el de muerte y destrucción.  

El protagonista es Ben (John- Paul Howard), un adolescente problemático que, después de haber tenido problemas con las drogas, se traslada a vivir con su padre para pasar el verano y olvidar sus andanzas delictivas. Allí comenzará a trabajar con él en el puerto, conocerá a Mallory (Piper Curda) y se obsesionará con sus nuevos vecinos, una joven pareja con un bebé y un niño, Dillon, que parece tan normal como cualquier familia americana que recoge ciervos en la carretera para destriparlos. Los vigilará por las noches siguiendo sus movimientos (inevitable no pensar en una reminiscencia hitchcockiana), hasta que descubra comportamientos extraños en la madre, que la transformarán en violenta, intimidatoria e imprevisible. Además, algo oculta en el sótano.  

Los directores se esfuerzan por crear una atmósfera, por ir modulando la tensión y no apoyarse en los golpes de efecto y el susto fácil. A lo largo de la película apuestan por la importancia del punto de vista para evidenciar la importancia de lo que se muestra o se oculta. Y también de la información que se ofrece al espectador, de lo que se dice y de lo que no. En ese sentido su narración resulta mucho más clásica y minimalista que la que ofrece la mayoría de las películas de terror contemporáneo (más complicadas, más metafóricas y también más pretenciosas) y además está llena de detalles, de símbolos que van generando un universo propio.  

Los hermanos Pierce saben sacar partido a los pocos elementos que tienen a su alcance. La banda de sonido, la fotografía y el juego de sombras constante que plantea, unos efectos especiales tan sencillos como efectivos y algunas imágenes realmente perturbadoras (esa sombra de ojos brillantes que acecha a un bebé en su cuna). En definitiva, saben cómo bascular la peripecia adolescente con el terror más puro y no necesitan caer en el estereotipo de la estética vintage para componer un relato que bebe de Carpenter y la serie B y que nos acerca al espíritu desprejuiciado que latía en películas de la época, como Noche de miedo (1985) o Jóvenes ocultos (1987), en este caso pasado por el filtro del folk horror y convirtiendo la infancia en pesadilla. 

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