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Los tebeos de Peñarroya; censurado en el franquismo por no mostrar "felicidad"

Tras la guerra, en la que luchó en el bando republicano, el castellonense José Peñarroya se puso a trabajar en una empresa de licores como contable hasta que le reclutó la editorial Bruguera. Allí, en los años de esplendor del tebeo infantil, creó numerosos personajes que solían estar marcados por la mala suerte y acabar molidos a palos. En el caso de Don Pío, con su visión de la familia de clase media, un hombre que recibía palizas de su mujer, hizo intervenir a la censura franquista que no podía aceptar que un matrimonio no fuese "feliz".

6/07/2020 - 

VALÈNCIA. Excombatiente republicano en la Guerra Civil, no tan comprometido como Escobar, que llegó a dibujar viñetas antifascistas durante el conflicto, José Peñarroya fue uno de los artistas más importantes del siglo pasado. Era uno de los famosos cinco dibujantes que, junto a Guillermo Cifré, Carlos Conti, Josep Escobar y Eugenio Giner, se rebeló contra la editorial Bruguera y los contratos leoninos que les imponía y crearon su propia revista, Tío Vivo. Una historia que a la que hacía referencia Paco Roca en El invierno del dibujante.

Buena parte de la obra de Bruguera destinada a los niños hoy sería impublicable si se la pusiera bajo el foco de la moralidad dominante. En no pocas ocasiones, las historietas son extremadamente crueles y violentas, así como la suerte de los personajes y su destino. Tanto fue así, que los censores franquistas se vieron obligados a intervenir en alguna ocasión en la que consideraron que los extremos a los que llegaban las viñetas manchaban el buen nombre de la familia como institución, uno de los pilares del nacionalcatolicismo. Incluso después, desde ópticas diferentes, se ha juzgado negativamente la violencia de aquellos tebeos. Como muestra, este extracto del libro El relato de la transición: la transición como relato, obra coordinada por JL Carrilla Calvo para la editorial Prensa de la Universidad de Zaragoza en 2014.

"La violencia es una tónica constante en las historietas de Bruguera. Por mucho que las onomatopeyas sean unas inocentes "pim, paf, cloc" y los personajes aparezcan restablecidos en la siguiente aventura, muchas de ellas acaban con la gente dándose puñetazos o garrotazos, persiguiéndose con armas o en la cama vendados como momias. Enzarzarse a golpes e insultos era la manera de terminar una discusión en la que nadie se ponía de acuerdo o de resolver un malentendido, muchas veces en defensa galante de una dama. Su ejecución tipo slapstick orientada al humor no quita las narices chafadas, chichones, ojos morados con los que acababan muchos personajes, en especial Don Pío (José Peñarroya) al que incluso su esposa propinaba tremendas palizas. Tanto que la censura consideró excesiva la violencia que se aplicaba sobre el personaje".

Cuando hoy uno saca del baúl tebeos de Gordito Relleno, otro de sus personajes, la verdad es que la obra tiene un aspecto bastante punk. No hay más que ver el especial de la serie Magos del Lápiz de 1950 que tenía una foto de Peñarroya en una esquina sonriendo con un puro en la boca. Había irreverencia. Su personaje, de hecho, se inició con un perfil extremo. En las primeras historietas aquí recopiladas, podía ser despreciable, un timador, ultra del fútbol amante del juego duro ("¡Vaya partidazo! ¡Nada menos que el Pedrusco FC contra el Atlético Brutote! ¡Será de miedo, pánico y zapateta!...", dice en una historieta), moroso... pero luego pasaba a ser alguien ingenuo y bonachón, línea que marcó la mayor parte de su trayectoria. En palabras de su creador, recogidas en Lo mejor de Gordito Relleno, "es un tipo buenazo, aunque tontorrón sin remedio". 

Lo que sí era un denominador común eran los desenlaces. Gordito solía acabar mal, o perseguido por alguien que quería darle una paliza, recibiéndola directamente o enviado a prisión. Nada original a tenor del resto de los personajes de esa editorial, pero sí algo que se ha prestado a crítica por su violencia. Sin embargo, nada de lo que aparecía en estas viñetas no se podía encontrar en el cine mudo, gran antecesor del cómic, donde en muchas películas, particularmente las comedias, la violencia aparecía como algo natural, bufonesco y desprovista de sus efectos reales.

Había mazazos en la cabeza, peleas eternas y disparatadas y los personajes, como los de Bruguera. Lo mismo que luego se vio en los tebeos estadounidenses. Todo esto para el público infantil era un desmadre porque, lógicamente, el niño sabía pactar con la ficción y se partía de risa. Si un crío hubiera llevado a la práctica lo que veía en un tebeo, habría acabado en un psiquiátrico. Los efectos a largo plazo sobre su psique y su educación, ya son otro cantar en el que se afanan pedagogos, sociólogos y demás.

Un cuarto de siglo después de la muerte del autor, el legado de Gordito Relleno es un dibujo extraordinario, que se fue estilizando con los años hasta llegar a ser icónico, Rafael Azcona lo ponía como mote de Paco, uno de los personajes de su relato El pisito y llegaron a hacerse muñecos, insignias y figuritas de plástico. No obstante, sus historietas eran extremadamente repetitivas y abusaban siempre de las mismas paradojas y equívocos.

El caso de Don Pío fue más significativo. Como se explica en Estudios culturales de los medios de comunicación, de María Pilar Rodríguez Pérez (Universidad de Deusto, 2009) la situación de los tebeos cambió en los años 50 y 60.

"La protección de la infancia fue también el principio que justificó las acciones censoras específicas para la historieta del franquismo, que se escalonaron en fases sucesivas, desde la creación de la Junta Asesora de la Prensa Infantil en 1952, pasando por un decreto de junio de 1955 que clasificó y reguló las publicaciones infantiles y estableció límites de índole moral y, muy específicamente, prohibió el humor crítico contra las figuras de respeto, desde los padres hasta las autoridades políticas, forzando contenidos más inocuos en las revistas de humor. Pero fue a partir de 1963 cuando la censura se aplicó con rigor, eliminando en particular la representación de la violencia, lo que conllevó la decadencia del tebeo de aventuras  dio lugar a dibujos retocados tan ridículos como los que presentaron batallas en las que ningún contendiente portaba armas". 

El Don Pío de los años hardcore salta a la vista en la actualidad porque toca un tabú, la violencia de género, que repite en un sentido inverso al que es más frecuente. La mujer es la que le da palizas al marido tras haberse producido algún equívoco, como siempre. Las vecinas tienen a ese hombre por "calvo" y "mequetrefe" y, al final, por a o por b siempre acaba cobrando. Con el tiempo, y bajo el nuevo marco legal, fue despareciendo la violencia entre ambos y apareció un niño que mediaba en los malentendidos, aunque el protagonista generalmente corriese la misma suerte.

Los clichés de los matrimonios de la época venían marcados por el ansia de aumentar el estatus, generalmente motivado por ella, Benita, y los problemas en el trabajo de él. Un retrato que tenía cierta crueldad y ternura al mismo tiempo cuando mostraba a un hombre apocado, con un carácter débil que tenía una vida monótona y rutinaria como oficinista. De alguna manera, era eso lo que había esculpido el régimen. Trabajos estables, pero matrimonios sin divorcio, con todo lo que eso supone, y una vida, en general, con las libertades restringidas. De hecho, si algo reflejaron estas viñetas con el paso de los años fue el aumento de poder adquisitivo de los protagonistas. Sus vacaciones, su Seat 600, los abrigos, los electrodomésticos...

De esta manera, Peñarroya en su obra retrató, posiblemente sin ser del todo consciente, las dos caras del régimen cuando en la revista Tele-chico, suplemento de historietas de Tele-Radio, la publicación oficial de información televisiva, hizo la portada del número especial dedicado a la campaña propagandística franquista "XXV Años de Paz". Como se recoge en los trabajos del seminario Cambios culturales en las dictaduras de los años sesenta. Intelectuales y cultura de masas de la Universitat de Barcelona:

"Bajo un sol antropomórfico con un rostro sonriente, un grupo de muchachos salían alegres de un moderno centro escolar con ecos arquitectónicos de estilo Bauhaus. Más allá se divisaba un ordenado campamento de la Organización Juvenil Española, presidido por un alto mástil donde ondeaba la enseña nacional. Y rodeándolo, se desplegaban otros leitmotiv con grafía infantil, casi naif: una carretera atestada de automóviles, una localidad costera donde convivían la playa con el trazado urbano contemporáneo y un castillo de perfil tradicional; algo más lejos, una planta industrial y, en el centro de la ilustración, un feliz agricultor que trabajaba a lomos de su tractor" (José Carlos Rueda Laffond)

 Un cuadro al que le faltaba para completarse la vida cargada de frustraciones vitales que se reflejaban en sus viñetas sobre la clase media.

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