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el muro / OPINIÓN

Los sueños también se acaban

Nos vamos a quedar sin un teatro. Aquel que nació con el nombre de Teatro de los Sueños. La sala Escalante va a echar el cierre. Todos perdemos. Durante lustros nadie se preocupó en solucionar sus carencias. Estaban por la mordida, por ofrecernos pesadillas y no sueños.

24/09/2017 - 

Cuando un teatro cierra sus puertas algo muere en la sociedad que lo alberga. Eso es lo que va a suceder con la desaparición del Escalante como espacio dedicado al teatro infantil y familiar si nadie lo remedia. Y es que van a saltar por la borda casi tres décadas de reciente historia de un espacio centenario por el que durante todos esos años han pasado muchas generaciones de futuros o actuales amantes del teatro o simples aficionados, que ya es mucho, además de innumerables elencos artísticos.

Por lo visto, la Diputación de Valencia, quien tenía arrendado el escenario de la calle Landerer al Patronato de la Juventud Obrera, ha decidido no renovar a finales de año el contrato de alquiler debido al elevado coste de las obras de rehabilitación de su estructura, lo que marcará definitivamente su futuro o le dará la puntilla.

El último informe redactado por los técnicos de la corporación provincial determina que los daños estructurales son muy graves y afectan no sólo a su estructura interna sino también a las cubiertas, pilares y vigas de este espacio que durante un siglo ha sido un referente de la escena valenciana. El peligro de derrumbe parece ser preocupante y no están los tiempos para correr riesgos, de ahí su cierre. Al margen de la gravedad de la situación del inmueble y la imposibilidad/rechazo de la Diputación de afrontar unos gastos millonarios en un teatro que no es de su propiedad, lo realmente triste es que Valencia va a perder un nuevo espacio escénico y sobre todo una bombonera repleta de recuerdos, sueños y muchas horas de ensayos y trabajo escénico.

València fue durante el siglo XX una de las grandes capitales de las bambalinas, el teatro, las variedades, la zarzuela, el espectáculo en sí. Contó con una importante red de teatros privados que dieron vida a la ciudad en épocas en las que existían muy pocas alternativas de ocio. Valencia fue una ciudad de gran afición teatral que aportó inmensos actores, actrices, directores, escenógrafos, dramaturgos…los mismos que con la llegada de otras opciones de entretenimiento y el cine tuvieron que comenzar a emigrar a otras ciudades y vieron como esos mismos teatros se reconvertían en salas de exhibición cinematográfica. Hoy albergan todo tipo de negocio. Uno de esos teatros centenarios, al margen del Principal, el Olympia o el Talía, es la sala Escalante.

Fue a finales de los ochenta cuando un grupo de amantes de las bambalinas y la decidida apuesta de la Diputación de Valencia consiguieron dar un nuevo paso, un avance pionero en el Estado español: convertir aquel espacio que en los últimos años había acogido hasta matinales de rock en un nuevo vivero de espectadores, un espacio donde los más jóvenes comenzaran a ser seducidos por la musa Talía. Así nació el entonces denominado Teatro de los Sueños. No era un teatro sin más sino también un centro de producción propia que ofrecía a los jóvenes estudiantes y al público familiar espectáculos de gran calidad escénica envueltos en valiosos y sugerentes programas de pedagogía.

Quienes vivimos y participamos de su nacimiento fuimos testigos de cómo fue posible que una quimera se convirtiera en realidad. Por él y hasta su cierre han pasado millones de espectadores. Ha sido testigo de miles de representaciones. Su singularidad no sólo hacía único aquel proyecto en el que muchos no confiaron inicialmente sino que también fue motor de arranque para que otras autonomías persiguieran su estela.

Bien es cierto que el espectáculo continuará. De hecho, desde su cierre temporal sus representaciones han pasado por el Muvím, El Musical y en un futuro, aunque temporalmente, lo hará en la sala Martin i Soler del Palau de les Arts, a la que al menos se le dará utilidad diaria. Pero ya no será lo mismo. El ambiente no tendrá nada que ver, ni los más pequeños se sorprenderán como hasta ahora lo hacían al entrar en esa pequeña pero coqueta bombonera con sus palcos, su mágico telón y su decoración decimonónica y recargada estética que devolvía mentalmente a sus fantásticos orígenes y a su intrahistoria. Ese mismo espacio en el que durante un par de horas los sueños se hacían realidad entre focos y atrezos imposibles de imaginar y llevaban a teletransportarse a otra época, a otra realidad nacida de la fantasía.

Creo que todos hemos acompañado en algún momento a nuestros hijos a uno de sus espectáculos cuando no lo han hecho animados por sus respectivos maestros. Pero además, la Escalante ha sido escuela de teatro, museo y sobre todo un laboratorio pedagógico que formará parte de la memoria colectiva de varias generaciones. Su cierre o su abandono es algo muy triste. Perdemos todos.

Pero más allá de ese mar de melancolía que envuelve y envolverá  a profesionales y aficionados, lo triste es comprobar cómo ese deterioro no fue frenado a las primeras de cambio a base de pequeñas inversiones que hoy permitirían su supervivencia al margen de inmensas inversiones urgentes, las mismas que se han gastado en proyectos superfluos y otras vanidades políticas. ¿No había nadie vigilando durante todo esos años pasados? Y no me refiero a los actuales gestores de la Diputación de Valencia.

Más bien creo que nos les interesaba el teatro, ni las nuevas generaciones de espectadores, ni mantener vivos los sueños.

Durante todos estos lustros lo que soñaban era con las mordidas, como así se ha visto en este espectáculo de esperpento, ambición y codicia que un día nos despertó a la cruda realidad, como si saliéramos de una angustiosa pesadilla, de un cuento de terror.

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