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Los esquemas de David Byrne

18/04/2021 - 

VALÈNCIA. El otro día me dio por pensar en cómo será enamorarse en época de pandemias y restricciones. Debe ser algo parecido a estar en una novela antigua, llena de infortunios e imposibles. Enamorarse de alguien en estos tiempos, imagino, es casi el equivalente a no saber muy bien qué hacer nunca. Somos humanos, que es una manera muy suave de decir que somos un puto desastre. Pero aun reconociéndolo, el problema sigue sobre la mesa. El primer pecado puede acogerse a atenuantes como una ceguera temporal, un ataque incontrolable del instinto más básico, una victoria aplastante del no puedo más sobre el aguanta, aguanta de la razón. En cambio, pecar por segunda vez ya implica nocturnidad y alevosía. No es lo mismo llegar enamorado y emparejado a una pandemia que sucumbir a la pasión entre ola y ola. Enamorarse ahora mismo es como empeñarse en ser como Calixto y Melibea, o Calixto y Melibeo, o Melibea y Calixta, justo cuando ya creíamos que los amores imposibles ya no podían ser más que ficción de algún tipo. Le doy vueltas a esto porque desde hace semanas hay obras en el piso de abajo. Es como si tuviese un concierto de Einstürzende Neubauten de los de su primera época. El irritante sonido de la radial, los taladros amenazadores (ya he visto la punta de uno emerger por el suelo de mi cocina), los insistentes martillazos. Soy un masoquista de espectro amplio y para escapar al caos que bulle bajo mis pies, pienso en otro tipo de asuntos que agobien aún más que una cuadrilla de inagotables albañiles armados hasta los dientes. Por ejemplo, enamorarse en una época en la que la correspondencia física entre extraños es, como mínimo, muy poco recomendable. No me diréis que esto no es el colmo de lo romántico. 

Pensar significa inevitablemente crear conexiones. David Byrne habla de esto en un viejo libro -salió en 2005- que se publica ahora en castellano. En Arboretum, Byrne establece una serie de juegos que buscan ejercer la lógica a través de lo irracional. Para ello plantea una serie de diagramas cuyas raíces nacen a partir de diversos conceptos cuyas consecuencias se convierten en ramas. Es una especie de escritura automática planteada como un juego que lleva al autor a reflexionar sobre prácticamente cualquier tema que se le ocurra. A través de esos diagramas vamos descubriendo facetas del mundo que desconocíamos o de las cuales nunca nos habíamos percatado, aunque estuviesen ahí, delante de nuestras narices. Arboretum funciona como la ciencia, más que ayudarnos a saber más, nos ayuda a calibrar cuánto es lo que no sabemos. “La tarea de la ciencia es cartografiar nuestra ignorancia”, sostiene Byrne.

Uno nunca sabe nada acerca del amor, y menos aún de los efectos secundarios de tener obras debajo de casa. Con semejante recital de golpes bajo mis pies, escuchar música se hace indispensable. Menos mal que un mensajero llama al timbre -ya lo echábamos de menos, ¿cierto? -. Me coloco la mascarilla mientras él sube en ascensor y minutos después destapo un envío de discos. Me sorprende que poder palpar la música que escucho se haya convertido en algo fundamental, hace unos años ni se me hubiese ocurrido pensar en ello. Entre los recién llegados, Nick Waterhouse. Un romántico de nueva hornada que se las da de antiguo. Los revivals y ejercicios de nostalgia me dan absolutamente igual, pero los tipos como Waterhouse no, esos me arrancan hurras y olés. Waterhouse es un poco como Chris Isaak en su primer disco, aunque él está más cercano al soul, y como él, rezuma estilo. Hacer de lo antiguo algo atemporal ahora mismo no es moco de pavo. Este hombre que podría pasar por ser un personaje de una novela de Richard Yates o de un relato de John Cheever, consigue tal milagro. Waterhouse podría reinar en un garito tristemente iluminado y dejarse querer por la cámara de David Lynch. Promenade blue es un disco para enamorar y para enamorarse de él. Cuando termino de escucharlo ya no soy capaz de decir si abajo siguen golpeando o no.

En uno de sus diagramas, Byrne dice que, como el cuerpo humano ya es material moldeable, puede ser considerado también material para las artes plásticas. Algún día no muy lejano -cuando pase el virus-, puede que los cirujanos plásticos se inspiren en pintores, clásicos o contemporáneos para remodelar a su clientela. En otra parte del libro, Byrne apunta que las hormigas se convierten en obreras, reinas o soldados debido al tipo de alimentos que ingieren siendo larvas. ¿Se podría extrapolar esta premisa al ser humano?, se pregunta. ¿Podría haber una dieta que nos convirtiera en ladrones de bancos, líderes mundiales o atletas sexuales? ¿Qué comerán los albañiles de debajo de mi casa que no se cansan de dar golpes?, me cuestiono yo. El hecho de que siendo niño mi madre me diera Leche Cervera, ¿me habrá predispuesto a escribir textos como este? ¿Tendría más soltura para pronunciar el francés de haber comido menos paella? ¿Pueden los sándwiches mixtos crear una capa protectora que evite que una persona se enamore cuando no toca?

Los golpes de abajo me recuerdan tanto a Einstürzende Neubauten, que al final me pongo a escuchar a Einstürzende Neubauten como un loco. Hay que aprovechar que no es el Día Mundial de Einstürzende Neubauten, y que ninguno de sus álbumes va a cumplir años en breve. Tampoco se ha muerto el que toca la percusión, así que es un día tan bueno como casi cualquier otro para volver a ellos. Como me estoy haciendo viejo, cada vez me gustan más las canciones más tranquilas y melódicas, sin renegar nunca de su parte más salvaje. Digamos que disfruto más de esa dicción mefistofélica que tiene Blixa Bargeld, que en los tiempos medios se despliega de una manera mucho más perversa. Uno de los diagramas arbóreos de Byrne se llama El dilema de Blake y cuestiona aquello de que es necesario seguir los caminos del exceso para alcanzar el conocimiento pleno. ¿Hay que estar obsesionado con el dinero o el sexo para alcanzar la iluminación?, vuelve a preguntarse el puñetero de Byrne. Pensar en estas cosas a la vez que tienes la sensación de que lo que hay bajo tus pies está siendo demolido debe ser muy parecido a enamorarse en el momento más inoportuno. Aunque estoy casi convencido de que hay tan pocos momentos oportunos para enamorarse como para hacer reformas en casa.

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