La pregunta es, sin duda, retórica pero sólo en el terreno geográfico. En muchos otros, buena de los ciudadanos siguen viendo a Europa como una entidad distinta y distante.
La Real Academia Española de la Lengua define lapsus como “falta o equivocación cometida por descuido”. No es necesario ser experto en psicología para intuir que, detrás de una definición tan benévola, hay muchas otras facetas relevantes para entender las convicciones individuales o colectivas. La reiteración del uso, tanto en la conversación como en la escritura, de la expresión España y Europa, unidas por una conjunción copulativa, es una de ellas.
Más de tres décadas después de la plena integración de España en lo que hoy es la UE no es infrecuente seguir escuchando, o leyendo, la expresión “cuando España entró en Europa” para referirse a ella. Como no lo es encontrase con exportar a Europa en lugar de exportar al resto de Europa o, en general, referirse a Europa y España presentando a ambas como elementos homogéneos pero diferentes. Un lapsus, si es que es un lapsus, imposible de encontrar en Francia, Alemania u otros países del continente (no así en Reino Unido) donde se usa la preposición en.
Sobran ejemplos para mostrar la debilidad en España del sentimiento de formar parte de los destinos europeos, por más que geográficamente la pertenencia sea incontrovertible. Pero resulta ilustrativo que incluso la boutade atribuida, al parecer por error, a Alejandro Dumas de que “Europa empieza en los Pirineos”, ha sido justificada por algunos historiadores argumentando una supuesta especificidad cultural del ámbito peninsular, no asimilable a las presentes en los países más avanzados del continente.
Dentro de este contexto, no es casualidad que España sea el país miembro de la UE que ha pagado un mayor importe en multas por el incumplimiento de la normativa común. Además, a comienzos de 2017 20 Directivas, de obligado cumplimiento para los Estados miembros, seguían pendientes de traslado a la legislación española. Son pruebas, entre muchas más, de que la pertenencia al proyecto europeo sigue siendo igualmente considerada a modo de ley del embudo: ancha para recibir ayudas, fondos estructurales por ejemplo, y estrecha para aplicar -¡y más todavía hacer cumplir!- las normas que rigen en sus miembros más avanzados.
Siendo grave, lo peor es que no es solo cuestión de laxitud normativa. En la Comunidad Valenciana la reciente ofensiva contra la tasa turística es una muestra descollante de ello. Los términos de la controversia son en sí mismos una constatación. Se trata de demostrar quién manda aquí. Algo perenne porque Perpiña Grau ya comentaba hace muchos años, que su mayor sorpresa al llegar a València de la mano de Ignacio Villalonga –hace de eso casi un siglo- era haberse encontrado con pocos empresarios y muchos amos de empresas; esos siempre dispuestos a dejar claro quién establece qué y qué no se puede hacer.
El éxito de la ofensiva contra la tasa es un excelente ejemplo de tantos como hay en España en donde argumentos y razones son irrelevantes. Se trata de una cuestión de poder. No cabe explicar de otra manera las veinte razones del manifiesto impulsado por HOSBEC para oponerse a ella. Se habla en él de fiscalidad asfixiante ¡en un sector que frente a la cultura o tantos otros productos de primera necesidad soporta un IVA del 10%! y lo que es más relevante para estas líneas, de que la realidad valenciana, aunque sea la turística, no tiene nada que ver con la mayoritaria en Europa (razón nº5). Una argumentación aceptada por el PSPV de Ximo Puig y el Compromís de Mónica Oltra con el peregrino argumento tantas veces explicitado por Francesc Colomer de que la tasa no se establecerá “sin el acuerdo del sector” asimilado, de manera sorprendente en un gobernante progresista, a sus patronales.
Porque cuando los patronos, no todos apuntaba Javier Alfonso en un reciente artículo pero sí los únicos visibles, defienden, con completo éxito, esa singularidad justifican la diferencia valenciana no solo respecto a los países europeos a los que siempre España ha mirado como ejemplo (excepto Reino Unido u otros países del norte del continente que soportan en sus hoteles un IVA muy superior), sino también a naciones de nivel de renta y demanda turística mucho menor (Bulgaria Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Lituania o Rumanía).
Aunque de nada sirva, el cuadro siguiente lo demuestra. La tasa turística está vigente en la inmensa mayoría del mundo occidental y en todas sus potencias turísticas (menos en la mayor parte de España). Ante ello, ¿acaso se pretende que nos creamos que suplementos por noche y persona de la entidad de los recogidos en el cuadro podrían hundir la coyuntura turística y la rentabilidad de los hoteles de la Comunidad Valenciana? Por supuesto que no. Se trata, como se ha indicado, de hacer una nueva demostración de quién manda aquí.
Pero aun sabiendo que las razones no sirven de nada, sí cabe al menos dejar constancia de la incompatibilidad existente entre pretender arrogarse el papel de ser el petróleo de la economía valenciana y aferrarse, al mismo tiempo, a la imposibilidad de asumir una elevación del precio modulable hasta unos pocos céntimos (que, por otro lado, paga el cliente). En ninguno de los casos conocidos, además, y en contra de tanto presagio catastrofista, su implantación ha supuesto una caída de la demanda. Los habitantes de Baleares y Cataluña, con una masificación turística que los actuales gestores públicos de la Comunidad Valenciana pretenden emular, lo saben bien.
Los ejemplos posibles podrían ampliarse y todos ellos remiten a la debilidad de la percepción del sentimiento de ser europeos por parte de españoles o valencianos. Lo vienen demostrando los Eurobarómetros desde hace ya muchos años. En el publicado el pasado agosto, la confianza de los españoles en la UE se sitúa en el grupo de los países de cola junto a Italia, Chipre, Reino Unido, R. Checa y Grecia. Un resultado coincidente al del Global Attiudes Survey para 2017 mencionado en una colaboración anterior.
No es diferente la situación entre los valencianos. La encuesta sobre sus valores del pasado junio arroja, también en este terreno, resultados que merecerían reflexión –e iniciativas- por parte del Consell del Botànic y el uso de “notas medias” en la escala de 0 a 10, no puede oscurecerlos. Sin duda merece reflexión el bajo porcentaje de quienes manifiestan un nivel de identificación con Europa elevado (suma de niveles 9 y 10, pregunta 22.5): el 44, 6%, con poco más de un tercio en el nivel 10.
Pero también la merece su relación inversa con la edad. Es una paradoja singular: los nacidos tras la incorporación de España a la hoy UE son, como muestran el gráfico, quienes confiesan menor sentimiento de identificación con el continente común. Es otro resultado alarmante, uno más, cuando en la economía global los problemas de los valencianos –como los de los españoles- no tienen solución fuera de una institución supranacional, como es el proyecto europeo. Y un rasgo que seguirá aumentando si no se modifica la pasividad pedagógica de la Generalidad.