VALÈNCIA. Los diarios de Andy Warhol son una explosión. La de un tiempo y un momento único que él supo canalizar a través de una disciplina artística tan icónica que todavía hoy sigue vigente. Él fue padre del Pop-Art en los años 60 gracias a su actitud vanguardista Factory, un lugar del que salían bandas de rock como la Velvet Urderground o películas tan insólita como Lonesome Cowboys, un film del año 1968 cuyo guion corrió a cargo de Paul Morrissey que satirizaba con las películas del oeste de Hollywood. Alrededor de Warhol pululaban toda suerte de ricos, famosos y modernos personajes de una época inigualable.
Por las páginas de sus Diarios -una suerte de crónica de lo moderno escrita desde el centro del mundo- pasan nombres como Truman Capote, Jackie Onassis, Lennon y Yoko Ono, Donald Trump, Madonna y Mick Jagger. No hay aquí espacio para el pudor propio o ajeno. Así por ejemplo, cuenta Warhol la ruptura entre Mick y Bianca Jagger:
Martes 10 de enero, 1978
(…) Bianca nos contó su versión sobre su matrimonio. Al principio dijo que nunca había engañado a Mick, pero luego dijo que él se separaba de ella porque ella tenía muchos novios; había tenido uno llamado Llewellyn y ahora estaba enrollada con otro llamado Mark Shand. Pero dijo que nunca hacía ostentación de ello en público. Me explicó que quería ser ella misma y que siempre había querido montárselo (risas) por su cuenta, o sea que si le daba la gana se podía enrollar con cualquier camarero. Dijo que le iba a conceder el divorcio a Mick y yo le dije que no deberían romper. Me contó que ella y Mick habían tocado fondo y que ya no le apetecía acostarse con él porque no lo encontraba atractivo.
Pero, ¿qué lugar ocupaba Warhol entre todos ellos? ¿Qué misterio y fascinación encerraba en un mundo glamouroso de impostura y artificialidad? Sin duda, su lugar era el centro. Así por lo menos se desprende del registro de estas vivencias que van desde 1970 hasta 1987. También, qué duda cabe, ocupa el lugar de juez, de aquel que señala y lanza dardos a diestro y siniestro. Ni siquiera el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sale indemne de aquí, al situarlo en una fiesta rodeada de esa Maffia neoyorquina con la que habitualmente se relacionaba y que le granjeó no pocas acusaciones de asociación para negocios inmobiliarios y del juego.
Domingo, 22 de febrero de 1981
(…) Se celebraba la fiesta de cumpleaños de Roy Cohn. Etiqueta. Los de la mafia no iban con pajarita. Steve e Ian no fueron porque no querían publicidad. Había unas doscientas personas. Mucha gente importante. Donald Trump, Carmine DeSapio, los D’Amatos, David Mahoney, Mark Goodson, Mr. LeFrak, Gloria Swanson, Jerry Zipkin, C.Z. Guest y Alexander, Warren Avis, Rupert Murdoch y John Kluge. Si me acuerdo de todo el mundo es porque Joey Adams hizo un discurso en el que nombró a toda la gente que estaba en la sala.
Sin embargo, el tipo de chisme que más suscitaba a Warhol era el relacionado con los actores:
Lunes 31 de enero, 1977. Nashville-Nueva York
(…) Trabajé hasta las 7:30. Fui al Regine’s. Estaba Warren Beatty, que parecía un poco más viejo y más gordo. También estaba Jack Nicholson y también parecía un poco más viejo y más gordo. Estaban Anjelica Huston y la modelo Apollonia. Me gusta mucho Apollonia, es encantadora. Y estaba Catherine Deneuve; la fiesta era en homenaje a ella. Warren iba con Iman, la modelo negra.
La intrahistoria de este libro merece la escritura de otro libro más. Fue publicado por la Warner Books y editado por la antigua secretaria de Warhol, Pat Hackett. Desde el año 1970 hasta dos días antes de su muerte, es decir, el 20 de febrero de 1987, Warhol le dictaba a Hackett todos los “cotilleos” que había vivido el día anterior. Ella, como fiel notaria, los escribía. El resultado fueron más de 800 páginas llenas de fiestas, exposiciones, cenas, comidas con famosos, sesiones fotográficas, reuniones con famosos y demás. Hackett sentía auténtica devoción por Andy y pocas veces se muestra crítica con él en la introducción a los Diarios: “Nunca se creyó su éxito, y le emocionaba conseguirlo. Su humildad y cortesía constantes eran los dos rasgos de su carácter que yo prefería, y por mucho que evolucionara y cambiara durante los años que le conocí, siguió conservando esas cualidades”.
El libro, por supuesto, salió a la luz tras la muerte de este mito que pasaba las noches a base de agua Perrier y pastillas Valium. Con el paso de los años, los diarios revelan un acentuado egocentrismo y unas tendencias hipocondríacas notables:
Lunes 19 de diciembre, 1983
Cogí un taxi para ir a mi clase de gimnasia con Lidija (5$). Mientras hacía mis ejercicios, sentí un dolor muy agudo en mi interior, como si alguien me clavara na espada en diagonal. Pensé que era el final. Sobre todo, después de ver el accidente del sábado y darme cuenta de que puede acabar todo en un instante. Pero se me pasó. Debió de ser un extraño espasmo muscular.
Así, por ejemplo, muestra el gran temor y desconocimiento que vivió con respecto al SIDA, una enfermedad que él llamaba “cáncer gay” y cuyos efectos causaron la muerte a muchos de sus amigos homosexuales:
Martes 11 de mayo, 1982
En el New York Times había un gran artículo sobre el y decía que no saben qué hacer con ello. Está adquiriendo proporciones de epidemia y dicen que los chicos que tienen tantas relaciones sexuales lo llevan en el semen. Son chicos que ya han tenido todo tipo de enfermedades, por ejemplo hepatitis A, hepatitis B, hepatitis noA-noB y mononucleosis. Me da miedo cogerla bebiendo en el mismo vaso o simplemente estando cerca de esos chicos que van al Baths.
El final del diario es tan abrupto como la muerte que le acometió. Y no lo escribió él, por supuesto, sino su fiel, Pat Hackett, su personal ángel de la guarda:
El viernes 20 de febrero Andy ingresó en el New York Hospital en urgencias. El sábado le extirparon la vesícula y parecía que se recobraba bien de la operación; vio la televisión y llamó por teléfono a sus amigos. Pero el domingo a primera hora de la mañana, por motivos que aún no se han esclarecido, murió.
Pocas semanas después, la mujer que le había hecho el ingreso en el hospital me contó que en toda su experiencia hospitalaria Andy era la única persona que había visto que recordaba de memoria su número de la seguridad social.