El mercado está pendiente de las decisiones sobre la política monetaria que el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal (FED) anunciarán próximamente como advierte el experto
MADRID. El crecimiento mundial se sitúa actualmente en torno al 2,5%, y los indicadores de confianza apuntan a que se ralentizará en un futuro próximo. La industria manufacturera ha registrado la mayor reducción de nuevos pedidos en casi siete años. La confianza en el sector servicios, aunque se mantiene en niveles decentes, también está disminuyendo. Además, parece que los datos de empleo van a perder fuerza.
El comercio internacional continúa dando señales de debilidad y las perspectivas de inversión se han debilitado considerablemente. A pesar de la tregua comercial anunciada justo después de la cumbre del G20 en Osaka, la incertidumbre comercial parece que va a continuar. De hecho, sigue pendiente un acuerdo entre Estados Unidos y China. Lo sucedido en Osaka es una reminiscencia de la reunión del G20 de finales del año pasado en Buenos Aires, cuando ambas partes acordaron una tregua y aplazaron una inminente escalada arancelaria importante. Esto abrió una vía para una mayor negociación, pero en última instancia ofreció a los mercados poca claridad sobre cómo o cuándo se lograría una resolución final. Es más, al final, los aranceles sobre importaciones chinas, que ascendían a 200.000 millones de dólares, se elevaron del 10% al 25%. Así que, tal y como están las cosas, todavía hay una posibilidad real de que el lote restante de importaciones de EE UU procedentes de China, por valor de 300.000 millones de dólares, quede sujeto a aranceles a finales de este año. Como resultado, es poco probable que se invierta la tendencia a la baja de la confianza empresarial.
La combinación de una actividad económica modesta, la incertidumbre (geo)política (incluidas las tensiones comerciales, la disfunción del Congreso en EE UU, el Brexit y la preocupación por Italia en Europa) y la inflación subyacente por debajo del objetivo implica que los bancos centrales no tienen absolutamente ninguna prisa por endurecer las condiciones monetarias. Por el contrario, tanto su tono como su política se han vuelto mucho más dovish en los últimos meses. Ahora es casi seguro que próximamente pondrán en marcha más estímulos. En cualquier caso, los mercados financieros ya lo están descontando ampliamente. La lenta actividad industrial mundial, en combinación con la fortaleza del dólar, está erosionando la confianza en la industria manufacturera. Las perspectivas de beneficios empresariales y de inversión se están debilitando. Además, el impacto positivo de las bajadas de impuestos de Trump se está desvaneciendo.
Mientras tanto, las presiones inflacionarias subyacentes se han reducido en los últimos meses, con una inflación subyacente de PCE (Índice de Precios de Gasto del Consumidor, la métrica de inflación preferida por la Fed) situándose solamente en el 1,6%. La Reserva Federal ha quitado importancia a esta cifra al decir que se debe a factores idiosincrásicos. Sin embargo, el factor más probable es la disminución del crecimiento de los costes laborales unitarios, que comenzó antes. Con una actividad económica débil, un sentimiento empresarial pesimista, una inflación modesta y riesgos para las perspectivas económicas sesgados a la baja, la Reserva Federal tiene el camino preparado para flexibilizar su política monetaria y recortar los tipos de interés en el segundo semestre del año.
Los mercados financieros ya están cotizando bajadas de tipos para finales de año y, por lo tanto, están convencidos de que el primer recorte se producirá en julio. Esto está muy cercano, pero debido a la tregua comercial y al hecho de que la Reserva Federal no quiere parecer que cede a los ataques del presidente Trump contra su política monetaria, creemos que es un poco más probable que la Reserva Federal espere hasta septiembre (antes de bajar tipos de nuevo en diciembre).
Lógicamente, la combinación de unas perspectivas de crecimiento pesimistas y de unas cifras de inflación por debajo de lo esperado ha llevado al BCE a ser mucho más cauteloso en los últimos meses. En su reunión de junio se dieron más detalles sobre las condiciones del programa TLTRO-III y, lo que es más importante, también se señaló una clara voluntad de recortar los tipos y reiniciar el QE si las perspectivas de crecimiento e inflación no mejoran sustancialmente.
En conjunto, la cuestión no es si el BCE tomará medidas, sino más bien cuándo y cuánto. Es probable que el próximo movimiento del BCE sea una reducción del tipo de interés de los depósitos del -0,4% al -0,5% en septiembre (introduciendo al mismo tiempo un tipo de interés escalonado para limitar su impacto en la rentabilidad de los bancos comerciales). Eso no es todo. Existe una gran posibilidad de que el BCE también anuncie que reanudará su programa QE.
Es dudoso que esto tenga un impacto significativo en la actividad económica. La política fiscal resultaría más eficaz. Sin embargo, la Comisión Europea ha sido bastante flexible en la interpretación de las normas fiscales en países como España, Italia y Francia y, además, esto está lejos de ser un programa de inversión fiscal paneuropeo coordinado.
Hans Bevers es economista jefe de Bank Degroof Petercam