VALÈNCIA. En 1966 Claude Lelouch entró a formar parte de la historia del cine gracias a Un hombre y una mujer, que no solo alcanzó un éxito masivo de público, sino que también se alzó con el reconocimiento del Festival de Cannes con la Palma de Oro en una edición en la que participaba Orson Welles con Campanadas a medianoche, David Lean con Doctor Zhivago o Pier Paolo Pasolini con Pajaritos y pajarracos. También consiguió el Oscar al Mejor Guion y a la Mejor Película de Habla no Inglesa.
La historia de amor entre dos jóvenes viudos que se enamoraban al son de la música de Francis Lai se convirtió en todo un hito del cine romántico. Ella trabajaba en el mundo del cine, él era piloto de carreras, acostumbrado a la velocidad y a pasar de una mujer a otra. Su relación fue igual de fugaz, pero en ambos dejó una huella imborrable.
Por eso ahora Claude Lelouch ha decidido recuperar a sus personajes y reunirlos una vez más. A Jean-Louis Trintignant, con 88 años y aquejado de cáncer y a Anouk Aimée, de 87 años y retirada también de las pantallas. Como afirma el propio director, “había que aprovechar que los tres estaban vivos, lo cuál no dejaba de resultar milagroso”. Así que los convenció para componer un capítulo final más de cincuenta años después en el que los recuerdos, pero también la imaginación y la fantasía para escapar de ellos, se convierten en el eje principal de la función.
Ahora Jean-Louis Duroc (Trintignant) se encuentra en una residencia de ancianos aquejado de demencia. No recuerda lo que hizo el día anterior, pero sí mantiene una imagen clara en su mente de la persona con la que fue más feliz y que, por cobardía, dejó escapar. Su hijo se encargará de buscar a Anne (Aimée) para pedirle que se reencuentre con su antiguo amante, algo que también trastocará los cimientos de la anciana.
Lelouch filma estas reuniones entre ambos con un extremo respeto y delicadeza. Sabe que no necesita nada más que situar la cámara en sus rostros para que se conviertan en un auténtico torrente de emoción expresiva. Ahora las tornas han cambiado: Anne muestra la dignidad de las supervivientes, mientras que Jean-Louis, por culpa de su derrota física se ha terminado refugiando en un estado mental en el que confluyen recuerdos y elucubraciones.
El director construye la película a partir de una serie de vis a vis entre los dos personajes, algunos reales, otros inventados, mientras que mezclan imágenes de la película original. Jean-Louis juega a despistar a Anne en sus visitas haciendo creer que no la conoce mientras que le habla del amor de su vida, ella. En su imaginación, inician una escapada en coche que los lleva a recorrer algunos de los escenarios en los que tuvo lugar su historia de amor.
Con el paso del tiempo, aquellas cosas que en su momento parecían constituir un gran escollo, han dejado de tener importancia por completo. En realidad, Los años más bellos de una vida, también habla de la identidad, y de cómo esta cambia con el tiempo y con las circunstancias. ¿Seguimos siendo los mismos con el paso de los años, con las experiencias que nos van transformando y con el traspaso del brío de la juventud a la fragilidad que conlleva la vejez?
Lelouch quería alejarse de las películas que abordan la tercera edad desde un punto de vista dramático y aportar un rayo de esperanza y luminosidad a la historia. Sin caer en la cursilería, en la emoción impostada. Quizás por esa razón, la película comienza con la frase “Los años más bellos de una vida, son aquellos que están por venir”, de Víctor Hugo.
La memoria adquiere inevitablemente un poso importante. Una memoria sentimental que se extiende desde las imágenes del pasado y la música, en esta ocasión reinterpretada por Calogero. Pero esos recuerdos, no sirven para quedar anclados en el tiempo pretérito, sino para hacerse extensibles a un presente que se convierte en un espacio de reconstrucción de los errores cometidos.
Resulta realmente emocionante volver a ver a Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant encarnando de nuevo a sus personajes, sobre todo teniendo en cuenta que probablemente sean sus últimas apariciones en la pantalla. Su sola presencia ante la cámara es historia viva del cine, un documento visual inapelable que demuestra la grandeza de dos de los intérpretes que marcaron una época y continúan dando una lección de humanidad y generosidad en una película que contiene la sabiduría efímera de toda una vida.