VALÈNCIA. Hace unos días se estrenó en la BBC One la quinta temporada de Line of duty y casi ocho millones de personas se sentaron delante de la tele para verla. Repito: delante de la tele, esto es, en emisión en abierto, eso que ya tan poca gente hace para ver ficciones televisivas pudiendo elegir a placer serie, capítulo, hora del día, plataforma y dispositivo, sin pasar por lo que disponga ninguna cadena.
¿Y qué tiene Line of duty para conseguir que ocho millones de personas hicieran lo mismo a la misma hora? Pues tiene cuatro temporadas previas excelentes y adictivas fruto de unos guiones muy bien construidos. La información está muy inteligentemente dosificada y engancha al combinar, con un equilibrio envidiable y un ritmo trepidante, escenas de acción con introspección psicológica. Hay giros inesperados, diálogos absorbentes, personajes complejos, persecuciones, tiroteos, secuencias de interior (casi de cámara), dilemas morales y un afilado discurso sobre la corrupción, la ética y las cloacas del estado.
Line of duty es una serie policíaca, protagonizada por la llamada unidad AC-12 que se encarga de luchar contra la corrupción en el seno de la propia institución policial, eso que en muchas series hemos visto denominado como Asuntos Internos. Cada temporada trata un caso distinto, una investigación sobre alguna acción policial sospechosa o sobre algún agente cuyo comportamiento deja lugar a dudas. Son temporadas de seis capítulos (excepto la primera que tiene cinco) de una hora de duración que, ya aviso, una vez se empiezan a ver no hay manera de dejar.
El inspirado autor de Line of duty es Jed Mercurio. Médico y piloto, abandonó ambas carreras por la escritura. Su experiencia médica la plasmó en Bodies (2004-2006), considerada por muchos como una de las mejores series de la televisión británica. Se trata de una ficción que se desmarca de los arquetipos de las series de hospital gracias a un tono realista y nada complaciente, que fue un gran éxito tanto de público como de crítica.
Ahora Mercurio es conocido sobre todo por Bodyguard (2018), una intriga política en seis capítulos que engancha sin remedio y que constituye uno de los grandes pelotazos del año pasado. Durante su emisión por la BBC One congregó también millones de espectadores, ¡hasta once! Tanto Bodyguard como las cuatro primeras temporadas de Line of duty pueden verse en Netflix. Bodyguard comienza de forma vibrante, con un primer capítulo que deja sin respiración y logra mantener muy bien la intriga y el interés durante casi toda la serie, aunque el final se desinfla un poco y no está a la altura, al perderse en giros demasiado enrevesados.
Pero esto no le sucede a Line of duty, por más que pasen cosas sorprendentes y haya giros de guion que dejan boquiabierta. La serie está muy bien escrita y las sorpresas acaban resultando perfectamente coherentes y engarzadas adecuadamente tanto en la trama como en el background y la psicología de los personajes, uno de los aspectos más desarrollados de la serie. Y así, aunque el argumento sea complejo y a veces las cosas o la información discurran a gran velocidad, el interés no decae nunca.
Si algo distingue a Line of duty de otras series policiales es que gran parte de la trama se centra en el desarrollo del procedimiento de investigación, de la burocracia, que acaba siendo la única garante de la verdad. El relato muestra toda la complejidad de la consecución de pruebas, de su utilización, el modo en que construir un caso requiere papeleos y largos trámites. También vemos acciones policiales legales pero que se mueven en una difusa línea ética, como el trabajo de los agentes infiltrados que han de ganarse la confianza de la persona investigada y su entorno engañando y mintiendo.
Algunos de los momentos álgidos son de acción, pero los más importantes son los interrogatorios, prolijos, fastidiosos y largos porque han de cumplir con un montón de requisitos que garantizan la presunción de inocencia y el respeto estricto a la ley: la grabación, la presentación de pruebas según un estricto trámite, el tratamiento protocolario en función del grado. Estos interrogatorios forman largas secuencias que están entre lo mejor de la serie y constituyen en ocasiones su auténtico clímax. Intensos y dramáticos, son escenas de enfrentamiento psicológico verdaderamente absorbentes y estás deseando que lleguen.
Claro que eso solo es posible si se han creado personajes sólidos e interesantes, como es el caso, además de excelentemente bien interpretados, lo que no es ninguna novedad tratándose de una serie británica. Y es que uno de los puntos fuertes de la serie es la construcción de los personajes y de su personalidad. Investigados e investigadores tienen la misma importancia en cada temporada, solo que los primeros cambian y los segundos dotan de continuidad a la serie. Unos y otros están llenos de matices y ambigüedad, ni del todo buenos ni del todo malos, dándose incluso la circunstancia de que los supuestos buenos suelen caer peor que los supuestos malos; al fin y al cabo investigar a los tuyos no es un trabajo simpático aunque resulte imprescindible para garantizar la legalidad y el cumplimiento de la ley. Nadie requiere más vigilancia que los vigilantes.
Lo que sí queda claro es que la corrupción es sistémica y está en todos los niveles, desde luego en los más altos. Incluso los casos singulares que, aparentemente, responden a la idiosincrasia o la biografía del agente investigado, acaban formando parte, de modos a veces inesperados, de una trama mayor que alcanza a la policía, la política y el sistema judicial. Viene a decirnos la serie que cumplir con la ética no es fácil y tiene un alto coste personal. Y que en un sistema corrupto todos son cómplices en mayor o menor grado, solo que algunos son conscientes de ello y actúan, aunque su acción sea limitada. La épica de la burocracia contra la corrupción. Formas de luchar contra la banalidad del mal, aquel concepto que acuñó Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén (1963) y que, desgraciadamente, tanto define a nuestra época.
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